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– Porque, por desgracia, él está muerto. ¿No puede haber más de un hombre en su vida?

– Desde luego, aunque sólo si yo deseo que lo haya.

Y con serena firmeza, Minerva dio por finalizado el tema.

– Gracias por el desayuno. Me marcho.

– Fijemos un día para enseñarle la finca y ver las reparaciones que hay que hacer.

– Ya me envió una lista exhaustiva.

– Sí, pero la realidad es peor. ¿Mañana le viene bien? Dispongo de la tarde libre.

– Me temo que no -mintió Luke-. Primero tengo que organizar mi agenda, pero me pondré en contacto con su secretaria -añadió. A juzgar por la mirada irónica de la joven, Luke comprendió que no la había engañado. Entonces la miró fijamente y en sus ojos Minerva leyó claramente que no iba a ser tan fácil doblegarlo-. ¿Me puede dejar la llave del apartamento donde dormí anoche? Quiero volver a verlo. Gracias.

Los días siguientes la agenda de Minerva estuvo tan llena que tuvo poco tiempo para reflexionar sobre el hecho de que Luke aún no se había comunicado con ella.

Para evitar las miradas curiosas de los inquilinos, empezó a llegar tarde por la noche. Sabía que estaban muy agitados ante la perspectiva de que realmente podría ayudarlos. El hecho de saber que el asunto se había atascado los dejaría muy desilusionados.

Tampoco podía decirles que parte de ella se alegraba de no ver a Luke. Nunca había hablado de su marido con extraños y, sin embargo, había contado cosas a ese hombre que ni siquiera habría confiado a la familia de Gianni.

Entonces tuvo que viajar a Milán a visitar a un cliente y se quedó una semana en la ciudad. En ese tiempo, su secretaria le informó que no había ninguna llamada de Luke.

La noche anterior a su regreso a Roma, decidió que ya era suficiente y llamó al hotel Contini.

– Lo siento, signora, pero el signor Cayman se marchó esta mañana -le informó el recepcionista.

Minerva voló a Roma maldiciéndose a sí misma. Él había vuelto a Nápoles y su oportunidad se había esfumado.

Cuando entró en el patio, Netta y sus chicos corrieron a abrazarla.

– Querida, eres un genio -exclamó su suegra al tiempo que la estrechaba entre sus brazos.

– No, Netta, soy una estúpida.

– Tonterías. Esperábamos tu llegada para decirte que estamos orgullosos de ti. Fue un golpe maestro. Todo el mundo lo comenta.

– ¿Alguien me puede decir qué he hecho para que se me califique de genio?

Nadie dijo una palabra. Uno de los jóvenes tomó la maleta de Minnie y todos subieron la escalera hasta llegar a la segunda planta. Entonces se abrió la puerta del apartamento que había estado vacío y apareció un hombre que la miró con sarcasmo.

– ¿Qué… qué está haciendo aquí? -preguntó Minnie arrastrando las palabras.

– Vivo en esta casa -le informó Luke-. Me he mudado a este apartamento, aunque debo decir que su estado es deplorable. Lo primero que haré mañana será quejarme a mi casero.

Las reuniones de la comunidad de vecinos siempre se celebraban en casa de Netta. En esa ocasión había una atmósfera expectante.

Netta ofreció café y bizcochos a los inquilinos, que daban por sentado que sabía algo.

– Desde que Minnie llegó de Milán la he visto muy poco. Ha pasado en su oficina desde la mañana hasta la noche, así que no hemos tenido oportunidad de conversar -explicó Netta.

– Seguramente ha hablado con él en privado. Es posible que ella lo motivara a venirse a la Residenza -comentó un vecino.

Netta guardó silencio porque sospechaba que Minnie no había tenido nada que ver en la decisión del signor Cayman.

Por fin se abrió la puerta y Minerva entró apresuradamente con una gran cantidad de documentos bajo el brazo. Para desilusión de los vecinos, llegó sola.

– Prestad atención -dijo, crispada-. Tenemos mucho que conversar esta noche. Las cosas han cambiado, pero podemos tornarlas a nuestro favor.

