– ¿Por qué yo? -preguntó en voz baja mientras sorbía el té.
Tanya se había informado de que Phillip tenía cuarenta y un años, había rodado media docena de películas y había ganado varios premios. Le gustaba su forma directa de hablar y que no hubiera intentado ablandarla ni conquistarla. Tenía claro que era poco probable que Tanya aceptase el proyecto y quería convencerla con los méritos de la historia y no camelándola. Eso le gustó, sobre todo porque le parecía que ya estaba por encima de los halagos. Además, Phillip parecía muy interesado en su opinión y en su consejo.
– He visto la película por la que ganaste el Oscar. En cuanto la vi, supe que quería trabajar contigo. Es increíble.
Una película con un mensaje potente, como la que él quería rodar.
– Gracias. ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Tanya queriendo saber sus planes.
– Yo vuelvo a Inglaterra -dijo él sonriendo.
Tanya se dio cuenta de que parecía cansado. Era como si fuera dos personas en una: joven y viejo a la vez, sabio pero con capacidad todavía para sonreír. En cierto modo, se parecían bastante. Ninguno de los dos era todavía mayor, pero ambos parecían haber sufrido en la vida y estar cansados.
– Espero reunir el dinero necesario, recoger a mis hijos y venir a vivir aquí un año entero para rodar la película, si tengo suerte. Me consideraría muy afortunado si aceptaras escribir el guión.
Era el único halago que se había permitido y Tanya sonrió. Phillip tenía unos ojos de un marrón profundo y cálido que parecían haber visto muchas cosas, algunas de ellas difíciles.
– No quiero escribir más guiones -confesó Tanya con sinceridad.
No le explicó por qué y él no se lo preguntó. Respetaba sus límites tanto como respetaba su profesionalidad. Para él, Tanya era como un icono y consideraba que tenía un talento extraordinario. No le molestaba que se mostrase distante y fría con él. La aceptaba tal como era.
– Eso me ha dicho tu agente. Tenía la esperanza de convencerte.
– No creo que puedas -dijo ella con sinceridad, a pesar de que la historia le había encantado.
– También me dijo eso.
Aunque después de hablar con Walt, Phillip prácticamente había perdido la esperanza de que Tanya escribiera el guión, consideraba que había merecido la pena intentarlo.
– ¿Por qué vas a traerte a los niños contigo? ¿No sería más fácil que los dejaras en Inglaterra mientras tú haces la película?
No era más que un detalle sin importancia, pero Tanya sentía curiosidad y se había atrevido a preguntar. Él, menos audaz, la miraba con aquellos ojos marrones que acentuaban la palidez de su rostro enmarcado por oscuros cabellos; unos ojos que buscaban respuesta a mil preguntas que no osaba formular.
Phillip respondió con simplicidad, sin dar demasiados detalles.
– Mis hijos tienen que estar conmigo. Mi mujer murió hace dos años mientras montaba a caballo. Los caballos eran su pasión y ella era muy testaruda. Saltando un seto, se cayó y se rompió el cuello. A pesar de que llevaba la equitación en la sangre, era un terreno muy accidentado. Así que no tengo con quién dejar a los niños, por lo que vendrán conmigo.
Lo contaba con pragmatismo, sin compadecerse de sí mismo. Tanya se sintió más conmovida de lo que quiso aparentar.
– Además -añadió Phillip-, si estoy solo me siento muy desgraciado. Desde que murió su madre, nunca me he separado de ellos. Esta es la primera vez y solo he hecho un viaje corto para poder conocerte.
Era difícil que Tanya no se sintiera halagada y conmovida a la vez. Las palabras de Phillip explicaban lo que Tanya había leído en sus ojos y en su rostro. En ellos había dolor y valor, una combinación que le gustaba. Como le gustaba lo que le había contado sobre sus hijos. Todo en Phillip era auténtico, sin rastro de Hollywood.
– ¿Cuántos años tienen? -preguntó con interés.
– Siete y nueve, una niña y un niño. Se llaman Isabelle y Rupert.
– Muy británicos -dijo ella recibiendo una sonrisa por respuesta.
