Estuve a punto de olvidar a Nina y sus labios, porque la cantidad no coincidía con las expectativas de Mar López. Pero era imposible olvidar a Nina. Se puso de pie sonriendo y me dio la espalda sinuosa. Después, con una gracia felina, se sentó sobre mí, es decir sobre mí. Lidia seguía con su informe, del que solo captaba retazos, porque Nina se movía con deliciosa lentitud y aunque yo conocía su malicia al interferir en la conversación con Lidia, cooperaba con ganas. Giró la cara y su expresión era de triunfo.
– … lo extraño del caso -apuntaba Lidia ignorando su derrota- es que El Muerto no se preocupó demasiado por ocultar su identidad durante el atraco. Una llamada anónima y lo pescaron dos días después, junto al botín íntegro. Bueno, casi íntegro: faltaban unos mil euros. ¿Nico? ¿Estás ahí?
– S-sí, negrita -aseguré en un esfuerzo de concentración-. Es que se me hizo un lío con el cable del teléfono…
– Qué cable -murmuró Nina antes de que pudiera taparle la boca con una mano. Había colocado los pies sobre el sillón, uno a cada lado de mis piernas, y subía y bajaba, con sacudidas fuertes y precisas. Separé la espalda del sofá, para amortiguar el ruido acompasado que hacíamos y que Lidia terminaría por notar.
– Ya está, negrita. Me decías que El Muerto robó treinta mil, se gastó mil en caramelos y se dejó agarrar mansito… No tiene mucho sentido.
– No. Tal vez pensaba mantenerse oculto una temporada y no alcanzó a salir de Madrid. Andá a saber. El caso es que le cayeron cinco años, pero por buena conducta y como había devuelto el dinero… Hace una semana que está en la calle. Cosas de la justicia.
Yo había conseguido mantener la calma de cintura para arriba, pero de ahí para abajo, Nina era dueña y señora, y recorría sus dominios con furia explosiva.
– En cuanto a tu Nina, es una chica de lo más activa…
– No me digas -comenté mientras la espalda de Nina subía y bajaba a un ritmo que anticipaba el final.
– Ajá. Un poco revoltosa en la facultad, hizo teatro con la otra, Noelia, y jugó a la burguesita revolucionaria. Después se casó con un diseñador con mucha guita y le puso los cuernos con un pintor de mala muerte. Se divorció y volvió al hobby del teatro, en cuanta obra exigiera ponerse en bolas…
– ¿Y el otro ejemplar? -dije para tapar los jadeos contagiosos de Nina que se alejaba sin salirse, apoyando los pies en el sillón, para dejarse caer y volver a subir, cada vez más rápido, cada vez más profundo.
– Parece más calmadita, pero también es buena pieza. Origen catalán de guita, se le sospechaba futuro como actriz y otro tanto como abogada, pero las malas compañías…
Nina se sacudió por dentro en un espasmo adorable y fue deteniendo su movimiento, dejándome solo con la conciencia del teléfono en la mano y mi deseo que dolía de deseo. Giró la cabeza para verme y sonrió con picardía, sabedora de que Lidia existía apenas como un rumor confuso en mi oreja. Todavía tenía los pies sobre el sillón, a cada lado de mis piernas, y apoyaba su espalda contra mi pecho. Se irguió otra vez en cuclillas y manipuló eso que me dolía de rigidez. Lo deslizó contra su sexo húmedo, trazando círculos y triángulos en su intimidad, y luego lo apretó contra su pelvis y lo hizo recorrer desde el final del bosque de vello mojado, hasta la entrada que yo anhelaba. Lidia seguía al teléfono:
– … y dice Manolo que no se les pudo demostrar nada, y tampoco lo intentaron, porque Noelia tenía relaciones muy importantes…
