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Lucy Gordon

Un maravilloso presente

Un maravilloso presente (2006)

Título Originaclass="underline" The wedding arrangement (2006)

Serie: 3º Amores italianos

CAPÍTULO 1

AL DÍA siguiente del compromiso de su hermano Pietro, Luke empezó a hacer su maleta.

– Esto es una locura -murmuró- Debería quedarme y luchar por ella.

A pesar de todo, subió a su moderno coche deportivo y enfiló hacia la autopista en la que podría correr dentro de los límites permitidos y llegar a Roma en menos de tres horas.

Luke se registró en un lujoso hotel en Parioli, la parte más elegante y cara de la ciudad. Más tarde, se mimó con la mejor comida y vino de Roma que bebió sumido en sus reflexiones.

«Debí haberme quedado», pensó con el rostro de Olympia en su mente, tal como la había visto por última vez, con los ojos extasiados en Pietro, su novio, que muy pronto sería su marido. Sin embargo, Luke se vio obligado a reconocer que nunca había tenido la menor oportunidad con ella.

Estaba pensando en recogerse temprano cuando sintió que una mano le daba unas palmaditas en el hombro.

– Debiste haberme avisado que venías -dijo una voz en tono afectuoso.

Era Bernardo, el gerente del hotel, un hombre gordo, de unos cuarenta y cinco años y buen talante. Luke solía hospedarse allí cuando iba a Roma y siempre habían mantenido una buena relación.

– Fue una decisión de última hora -Luke intentó responder en tono risueño-. De pronto me he convertido en el propietario de una finca que necesito visitar.

– ¿Propiedades? Creía que lo tuyo era la industria.

– Y lo es. Me cedieron la finca como pago de una deuda.

– ¿Queda en este sector?

– No, en el Trastevere.

Bernardo alzó las cejas. Si Parioli era el barrio más elegante de Roma, Trastevere era el más pintoresco.

– Tengo entendido que no está en buenas condiciones, así que pienso hacerle algunas reparaciones y luego venderla.

– ¿Y por qué no la vendes tal como está? Deja que otro se ocupe de las obras.

– La signora Manfredi nunca me lo permitiría. Es una letrada que vive y trabaja allí. Ya me ha notificado lo que espera de mí a través de un bombardeo de cartas.

– ¿Y piensas hacer lo que esa mujer te dice?

– No es una mujer, es un dragón. Por eso no te avisé de que venía a Roma. Primero quiero echar un vistazo al lugar antes de que ella empiece a escupir fuego por la boca.

– ¿Ésa es la única razón de tu viaje? ¿No hay ninguna mujer que te haya destrozado el corazón? -inquirió Bernardo, con una mirada perspicaz.

– Nunca permito que eso suceda -respondió, tajante.

– Muy prudente por tu parte.

– Aunque debo confesar que me aficioné bastante a una joven, a sabiendas de que estaba enamorada de mi hermano. Fue un error, aunque los errores se pueden corregir.

– ¿Y lo corregiste con tu acostumbrada eficacia? Se te conoce como un hombre que valora el orden, tranquilo e invulnerable. Te envidio. Lo que necesitas ahora es emborracharte con unos buenos amigos que más tarde te traigan al hotel.

– ¡Cielo santo, Bernardo! ¿Cuántas veces me has visto borracho?

– Muy rara vez.

Luke rió a su pesar.

– Uno hombre debe ser responsable de su vida, y eso es lo que importa. Buenas noches.

Luke se marchó a su habitación, repentinamente inquieto. Durante un momento se vio a sí mismo a través de los ojos de su amigo: un hombre que apreciaba el orden y el control de sí mismo sobre todas las cosas. Un hombre frío y duro que daba poco, y tras cuidadosas consideraciones. Esa visión de sí mismo no estaba lejos de la verdad, aunque nunca le había causado problemas.

Luke observó que en su móvil había un mensaje de Hope Rinucci, su madre adoptiva, y la llamó de inmediato.

– Hola, Mamma. Sí, llegué sin novedad.

