Sin embargo, sabía que oiría hablar de él a sus hijos durante mucho tiempo. El viaje había sido una decepción para todos.
Una vez a solas con Douglas, Tanya intentó relajarse, pero le costó dos días dejar de pensar en el abismo que se había abierto entre su pareja y sus hijos. Sabía que haría falta mucho tiempo para salvarlo. De cualquier modo, al final lograron disfrutar de cuatro días idílicos en el barco, navegando de una isla a otra, nadando, comiendo en cubierta, relajándose y haciendo el amor. Eran las vacaciones perfectas, las que Douglas quería. La suya era una relación entre adultos y dejaba muy poco espacio para sus hijos. Tanya pensaba que la única forma de cambiar las cosas era que Douglas sintiera un poco de ternura hacia ellos. Sin embargo, no había habido nada parecido a la ternura durante la estancia de Molly y Jason a bordo.
Tanya habló varias veces con sus hijos y les pidió disculpas. Ellos le dijeron que se tranquilizara y le aseguraron que se hacían cargo de la situación. Pero ni siquiera Tanya sabía si quería ser comprensiva. Douglas no era un hombre fácil de entender.
Después de aquellos días tranquilos, Tanya voló de vuelta a Los Ángeles junto a Douglas en su jet privado. Ella estuvo trabajando en el guión y Douglas se quedó adormilado durante el vuelo. Cuando llegaron, la acompañó al bungalow. Tanya sentía una gran tristeza. Los últimos días en el barco habían sido hermosos, pero su intento de que Douglas y sus hijos se relacionasen había sido un desastre. Ella sabía que el tiempo que compartían a solas no le bastaba para construir una vida junto a él. Para Tanya, sus hijos lo eran todo, así que su futuro con Douglas estaba lleno de incertidumbre. Después de la actitud del productor hacia sus hijos y de su incapacidad para adaptarse a ellos, la idea de tener una relación seria con él perdía fuerza.
– Te echaré de menos esta noche -dijo él dándole un beso.
Douglas parecía no darse cuenta de lo preocupada que estaba Tanya. Lo cierto era que, en su caso, en cuanto los chicos desaparecieron, se olvidó de ellos.
– Yo también -musitó Tanya.
Cuando Douglas se marchó, Tanya se dejó caer en la cama y se echó a llorar. Había tantas cosas de Douglas que le gustaban… Pero sus hijos eran algo esencial para ella. Por alguna razón -y era una realidad innegable- la relación con los chicos era imposible. Tal como le había comentado al conocerla, los niños le provocaban aversión, incluidos los de ella. ¿O quizá particularmente los suyos? Douglas quería estar solo con ella, y para Tanya, ella y sus hijos formaban un lote indivisible. Pero Douglas ni quería ni podía quedarse con el lote completo. Y eso lo cambiaba todo.
Capítulo 19
Durante el resto del mes de enero, Tanya intentó superar lo que había pasado en el barco. Cuando lo hablaba con sus hijos, volvía a disculparse y pedía que le diesen otra oportunidad en el futuro, o les decía que hablaría con él y trataría de que las cosas fuesen mejor.
Por lo demás, la relación entre Douglas y Tanya era perfecta. El productor se portaba maravillosamente con ella, la mimaba, la atendía, se mostraba afectuoso y pendiente de ella en todo momento. Le hacía regalos, la llevaba a cenar y tenía un gran respeto por su trabajo. Aunque había un aspecto de Douglas que la irritaba: solía tomar decisiones por ella. Decidió que necesitaba un filtro de aire en la habitación del hotel y encargó instalar uno sin consultárselo. Tanya no dudaba de sus buenas intenciones, pero el ruido del aparato le molestaba cuando escribía. Douglas había hecho planes para realizar otro viaje en barco durante las vacaciones de Semana Santa. Sin preguntárselo, lo dio por sentado y lo organizó todo. Tanya tuvo que explicarle que en aquellas fechas sus hijos tenían pensado ir a Hawai y que ella no quería dejarles solos. La respuesta de Douglas fue que les diese permiso para ir y que ella se embarcase con él. Para él, los chicos no existían. En febrero, Tanya tuvo un catarro bastante fuerte y Douglas llamó a su médico, encargó un antibiótico y ni siquiera le preguntó cuál era su opinión.
