Выбрать главу

– La verdad es como un coño, ya te lo dije una vez. ¿Me creerás si te digo que lo hice porque me arrepentí de haberte puesto en peligro?

– Te creo. Pero a medias. Hay algo más.

La miré a los ojos. Bajó la cabeza y habló con rabia:

– Sí. Todo ese plan perfecto, toda esa frialdad para calcular y medir riesgos, toda esa mierda que inventé, no eran típicos de mí. Cuando comprendí que había estado pensando como Noelia, que tal vez yo también admiraba su mentira, me rebelé y decidí aparecer. -Sonrió como una nena-. Además, te tenía ganas…

Llegaba el momento que los dos veníamos esquivando. Nina habló primero:

– ¿Y ahora qué, Nicolás? Porque el caballero ofendido querrá cobrarse el engaño, y en lugar de escaparnos con el dinero y vivir de puta madre, dar diez vueltas al mundo, qué sé yo, seguro que te metes en líos. ¡Hay hasta policías muertos! -Cambió de táctica-. Es mucho dinero, piensa lo que nos podríamos divertir con casi un millón de euros…

– Casi ochocientos mil -corregí-. Le di doscientos a Serrano: está enamorado.

Sacudió la cabeza con amargura.

– Lo dicho: el señor Sotanovsky tiene que hacer las cosas a su modo, a su jodido modo de perdedor…

– Ha muerto gente, Nina, mucha gente.

– Yo no los maté, se metieron solos en esto. Y mal que te pese, Lidia se lo buscó. Como el policía, como los matones, como el detective, aunque ese menos.

– ¿Ya está? ¿No hay nadie más a quién culpar del juego inmundo que queriendo o sin querer pusiste en marcha?

Busqué por la oficina hasta encontrar la guía telefónica. Empecé a pasar páginas bajo la mirada de Nina.

Me detuve, saqué la pistolita plateada de la mochila y la dejé en la mesa, junto a su mano. Seguí buscando en la guía, como si no viera de reojo que lentamente se acercaba al arma y la sostenía con mano firme:

– No necesitas buscar ahí para llamar a la policía -dijo muy seria-. Basta con marcar el 091…

No contesté, porque había encontrado el número y me estiré sobre ella para acercar el teléfono de su mesa. Marqué, conteniendo la respiración porque el reflejo de su imagen en la ventana me demostraba que la pistola estaba junto a mi riñón. Desde el auricular me llegó el tono de la llamada, como una explosión. Una vez, dos, tres, cuatro, Nina moviendo una pequeña palanca en la parte de atrás de la pistola, cinco, sacando el cargador, seis, empujando las balitas fuera con un pulgar triste y vencido, siete, ocho, dejándola sobre la mesa, vacía y bella como un adorno mortal, nueve. Nina se quitó la peluca pelirroja y la tiró al suelo. Alguien al otro lado de la línea descolgó el teléfono.

– ¿Viajes Argensitur? -pregunté-. Póngame con Julio. -Tapé el auricular con una mano y miré a Nina-. En esta agencia trabaja un amigo mío que nos puede asesorar. Porque tengamos un montón de pasta no la vamos a despilfarrar, ¿no? ¿O vos te creés que a la guita la cagan los perros?

***

No fueron diez vueltas al mundo, pero no estuvo mal del todo.

Y nos reímos mucho.

Dos años después casi no quedaba dinero: como viene se va. En una escala en Madrid comprobamos que todo se había calmado. Los peces gordos relacionados con el dinero robado formaban una cadena tan compleja que cuando empezaron a matarse entre ellos, cayeron uno tras otro. De la muerte de El Muerto no había salido nada en los diarios y en lista de Correos me encontré una postal de Serrano, desde Canarias. Estaba escrita en verso.

Le propuse a Nina que lo dejáramos y no insistió ni pidió explicaciones, porque prefería no saber la verdad.

Y la verdad era que Nina era una mujer explosiva, divertida y menos superficial de lo que yo creía. Era genial y me hubiera gustado enamorarme de ella.

Pero la verdad, como Nina me enseñó, es un coño; la verdad la conocíamos los dos y por eso no la dijimos: de quien yo me había enamorado sin remedio era de Noelia.

Lavapiés, Casa Tirso, 2011.

Carlos Salem

***