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Antes de la ceremonia le había propuesto que fuera a dormir a su casa, pero después de la decepción, ya no tenía ganas. Si no había Oscar, Douglas quería estar solo.

– Odio perder -añadió apretando los dientes.

Llegaron al hotel Beverly Hills y se bajaron del coche. La intención de Douglas era acompañarla hasta la puerta y marcharse solo a casa. Tal era su mal talante después de la derrota. Cuando llegaron a la puerta del bungalow, le dio un beso de despedida.

Tanya le miró con tristeza. Podría haber esperado y se sintió cruel por acabar de amargarle la noche, pero veía con una claridad diáfana que no podía ser. En cierto modo, ella también era un trofeo para Douglas. La guionista estrella que él sabía que ganaría un Oscar al año siguiente. ¿Y si no lo ganaba? Eso era lo que más le importaba a Douglas. No había nada real en su vida. Para él, todo giraba alrededor de la victoria.

– Douglas, no puedo seguir con esto -dijo con voz queda y en tono de disculpa.

Tanya casi tenía miedo al verle tan enfadado por no haber ganado. Tanya había visto a Max en la ceremonia y, aunque el director también estaba decepcionado, se había limitado a encogerse de hombros, sonreír con ironía y darle un caluroso abrazo. Más allá del negocio del cine, Max tenía una vida. Douglas no. Para él el negocio lo era todo.

– ¿Con qué no puedes seguir? -preguntó él con expresión aturdida.

No entendía qué le estaba diciendo. Habían confiado tanto en un futuro juntos… Pero había durado lo que tenía que durar. Ahora, Tanya solo quería marcharse y volver a Marin, donde la vida era real.

– ¿Con qué? ¿Perder en la noche de los Osear? Ya, yo tampoco. No te preocupes, Tanya, el año que viene ganaremos, estoy seguro.

– No me refiero a eso -dijo ella mirándole con tristeza-. Necesito una relación que incluya a mis hijos. Y la nuestra nunca será así.

Douglas se la quedó mirando fijamente y se hizo un largo minuto de silencio.

– ¿Hablas en serio? Me dijiste que eran adultos.

– Tienen diecinueve y dieciocho años. No estoy lista para perderles de vista. Aunque sea solo durante sus vacaciones, todavía estarán conmigo algunos años. Y yo quiero que así sea. Siempre serán una parte importante de mi vida y no puedo prescindir de ellos para estar contigo.

– ¿Qué es lo que me estás diciendo?

Douglas parecía petrificado. Jamás se le había pasado por la cabeza que Tanya pudiera hacer algo así. No pudo evitar preguntarse si lo habría hecho de tener en esos momentos un Oscar en la mano. Se dijo a sí mismo que probablemente no. Ganar lo era todo. Para ella, también. No había nada peor para un hombre que el olor a fracaso.

– Estoy diciendo que no puedo seguir con esto -dijo con tristeza, rotundidad y temblando de pies a cabeza.

Douglas no se dio cuenta de su temblor, ni de lo duro que le estaba resultando a Tanya decirle esas palabras.

– No funciona ni conmigo ni con mis hijos.

Douglas asintió, dio un paso atrás para poner distancia, hizo una leve inclinación con la cabeza, se volvió y se marchó sin decir una sola palabra. Tanya se quedó mirándole muy apenada, por él y por ella. Sabía que no lo entendía. Quizá la había amado tanto como él podía amar. Pero, aun así, jamás habría querido a sus hijos. Y eran demasiado importantes para Tanya para cambiarlos por un Oscar o por un hombre, fuera el hombre que fuese.

Entró en el bungalow y observó sus maletas, que ya había dejado preparadas. Se había quedado únicamente para acompañar a Douglas a la ceremonia. La película había terminado. En un par de meses, sus hijos volverían a casa por vacaciones. Al día siguiente y por segunda vez en un año, iba a abandonar el bungalow 2. Había llegado el momento de recoger la carpa del circo y regresar a casa.

Capítulo 20

Cuando Tanya regresó a Marin al día siguiente, su casa le pareció más deprimente que nunca. Como consecuencia de una de las últimas tormentas invernales, había entrado agua por las ventanas y encontró el sofá y la moqueta muy raídos. Tanya hizo una lista de cosas que había que cambiar y otras que quería arreglar para que la casa estuviera en buenas condiciones cuando llegaran sus hijos. Por lo menos, el tiempo era agradable e incluso hacía calor.

