– Supongo que esta es nuestra gran estrella. ¿Dónde se aloja? -preguntó Tanya a uno de los ayudantes de producción.
– En el Beverly Hills, en el bungalow 6. Siempre se aloja allí. Ha hecho inscribir su nombre.
– Somos vecinos. Yo estoy en el 2.
– Ten cuidado. Es un auténtico donjuán.
Ya habían empezado a circular apuestas sobre cuál de las estrellas sería su víctima en aquella película. No había rodaje en el que no se liara con alguna de sus compañeras de reparto. Era fácil adivinar por qué: era uno de los hombres más guapos que Tanya había visto nunca. Tenía cuarenta y cinco años, un pelo de color ébano, ojos azules, un auténtico tipazo y una sonrisa que quitaba el aliento.
– Creo que estoy a salvo -dijo Tanya-. Me parece que la última chica con la que salió tenía veintidós años.
– No hay mujer que esté a salvo con Gordon. Se lía con alguien en cada película. Ahora no está casado, pero saca mucho provecho de su soltería en los medios y suele regalar unos anillos impresionantes a todas sus novias.
– ¿Tienen que devolverlos después?
– Probablemente. Creo que los pide prestados.
– Vaya. Creía que por lo menos podría quedarme el anillo -dijo Tanya con una sonrisa mientras miraba a su alrededor-. Mierda, me ha tirado el té.
Alguien le tendió otra taza y siguieron con la reunión. Fue un día relajado y lleno de bromas. Estuvieron probando cómo sonaban las frases en boca de sus protagonistas y discutiendo si se sentían cómodos con los diálogos. Después, Tanya regresó a su bungalow a escribir. A medianoche seguía trabajando y riéndose a solas, cuando oyó que alguien llamaba a su puerta. La abrió con un lápiz en el pelo y otro en la boca. Era Gordon Hawkins con una taza de té en la mano.
– Prueba este -dijo tendiéndole la bebida-. Es mi marca preferida. Lo compro en París y no ataca los nervios. Lo que bebías esta mañana era una mierda.
Tanya sonrió y dio un sorbo. Gordon entró en la habitación.
– ¿Por qué tu bungalow es más grande que el mío? -preguntó mirando a su alrededor-. Yo soy mucho más famoso que tú.
– Cierto. Pero quizá mi agente es mejor -replicó Tanya.
El actor se dejó caer en el sofá y encendió la televisión. Estaba loco, pero al mismo tiempo resultaba fascinante. Con aquellos ojos tan azules y el cabello tan negro, parecía un irlandés excéntrico. Balanceaba los pies repantigado en el sofá mientras buscaba en el TiVo dos de sus programas favoritos. Parecía un hombre nervioso y divertido. Solo con verle, a Tanya le entraba la risa. Había puesto cara de pocos amigos, pero en sus ojos se adivinaba una expresión divertida.
– Vendré aquí a ver mis programas favoritos -dijo tranquilamente-. En mi bungalow no hay TiVo. Creo que voy a tener que despedir a mi agente. ¿Quién es el tuyo?
– Walt Drucker.
– Es bueno -dijo asintiendo-. Una vez vi una de tus telenovelas. Era espantosa pero, aun así, lloré.
Después, en tono de advertencia, añadió:
– En esta película no quiero tener que llorar.
Su aspecto era el de un chico de treinta y cinco años y actuaba como si tuviera catorce.
– Te prometo que no llorarás. Estaba trabajando en el guión ahora mismo. Gracias por el té, por cierto.
Tanya dio otro sorbo. Tenía sabor a vainilla y la etiqueta era francesa. Estaba bueno.
– ¿Has cenado ya? -preguntó Gordon.
Tanya negó con la cabeza.
– Yo tampoco. Todavía estoy con el horario cambiado. Creo que a mí me toca desayunar -comentó mirando su reloj-. Eso es. Las nueve y media de la mañana en París. Me muero de hambre. ¿Quieres desayunar conmigo? Lo cargaremos a tu habitación.
Gordon cogió el menú del servicio de habitaciones, llamó y pidió tortitas. Le propuso a Tanya que ella pidiera tostadas o tortilla, para que pudieran repartírselo. Sin saber muy bien por qué, Tanya aceptó. Aquel hombre ejercía un extraño efecto sobre ella. Estaba tan loco que conseguía que le siguiera el juego, aparte de la fascinación que sentía por trabajar con aquel excelente actor.
