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Tanya sonrió a su marido y este se sentó a la mesa para disfrutar de un copioso desayuno compuesto de cereales, huevos escalfados, café, tostadas y fruta. A Peter le gustaba empezar el día con una buena comida y era Tanya quien siempre se levantaba temprano para preparársela. Tanto a él como a los chicos durante el curso escolar. Se enorgullecía de ocuparse de su familia y solía comentar que, por encima de su carrera como escritora, estaba su trabajo diario.

– Supongo que hoy tienes que ir a los tribunales -comentó mientras Peter echaba un vistazo al periódico y asentía.

– Una vista rápida. Tengo que pedir un aplazamiento para un caso menor. Y tú, ¿qué vas a hacer hoy? ¿Te apetecería que quedásemos para cenar en la ciudad? Ayer acabamos con casi todo el trabajo preparatorio.

– Estupendo.

Al menos una vez por semana, acostumbraban a ir a la ciudad a algún espectáculo, un ballet o un concierto, pero lo que más les gustaba era pasar una noche tranquila en alguno de sus restaurantes preferidos. También les gustaba ir los dos solos a pasar el fin de semana fuera de Marin. Con tres hijos y durante veinte años de matrimonio, habían mimado su relación para mantener vivo el romanticismo. Hasta la fecha, con éxito.

Mientras terminaba de desayunar, Peter levantó la vista y miró con detenimiento a Tanya. La conocía mejor de lo que se conocía ella misma.

– ¿Qué es lo que no me estás contando?

Como siempre, Tanya se sorprendió por la oportuna e infalible perspicacia de su marido; una perspicacia que llevaba todos aquellos años poniendo en práctica y que, sin embargo, aunque ya no la dejaba sin habla, seguía impresionándola. Siempre parecía saber lo que Tanya estaba pensando y ella no lograba entender cómo lo conseguía.

– Qué gracioso -dijo ella, admirada-. ¿Qué te hace pensar que te estoy ocultando algo?

– No lo sé, lo noto. Por el modo en el que me estabas mirando, como si tuvieras algo que decirme y no quisieras hacerlo. ¿Qué ocurre?

– Nada.

Los dos se echaron a reír. Tanya se había delatado. Solo era cuestión de tiempo. Y eso que se había prometido a sí misma no decírselo. Pero no podían tener secretos el uno con el otro. Tanya conocía a Peter tan bien como él a ella.

– Oh, mierda… No iba a contártelo -confesó.

Acto seguido, sirvió una segunda taza de café a su marido y una segunda taza de té para ella. Tanya apenas desayunaba. Le bastaba con un té y con picotear lo que los demás dejaban en sus platos.

– No es importante.

– Debe de serlo si ibas a mantenerlo en secreto. ¿Qué pasa? ¿Algo acerca de los chicos?

Generalmente solía tratarse de algo relacionado con los chicos, alguna confesión que le habían hecho a Tanya y que ella acababa siempre por contar a Peter. Él guardaba el secreto y Tanya confiaba siempre en su buen juicio. Era un hombre listo, inteligente y bueno. Y no le fallaba prácticamente nunca.

Respiró hondo y dio lentamente un sorbo de té. Le resultaba más fácil hablarle de sus hijos que contarle algo sobre ella misma.

– Ayer me llamó Walt -dijo. Se quedó callada y esperó un instante antes de continuar mientras Peter la miraba expectante.

– ¿Y? ¿Se supone que tengo que adivinar lo que te dijo? -preguntó pacientemente haciendo que Tanya se echase a reír.

– Sí, quizá deberías adivinarlo.

Tanya se dio cuenta de que estaba nerviosa y de que le resultaba difícil contárselo a su esposo. La idea de vivir en Los Ángeles durante nueve meses era tan descabellada que se sentía culpable solo por el mero hecho de verbalizarla. Aunque no había hecho nada malo, se sentía como si así fuera.

Tenía pensado llamar a Walt para rechazar la propuesta en cuanto Peter hubiera salido hacia la oficina; quería hacerlo cuanto antes para olvidarse de ello. El mero hecho de que la oferta siguiera encima de la mesa le parecía una amenaza. Como si Douglas Wayne tuviera el poder de separarla de su familia y de la vida que llevaba solo con su llamada. Sabía que era una tontería, pero no podía evitarlo. En el fondo, estaba asustada porque una parte de sí misma quería aceptar la propuesta. Tanya quería dominar precisamente ese deseo y sabía que ni Walt ni Peter podían hacerlo por ella. Únicamente ella podía.

– Me hizo una oferta -continuó finalmente-. Muy halagadora, pero que no quiero aceptar.

Peter la miró a los ojos sin acabar de creer lo que oía. Tanya no rechazaba ningún encargo si sabía que podía hacerlo y, después de veinte años juntos, Peter había aprendido que para su mujer escribir era tan vital como respirar. Aunque no hablara de ello, la escritura era una necesidad profunda y fundamental en su vida. Además, lo hacía muy bien. Peter estaba muy orgulloso de ella y respetaba enormemente su trabajo.

– ¿Otro libro de cuentos?

Tanya negó con la cabeza y respiró hondo de nuevo.

– Cine, una película. Al productor le gusta mi trabajo. Parece ser que es adicto a las telenovelas. El caso es que ha llamado a Walt y quería saber si yo podría escribir el guión.

Intentaba hablar en tono desenfadado, pero Peter le lanzó una mirada de sorpresa desde el otro lado de la mesa.

– ¿Te ha ofrecido escribir el guión para una película? -preguntó con la misma incredulidad que había sentido Tanya el día anterior-. ¿Y no lo quieres? ¿Qué pasa? ¿Es una película porno?

Era la única razón por la que Tanya rechazaría escribir el guión de una película. Era el sueño de su vida. No podía rechazar algo que llevaba soñando desde siempre.

– No -contestó Tanya riéndose-, hasta donde yo sé, no es porno. Bueno, o quizá sí.

Volvió a ponerse seria y, mirándole a los ojos, añadió:

– Simplemente, no puedo.

– ¿Por qué no? No se me ocurre una sola razón por la que quieras rechazarlo. ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Peter sabiendo que tenía que haber algo más.

– No puedo -dijo ella sin disimular la tristeza pero procurando no hacerse la interesante.

No quería que Peter se sintiese culpable por su negativa, puesto que era un sacrificio que ella deseaba hacer. En realidad, el sacrificio habría sido tener que ir a Los Ángeles. No quería separarse ni de él ni de las niñas.

– ¿Por qué no puedes? Explícamelo.

Se quedó sentado al otro lado de la mesa estudiándola con la mirada y Tanya supo que no iba a moverse hasta que se lo explicase.

– Tendría que residir en Los Ángeles durante el rodaje y solo podría venir a casa los fines de semana. No me apetece vivir así. Todos nos sentiríamos fatal; además, no voy a estar yo allí y vosotros aquí. Es el último año que las niñas van a estar en casa.

– Y también podría ser tu última oportunidad de hacer algo que llevas toda la vida soñando.

Ambos sabían que tenía razón.

– Aun así, sería una decisión equivocada. No voy a sacrificar a mi familia para trabajar en una película. No merece la pena.

– Si puedes venir los fines de semana, ¿por qué no? Además, las niñas nunca están en casa, se pasan la vida con sus amigos o en sus actividades deportivas. Creo que podría organizarme. Haríamos turnos para cocinar, y los viernes por la noche tú estarías de vuelta. A lo mejor podrías volar el lunes a primera hora. ¿Tan horrible te parece? Además, son solo unos meses, ¿no?