Minerva se calló al ver que se abría la puerta.

– Siento llegar tarde -se excusó Luke. -¿Qué hace aquí?

– Pensé que hoy se celebraba la junta de vecinos. ¿Me he equivocado?

Una bulliciosa bienvenida de los asistentes ahogó la pregunta.

– Sí, hoy es la reunión, aunque creo que su presencia aquí no es conveniente.

– Pero yo soy un inquilino -dijo en tono ofendido-. ¿Es que no tengo los mismos derechos que los demás? Minerva inspiró profundamente.

– También es el propietario de la finca.

– Entonces tengo que asistir a la reunión para que me diga lo que piensa de mí -replicó con una sonrisa.

– Signor Cayman, si ha leído mis cartas, sabe muy bien lo que piensan los vecinos de usted.

– Pero usted le escribió al propietario y yo estoy aquí como inquilino. Tengo varias sugerencias para tratar con el dudoso personaje dueño de la propiedad. Verá, conozco sus puntos débiles. No hay nada como una información confidencial.

Todo el mundo se echó a reír. Minnie sabía lo que ese hombre tramaba. Fingía un tono amistoso sólo para influir sobre los inquilinos. Pero ella no estaba dispuesta a permitirlo.

– Tiene toda la razón -replicó con una fría sonrisa, como para darle a entender que la batalla había comenzado-. Aunque yo poseo información realmente valiosa acerca de este inmueble y de lo que necesita. Sin esos datos, usted no sabe nada. Y si realmente quiere estar informado, signore, sugiero que ahora mismo empecemos a inspeccionarlo.

– Pero el signor Cayman ya lo ha hecho. Fue a mi casa esta mañana y a la de Giuseppe por la tarde. Se mostró muy interesado y prometió que se haría cargo del asunto -intervino Enrico Tallini.

Lentamente, Minnie dejó escapar una gran bocanada de aire.

– Excelente noticia -dijo con la esperanza de que no se notara su confusión.

– ¿Y yo? -preguntó una señora mayor-. ¿Cuándo irá a ver mi casa?

– Ésta es la signora Teresa Danto. Vive en la última planta, en un piso demasiado grande para ella. Necesita algo más pequeño y más abajo, para no tener que subir tantas escaleras.

– Entonces tendría que ir a verlo ahora mismo -dijo Luke al tiempo que ofrecía el brazo a Teresa.

La asamblea rompió en vítores y todos abandonaron la estancia detrás de Luke y la anciana.

CAPÍTULO 5

EL PISO de Teresa se encontraba en un estado razonable, aunque era demasiado grande para una persona. Tan pronto como entraron a la sala de estar, Luke se fijó en la fotografía de un hombre mayor.

– Antonio, mi marido -dijo Teresa con orgullo-. Vivimos muchos años aquí; pero ahora que ya no está, el piso se nos ha quedado grande a Tiberius y a mí -añadió con tristeza. Tiberius resultó ser un imponente gato negro que los miraba con soberana indiferencia desde el alféizar de la ventana-. Por favor, cámbienos más abajo. Estoy demasiado vieja para subir y bajar escaleras y a Tiberius no le gustan las alturas.

– En ese caso, podría mudarse a mi piso y yo me quedo con el suyo -sugirió Luke al instante.

Los demás inquilinos aprobaron bulliciosamente la idea y acompañaron a Luke a su apartamento.

– Signora Teresa, mañana podremos hacer la mudanza. Y tendremos que decorarlo.

– Ah, no. Así está muy bien -la anciana se apresuró a decir-. Eso me saldría muy caro.

– Caro para mí, pero no para usted -objetó Luke-. Y ya que es tan pequeño, el precio del alquiler será más bajo.

– ¿Pagaré menos? -preguntó, extasiada-. Si es así, Tiberius podrá comer pescado todos los días.

La anciana estaba tan contenta que insistió en invitar a todo el mundo a su piso y, como los vecinos de la Residenza siempre estaban en ánimo de fiesta, todo el mundo subió con ella.