Desde la noche anterior, no había tenido noticias de Douglas, pero Tanya sabía que no volvería a llamarla. Las palabras de ella habían sido demasiado contundentes para que el productor pudiera asimilarlas, y a ello se uniría la sensación de fracaso al no haber ganado la estatuilla. Probablemente, se quedaría paralizado durante una temporada. Pero ella sabía que él jamás habría aceptado a sus hijos en su vida y, quisiera o no reconocerlo, ambos sabían que las cosas no habrían salido bien. No tenían el mismo estilo de vida ni los mismos valores y ninguno de ellos iba a cambiar.

Aquella vez, Tanya había vuelto a casa de verdad. Sabía que Douglas no iba a pedirle que hiciera otra película con él y ella tampoco quería. Le apetecía volver a escribir relatos, recuperar su apacible vida en Marin y estar con sus hijos cuando fueran a casa. Tenía una idea para una nueva antología de cuentos; ansiaba realmente estar en casa con sus vaqueros, sus camisetas y sin tener que arreglarse el pelo. Era lo que más le apetecía. Se había pasado veinte meses metida en la vorágine de Hollywood y ya era hora de instalarse de nuevo en casa. Los Angeles era agua pasada.

Al cabo de dos meses, los chicos aterrizaron en casa. Buscaron algún pequeño trabajo para el verano, salían con sus amigos y, de vez en cuando, organizaban una barbacoa en casa. Tanya escribía por las mañanas y, cuando a sus hijos les apetecía, compartía su tiempo con ellos. Megan y Tanya habían logrado restablecer de nuevo sus lazos. Al parecer, Alice había intentado entrometerse entre Megan y su padre y la chica se sentía traicionada. Tanya conocía bien las traiciones de Alice.

Peter y Alice se casaron aquel verano en Mount Tam. Los chicos asistieron al enlace y Tanya pasó el día sola en Stinson Beach, mirando el mar; recordó los años que había vivido con su marido y el día de su boda. Era como si aquel día, una parte de ella muriera. Pero también sintió que enterraba algo que llevaba muerto bastante tiempo. Hasta cierto punto, se sintió aliviada.

Pasaron el mes de agosto en Tahoe y, al final del verano, los chicos volvieron a la universidad y Tanya se sumergió en un nuevo libro. Llevaba una semana trabajando sin descanso cuando recibió una llamada de su agente. Le quería comunicar que tenía una oferta fantástica. Tanya se echó a reír.

– No -dijo sonriendo al tiempo que apagaba el ordenador.

No le interesaba nada de lo que pudiera contarle. Los Ángeles era una etapa finiquitada. Había hecho dos películas, había aprendido mucho, había tenido una relación sentimental con uno de los productores más importantes de Hollywood y había vuelto a casa. No iba a moverse por nada del mundo y mucho menos por una película. Ya había vivido lo que era hacer una película, había conocido cómo era. Y punto. Con rotunda claridad se lo dijo a su agente.

– No seas así, Tanya. Deja que primero te cuente de qué va todo esto.

– No, no me importa. No trabajaré en más películas. Juré que iba a hacer solo una y al final he hecho dos. Se acabó. Estoy escribiendo un libro -dijo Tanya deseosa de explicarle la placidez, la felicidad y la tranquilidad que sentía.

– De acuerdo, me parece maravilloso. Estoy orgulloso de ti. Pero ahora déjalo un momento de lado y préstame atención: Gordon Hawkins, Maxwell Ernst, Sharon Upton, Shalom Kurtz, Happy Winkler, Tippy Green, Zoe Flane y Arnold Win. Chúpate esa, listilla.

Su agente había nombrado a las estrellas más importantes de Hollywood pero Tanya no sabía por qué.

– ¿Y? -preguntó en tono condescendiente.

– ¿Cómo que y…? Es el reparto con el mayor número de estrellas que podrías reunir nunca; el reparto de la película en la que te quieren a ti. Algún loco de Hollywood admira tu trabajo y dice que pongas tú el precio. Y lo mejor es que se trata de una comedia, algo que a ti se te da bien. Te divertirás escribiéndola. Además, lo rodarán rápido y sin ninguna complicación. No se trata de un drama sobre el suicidio en el que hacen que los actores suden sangre en el rodaje durante dieciocho horas diarias. Quieren empezar en diciembre y rodar en dos meses. La preproducción empieza dentro de dos semanas y, después del rodaje, tendrás un mes para pulir los detalles. Como muy tarde, en febrero habrás acabado. Y encima te lo pasarás en grande y ganarás un montón de dinero, así que por la parte que me toca, te estaría muy agradecido si aceptaras.