Nina jugó, sin decidirse. Se levantó un poco más sobre sus rodillas y pasó mi sexo a lo largo de esos labios que me llamaban. Pero no se detuvo. Al fin lo empuñó con firmeza y trató de franquearme la entrada que yo no conocía. Demasiado pequeño. Humedeció su mano con saliva en tanto yo contestaba con síes y noes al monólogo de Lidia y me puso la palma delante de la boca, para que aportara mi propia saliva. Me estremecí cuando me untó con nuestra mezcla. Volvió a probar la entrada y creí que otra vez fallaría. Cedió un poco y yo «que sí, Lidia, que voy a tener cuidado, que no soy un chico y no me fío de cualquiera», y Nina que ponía en tensión el cuerpo, se enderezaba para recibirme y hacía fuerza con su propio peso para forzar el paso. Lidia comentaba que se había relacionado al bufete de las chicas con «blanqueo de dinero, no de drogas sino de», por fin pude entrar un poco y una traba, como si después de anticipar el alborozo debiera conformarme con un fracaso, «pero luego no se llegó a formular una acusación porque tampoco era tanto dinero y no era cosa de montar un escándalo con concejales de por medio», y pude entrar un poco más con Nina temblando a medias por el esfuerzo y a medias por el placer y el dolor y le hice señas de salir y me dijo no, que mi mano a jugar delante con el pequeño botón de piel y nervios, «no hubo investigación posterior» decía Lidia, y yo pensaba que sí, que hubo investigación posterior y penetración, «pero siempre quedó la sospecha de que las abogadas estaban relacionadas con el blanqueo y metidas hasta», hasta la mitad y Nina me pidió que siguiera y obedecí gustoso pero con cautela, porque aquello apretaba y era distinto, no mejor ni peor, «pero apretaron al concejal, nomás, y la cosa no pasó de una bronca sin pruebas que ni llegó a los diarios y desde luego, nadie quiso llegar hasta el fondo del asunto», yo sí quería y Nina también quería y llegamos al fondo y nos fundimos y se detuvo el tiempo y Nina comenzó a bajar y a subir, primero despacio, porque había tiempo, «y pensaron que si de verdad estaban metidas en ese tipo de manejo de dinero ilegal, volverían a hacerlo y caerían en la trampa, porque eso es como un vicio, empiezan haciendo un pequeño negocio sucio y después quieren más y más», ¿más? pregunté a Nina y ella que más y más y subir y bajar y subir y bajar y dentro y dentro «y bueno Nicolás, ya te tendré al tanto de lo que salga y no dejes de llamarme para mantenerme informada y sobre todo descanso, que te noto agobiado, puede ser el calor, no te metas en nada raro», métela más y más y más decía Nina y Lidia «no te metas» y ya estaba metido todo lo que podía y las dos lo sabían cada una a su modo «y si pensaba volverme a casa, sería lo más prudente que no era cosa de andar de acá para allá», arribabajo arribabajo adentro adentro adentro, «alguna vez tenés que parar», no pares mi amor no pares que ya, «después te llamo», y yo también ya, «gracias por todo negrita, y perdón por la molestia» y el zumbido del teléfono sin nadie al otro lado de la línea ya y Nina y yo unidos por una línea de fuego y movimiento furioso y la mano del teléfono arrojándolo lejos y disputando el lugar con la otra mano y cada vez más hasta que todo fue rojo y explotó, yo dentro de ella y ella sin parar de hacerse hacerme el amor, que después habría tiempo para las dudas, las preguntas, las explicaciones y de momento «no salgas todavía».
15
Durante el resto del día espantamos los fantasmas a fuerza de caricias, comidas, bromas y más caricias. Nos contamos mentiras a medias y verdades pinceladas de fábula, y cada vez que un silencio incómodo preludiaba la conversación seria que habría de enfrentarnos con nuestros problemas, lo espantábamos con el conjuro de una frase, una postura, un juego infantil rescatado de la memoria y jugado por dos adultos desnudos que bien podían ser niños, uno dentro del otro y los dos vestidos de travesura.
Vimos la tele, simulamos que los concursos eran entretenidos y los telediarios decían la verdad. La casa era un útero infranqueable que nos protegía del riesgo de crecer y salir a la calle, donde había gente que no jugaba ni hacía bromas. Al final, después de un baño tormentoso en una bañera que no había sido ideada para tales excesos, hicimos al mundo la concesión de vestirnos y entre toallas y ropa interior perdimos las ganas de reír, que fueron a parar al canasto de la ropa sucia.