– Necesito alquilar una casa. Si conoces algún sitio realmente barato…
– Quizá -dijo ella echando una mirada a su reloj.
Aquella tarde llegaban sus hijos a casa, pero había quedado con suficiente tiempo de antelación para no tener que ir con prisas. Phillip era un hombre con una pesada carga, pero no parecía lamentarse por lo ocurrido. Estaba intentando salir adelante, mantener a sus hijos junto a él y seguir trabajando. Había que reconocerle el mérito.
Tanya vaciló y después, sin saber muy bien por qué o quizá por lástima, decidió lanzarse.
– Puedes quedarte en mi casa hasta que encuentres un sitio. Tengo una casa cómoda y grande, y mis hijos están en la universidad. Llegan esta noche pero normalmente solo están en Navidad y en verano, así que podrías instalarte una temporada. Aquí hay colegios muy buenos.
– Gracias -respondió Phillip que, conmovido por la oferta, no podía articular palabra-. Son buenos niños y están acostumbrados a viajar conmigo, así que se portan bastante bien -añadió después.
Era la frase que todos los padres decían de sus hijos, pero Tanya pensó que, probablemente, siendo británicos, sería cierto. Además, hasta que encontrasen un apartamento de alquiler, darían un poco de vida a su casa. Aunque no quisiera escribir el guión, quería ayudarle. Tendría que buscarse otro guionista pero podía instalarse con sus hijos en su casa hasta que se situara.
– ¿Cuándo vuelves? -preguntó Tanya con preocupación.
– En enero. Cuando terminen el trimestre escolar, sobre el 10 más o menos.
– Perfecto. Mis hijos ya habrán regresado a la universidad y hasta las vacaciones de primavera no volverán a aparecer por casa. ¿Cuándo te marchas?
– Esta noche.
Phillip había dejado el dossier sobre el proyecto encima de la mesa. Tanya lo cogió y él contuvo la respiración. Lo sujetó en las manos durante un interminable minuto y sus miradas se cruzaron.
– Lo leeré y te diré algo. De cualquier modo, puedes quedarte en mi casa. No te hagas muchas ilusiones. No escribiré otro guión pero puedo decirte lo que pienso -dijo Tanya, impresionada por la historia y por su creador.
Se levantó con la carpeta entre los brazos.
– Te llamaré después de leerlo. Pero no des nada por sentado. Es muy difícil que me decida a hacer otra película. Por buena que sea tu historia, el cine y yo hemos terminado. Quiero escribir una novela.
– Espero que esta sea la historia que te haga cambiar de idea -deseó levantándose él también.
Era un hombre alto y delgado.
Apenas intercambiaron una sonrisa. Phillip le dejó su número de móvil en Inglaterra y en la carpeta constaba su número de casa. Tanya le dio las gracias por haber viajado desde tan lejos para conocerla. A pesar de que le parecía una auténtica locura, Phillip le dijo que había merecido la pena, aunque su respuesta fuera finalmente negativa. Se dieron la mano y Phillip se marchó.
El director británico subió en su coche de alquiler y se alejó de la ciudad mientras Tanya conducía de vuelta a casa. Al llegar, dejó la carpeta encima de su mesa, pensando que ya encontraría algún momento más adelante para leerla. Dos horas más tarde, Molly, Megan y Jason llegaron a Marin y la casa cobró vida de nuevo. Estaba tan feliz de tenerles con ella que se olvidó del proyecto hasta después del fin de semana de Acción de Gracias. El domingo por la noche, cuando los chicos ya se habían ido, vio la carpeta encima del escritorio y lanzó un suspiro. No quería leerla pero se había comprometido a hacerlo y sentía que, por lo menos, le debía a Phillip una oportunidad.
Se sentó a leer la historia; a medianoche había terminado. Aunque deseaba odiar a Phillip, no podía. Sabía que tenía que escribir aquel guión y que sería el último. Mientras lo leía, había tomado numerosas notas y se le habían ocurrido un millón de ideas. Anhelaba escribir aquel guión. Phillip había construido una historia brillante, limpia, clara, pura, simple y potente a la vez que compleja y enrevesada. Tenía que escribir el guión.