Tanya se echó a reír.
– Gastos pagados y te darán el bungalow 2 -prosiguió-. Les comenté que eso tenía que formar parte del acuerdo y aceptan. ¿Qué me dices? ¿No te trato bien?
– Maldita sea, Walt. No quiero volver a Los Ángeles. Aquí soy feliz.
Bueno, no exactamente feliz, pensó Tanya, pero estaba en paz consigo misma y trabajaba a gusto.
– Bobadas. Estás deprimida, lo noto en tu voz. El nido está vacío, tu marido se ha marchado y la casa es demasiado grande para ti sola. Que yo sepa, no tienes novio y estás escribiendo relatos deprimentes. Solo de pensarlo hasta yo me deprimo. Será una buena terapia escribir una comedia en Los Ángeles. Además, nadie escribe comedias tan bien como tú.
– Oh, vamos, Walt… -vaciló Tanya.
Qué tontería. Aquella era su verdadera vida, no la de Hollywood.
– Mira, yo necesito el dinero y tú también.
Tanya se echó a reír de nuevo. Le tentaba el reparto, los nombres eran realmente increíbles y siempre le había gustado escribir comedia. El programa de rodaje era corto pero, aun así, detestaba tener que regresar a Los Ángeles, aunque fuese al bungalow 2. Sin embargo, había que reconocer que aquel bungalow era su segundo hogar y, ¿para qué negarlo?, tenía más amigos en Los Ángeles que en Marin. La gente de Ross la trataba como si fuera de otro planeta. Tal como Douglas había vaticinado, se había convertido en una extraterrestre. Ya nadie la llamaba para invitarla a nada. Estaban acostumbrados a que no estuviera allí; además, les parecía que Tanya se había vuelto muy sofisticada y que Marin se le había quedado pequeño. Peter y Alice habían terminado con toda su vida social y ahora Tanya estaba mucho más aislada de lo que estaría en Los Ángeles trabajando en una película. Por lo menos, allí podría ver a gente y divertirse un poco. En eso, Walt tenía razón.
– Mierda -murmuró Tanya riendo-. No puedo creer que me estés haciendo esto. Dije que no haría más películas.
– Sí, ya lo sé. Yo también dije que no quería más rubias en mi vida y el año pasado me casé de nuevo con una. Ahora espera gemelos. Hay cosas que nunca cambian.
– Te odio.
– Genial. Yo también a ti. Así que haz la película y pásatelo en grande. Aunque solo sea por conocer a los actores, merece la pena. En esta ocasión, pienso hacerte una visita durante el rodaje.
– ¿Qué te hace pensar que he dicho ya que sí?
– He reservado hoy mismo el bungalow 2, solo por si acaso. ¿Qué me dices?
– De acuerdo, está bien. ¿Cuándo recibiré el borrador para el guión?
– Mañana. Te lo he enviado por mensajero hoy mismo.
– No les digas que sí todavía. Antes quiero verlo -dijo Tanya, tajante.
– Claro que no -replicó Walt recuperando su tono más ceremonioso y formal-. ¿Qué tipo de agente crees que soy?
– Un agente pesado y agresivo. Ahora va en serio, Walt. Es la última película que hago. Luego, solo me centraré en escribir libros.
– De acuerdo, tranquila. Seguro que con esta te lo pasas bien. Te estarás riendo hasta el día que vuelvas a Marin.
– Gracias -dijo Tanya pasando la mirada por la cocina de su casa.
No podía creer que hubiera aceptado hacer otra película. Pero al mirar a su alrededor y percibir el silencio que reinaba en la casa, supo que hacía bien. Allí ya no le quedaba nada. El espíritu y el propósito de su vida en Marin hacía tiempo que habían desaparecido. Peter estaba con Alice y sus hijos eran independientes. Ahí no le quedaba nada.
Al día siguiente leyó el borrador del guión y descubrió que la historia era una completa locura. Estuvo riéndose sin parar sentada a solas en la cocina. Y el reparto era insuperable. Llamó a Walt en cuanto acabó de leer las notas.
– De acuerdo, lo haré. Por última vez. ¿Entendido?
– Entendido, entendido. Por última vez. Ya verás, te lo pasarás en grande.
Dos semanas más tarde, Tanya llegó al hotel Beverly Hills y ocupó el bungalow 2, sintiéndose como un auténtico bumerang. No hacía más que regresar al mismo sitio, como un mal sueño que no deja de repetirse. Colocó el mobiliario tal como a ella le gustaba, puso las fotos de sus hijos por todas las habitaciones, se metió en la bañera y puso el jacuzzi en funcionamiento. Sonrió sintiéndose a gusto. Era como volver a casa.
A las nueve de la mañana del día siguiente ya estaba en el estudio y enseguida empezó la diversión. Era como si todos los miembros del equipo estuvieran como cabras. Estaban allí para revisar las notas y el resultado era una reunión donde se habían juntado todos los actores y actrices de comedia de Hollywood, de todas las razas, edades, tamaños y sexo. Solo hablar con ellos ya era divertido. No eran capaces de centrarse ni cinco minutos en un solo aspecto y no hacían más que proponer ideas y frases para cada uno de ellos. Tanya pensó que sería imposible conseguir que se aprendieran las líneas que ella escribiría. Se sentía como si hubiera aceptado trabajar en un manicomio donde los enfermos eran tan divertidos e increíbles que no podía dejar de reír en todo el día. Hacía años que no se lo pasaba tan bien. Habían acudido a conocerla todas las estrellas del reparto menos una, el actor principal, un hombre muy atractivo y extremadamente divertido a quien Tanya había conocido en una ocasión con Douglas y que le había causado muy buena impresión. Regresaba aquella noche de Europa, así que no se conocerían hasta el día siguiente.
Le resultaba extraño no estar con Douglas ahora que había regresado a Los Ángeles. Llevaba cinco meses sin saber nada de él, pero llamarle habría generado una situación muy extraña. Así que no lo hizo. Todo había acabado discretamente mal.
Aquella noche Tanya empezó a trabajar en el guión y descubrió que la historia fluía sola. Podía imaginarse a cada una de las estrellas en sus respectivos personajes. Iba a ser una de las comedias más divertidas que se había escrito en años. ¿Qué importaba ganar o no un Oscar? Se lo iba a pasar maravillosamente. Ya se lo estaba pasando en grande. Aquella noche, dos de los actores la llamaron y acabaron haciéndola estallar en sonoras carcajadas. Mientras escribía los diálogos se moría de risa y también de ganas de oírlos en boca de los actores.
A la mañana siguiente, a las diez, estaba prevista la cita con Gordon Hawkins, la gran estrella. Tanya estaba sentada en la sala de reuniones, con los pies apoyados en la mesa y bebiendo un té, cuando llegó el actor. Tanya había estado ya con una de las estrellas del reparto charlando y riendo. Hawkins entró en la sala, fue directo hacia donde estaba Tanya y se sentó a su lado.
– Me alegra saber que no estás trabajando a destajo -soltó.
Después cogió el té de Tanya, le dio un sorbo y poniendo cara de asco añadió:
– Creo que le falta azúcar. Mira, acabo de bajar del avión. Vengo de París, estoy cansado, me encuentro mal, tengo el pelo sucio y no estoy muy gracioso ahora mismo. No me pagan tanto como para tener reuniones con jet lag, así que me voy al hotel. Nos veremos mañana. Resultaré mucho más divertido después de haber dormido un poco. Vendré con mis notas.
Se levantó, dio otro sorbo al té, negó con la cabeza, tiró el vaso y salió de la habitación. Tanya le miró sonriendo.