– ¿No has visto a la signora Manfredi?

– Pero si acabo de llegar. Por lo demás, antes de enfrentarme a ella debo armarme de valor.

– No me digas que le tienes miedo.

– Sí, te juro que estoy temblando.

– Irás al infierno por embustero, y te lo mereces.

Luke se echó a reír. Ella siempre le hacía sentirse bien. En su mente podía verla en la Villa Rinucci, enclavada en lo alto de una colina que miraba a la bahía de Nápoles.

– ¿Estás cansada después de todos los festejos?

– No he tenido tiempo para cansarme. Ahora estoy planeando la fiesta del compromiso de Pietro y Olympia.

– Pensé que había sido anoche.

– No, lo de anoche fue sólo un brindis por ellos al final de la boda de Justin. Seguro que querrán su propia celebración.

– Y si no fuera así, de todos modos la organizarías -observó con afectuosa ironía.

– Bueno, no puedes esperar que pase por alto una fiesta.

– Nunca se me ocurriría.

– Y luego celebraremos la boda.

– Espero ese día con ilusión. Por nada del mundo me perdería la oportunidad de recrearme con la caída de Pietro.

– Luke, encontrarás a la mujer adecuada para ti.

– Tal vez no. Puede que me convierta en un viejo solterón y cascarrabias.

Hope se echó a reír.

– ¿Un chico tan apuesto como tú?

– ¿Chico? Tengo treinta y ocho años.

– Siempre serás un niño para mí. Tu esposa es la próxima en mi lista, así que no lo olvides. Y ahora ve a divertirte.

– Mamma, son las once de la noche.

– ¿Y qué? Una hora perfecta para… lo que quieras.

Luke sonrió. Su madre nunca había sido mojigata, y en gran parte sus hijos la adoraban precisamente por eso. Toni, su marido, era más estricto.

– Necesito tener la cabeza despejada para tratar con la signora Manfredi.

– ¡Tonterías! Saca a relucir todo tu encanto y te la ganarás.

Hope Rinucci estaba convencida de que sus hijos eran encantadores y que ninguna mujer se les resistía. Luke pensaba que tal vez sus hermanos menores lo fueran. En cuanto a él, era un hombre alto, de constitución atlética y facciones regulares, aunque sonreía poco y su expresión era autoritaria.

Con Olympia había sido diferente. Bajo su influencia, hasta había llegado a ser encantador. Aunque dudaba que volviera a sucederle una segunda vez.

Cuando cortó la comunicación, volvió a sentir aquel extraño desasosiego y optó por refugiarse en el trabajo. Así que se puso a examinar la carpeta que contenía los detalles de su nueva propiedad no deseada.

Se llamaba Residenza Gallini. Era una finca de cinco plantas que ocupaba los cuatro lados de un patio interior. La signora Manfredi había abierto las hostilidades a través de una carta razonablemente comedida en la que se interesaba por saber cuándo iría a Roma a fin de dar comienzo a las obras indispensables para mejorar las condiciones deplorables en que vivían sus clientes. Luke respondió que iría cuando fuera oportuno y, con toda delicadeza, aventuró que tal vez se exageraban las malas condiciones del inmueble.

Al parecer, ella hizo caso omiso de su delicadeza y lo bombardeó con una lista de reparaciones imprescindibles y su correspondiente presupuesto cuya suma final dejó a Luke muy impresionado.

Luego pensó que los autores del presupuesto tal vez fueran amigos o parientes de la letrada y se sintió ofendido por el modo en que ella pensaba que podía someterlo a su voluntad.

Volvió a asegurarle que iría a Roma cuando lo considerara oportuno. Y así había continuado la correspondencia, cada cual más contenido que el otro a medida que aumentaba su propia irritación.

Luke se la imaginaba como una cincuentona hecha de granito que gobernaba el mundo con inflexible eficacia. Hasta su nombre era alarmante. Minerva era la diosa de la sabiduría, famosa por su brillante intelecto, aunque también por llevar armadura y empuñar una lanza.