Comieron las tortitas, las tostadas, varios bollos y una macedonia de frutas, todo regado con zumo de naranja. Era la comida más absurda que Tanya había tomado nunca. Mientras tanto, Gordon comparaba las virtudes de Burger King y McDonald's.
– En París como muy a menudo en McDonald's -explicó-. Allí lo llaman MacDo. Y eso que me alojo en el Ritz.
– Hace años que no voy a París.
– Tendrías que volver, seguro que te iría bien.
Gordon volvió a tumbarse en el sofá, exhausto después de la comilona. Acto seguido, irguió un poco la cabeza y miró a Tanya con interés.
– ¿Tienes novio?
Tanya se preguntó si era simple curiosidad o si tenía un interés particular.
– No -contestó sin más.
– ¿Por qué no?
– Estoy divorciada y tengo tres hijos.
– Yo también estoy divorciado y tengo cinco hijos, todos de madres distintas. Las relaciones largas me aburren.
– Eso he oído.
– Ah, así que te han advertido sobre mí, ¿no? ¿Qué te han dicho? Seguro que te han contado que me lío con una mujer distinta en cada película. A veces solo lo hago para la promoción. Ya sabes cómo funciona esto.
Tanya asintió. Se preguntaba si realmente estaba tan loco como parecía. Eran casi las dos de la madrugada y empezaba a notar que el sueño la vencía, pero Gordon estaba totalmente despierto y, según el horario parisino, con un día entero por delante. Tanya, sin embargo, iba con el horario de Los Ángeles y estaba rendida. Al ver que bostezaba, el actor se incorporó.
– ¿Estás cansada?
– Más o menos -contestó ella, y le recordó que tenían una reunión a la mañana siguiente temprano.
– De acuerdo -dijo él levantándose.
Parecía un niño larguirucho y desgarbado. Se pasó un buen rato buscando uno de sus zapatos.
– Duerme un poco -aconsejó despidiéndose desde la puerta.
Se marchó enseguida y Tanya se quedó de pie en medio de la habitación sonriendo. Al cabo de un instante, sonó el teléfono.
– Gracias por el desayuno -dijo Gordon educadamente-. Estaba delicioso y ha sido divertido charlar contigo.
– Gracias. Contigo también. El desayuno estaba muy bueno.
– La próxima vez podemos tomarlo en mi habitación -se ofreció.
Tanya se echó a reír.
– No tienes TiVo.
– Mierda. Es verdad. Mañana mismo llamaré a mi agente para quejarme. ¿Puedes hacerme un favor mañana? Despiértame. ¿A qué hora te levantas?
– A las siete.
– Llámame cuando te vayas.
– Buenas noches, Gordon -dijo Tanya intentando sonar firme.
La verdad era que Gordon podía avisar en recepción para que le despertaran. Era lo que Tanya tendría que haberle dicho, pero era tan encantador y excéntrico que era difícil resistirse. Se sentía como si acabara de adoptar a un crío.
– Buenas noches, Tanya. Que duermas bien. Hasta mañana -se despidió Gordon.
Al apagar las luces, Tanya seguía sonriendo. Se puso el camisón, se metió en la cama y cayó rendida pensando en Gordon. Iba a ser realmente divertido participar en aquella película. Por una vez en la vida, Walt tenía razón.
Capítulo 21
El rodaje de la película resultó ser una diversión constante. Tanya trabajaba en un plató rodeada de una docena de actores de comedia, con una historia muy divertida y un guión jocoso. Los cómicos eran incapaces de actuar sin echarse a reír y, como consecuencia, las tomas falsas eran aún más divertidas que las escenas de la película. El director era un hombre con un agudo sentido del humor, el productor una excelente persona y los cámaras, encantadores. Además, el guión se escribía prácticamente solo y Tanya disfrutaba trabajando en él. Le encantaba ir cada mañana al plató y, al acabar el día, solía llamar a sus hijos para explicarles todo lo concerniente a su trabajo. Molly estuvo de visita en el rodaje y se quedó prendada del equipo. Como a todo el mundo, Gordon Hawkins le pareció maravilloso.