Sus intenciones no eran malas, pero era controlador y podía llegar a ser incluso prepotente. Además -un problema mayor para Tanya-, había declarado la guerra fría a sus hijos.
Tanya empezaba a sentirse muy presionada. Había aspectos de la relación que seguía adorando: su inteligencia; su vasta cultura; su profunda admiración por la escritura de Tanya; su sensibilidad al piano; sus relaciones sexuales, frecuentes y siempre satisfactorias. Era un amante muy cuidadoso -acariciaba su cuerpo como si fuera un arpa- y el sexo entre ellos era fabuloso, más aún que con Peter.
Pero era una relación únicamente entre adultos, en la que no tenían cabida sus hijos, y poco a poco Tanya se iba dando cuenta de que jamás la tendrían.
Douglas quería que vendiera cuanto antes la casa de Marín y se fuera a vivir con él a su casa de Los Ángeles; quería celebrar la boda aquel verano y pasar dos meses de luna de miel en su barco en Francia. Tanya le preguntó qué era lo que esperaba que hiciera con sus hijos durante todo aquel tiempo. Douglas se quedó mudo y después le propuso que los mandara con su padre. No podía entender que Tanya quisiera estar con él pero también con ellos, y que no estuviera dispuesta a cambiar una cosa por otra. Ella necesitaba ambas relaciones.
Acabaron de rodar Gone a finales de febrero y Tanya, tal como estaba planeado, se quedó dos meses más para la posproducción. El fin de su trabajo coincidió con la semana de la entrega de los Oscar. La película anterior, Mantra, había sido nominada a cinco estatuillas, incluida la de mejor película, pero no a la de mejor guión. Douglas le dijo con una seguridad pasmosa que lo ganaría con Gone.
Tanya había prometido a Douglas que iría con él a la entrega de los premios, un acontecimiento muy emocionante. Se había comprado un vestido de Valentino de un brillante y suave color plata, y pidió a las maquilladoras y peluqueras del rodaje que se ocupasen de arreglarla para la ocasión. Cuando bajó de la limusina del brazo de Douglas, Tanya estaba espectacular. Parecía una diosa griega. Sabía que sus hijos la estarían viendo por televisión en sus respectivas residencias y saludó a las cámaras.
La noche fue larga, agotadora y decepcionante. Mantra no ganó el Oscar a la mejor película. Aunque el rostro de Douglas era inescrutable, Tanya percibió cómo se le tensaron los músculos de la mandíbula cuando anunciaron el nombre de la película ganadora. Durante el resto de la noche, no disimuló su mal humor. No era un buen perdedor.
Tanya recordaba lo que Max le había comentado sobre Douglas al conocerse. El productor era todo poder y control, y era adicto a ambos. Si seguía con él, siempre la estaría controlando, tomando decisiones por ella y excluyendo a sus hijos. A pesar de las muchas cosas maravillosas que tenía, sabía que no podía seguir adelante. Cuando volvieron a pasar por la alfombra roja al salir de la entrega, Tanya lo hizo con la cabeza gacha pensando en ello.
Estaban obligados a asistir a media docena de fiestas aquella noche, pero Douglas se mostró completamente ausente. No había ganado y era un hombre programado para el éxito y la victoria. Sin ellos, su ego quedaba herido, y no podía soportarlo. Douglas tenía que ganar, debía tener siempre el control y el poder. También sobre ella, pensó Tanya con tristeza. Por mucho que le gustase Douglas, no era suficiente. Aunque el sexo fuera extraordinario, aunque Douglas la amara y quisiera casarse con ella, no podía ofrecerle la vida que ella necesitaba, una vida donde estuvieran también Jason, Megan y Molly. Esa vida no era la de Douglas, y jamás lo sería. En cuanto lo tuvo claro, los sentimientos que tenía hacia el productor empezaron a marchitarse como flores en invierno.
– Deprimente, ¿verdad? -comentó Douglas mientras la acompañaba en coche de vuelta al hotel.