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Luke se convirtió en el héroe del día. Minnie, que lo miraba con cinismo, sólo pudo maravillarse de la facilidad con que se estaba ganando a todo el mundo. Aunque su truco con Teresa había sido muy hábil, no solucionaba los daños del inmueble, pero ellos no parecían darse cuenta. Luke se acercó a ella.

– ¿Le complace ver que me estoy comportando como un buen propietario?

– No se preocupe por mí. Es a ellos a quienes tiene que complacer.

– La verdad es que el infierno se congelará antes de que usted me reconozca alguna buena cualidad.

– Soy un dragón, ¿no lo recuerda? Buenas noches.

– ¿No se quedará? -preguntó, escandalizado.

– Tengo que trabajar.

– No le hará bien para el dolor de cabeza.

– ¿Cómo sabe que me duele la cabeza?

– Por el modo en que cierra los ojos. Estoy en lo cierto, ¿no es así?

– Sí, pero es una molestia pasajera.

– Dolerá más si no hace nada por calmarla. Hoy no se trabaja. Venga conmigo.

– ¿Para qué?

– Vamos a tomar un café, conversar civilizadamente y celebrar nuestra tregua.

Mientras bajaban al patio, el ruido se apagó tras ellos y la joven experimentó una grata sensación de paz y quietud. Le extrañaba disfrutar de ese momento con Luke junto a ella y, sin embargo, era agradable.

Cuando salieron a la calle, Minerva inhaló una gran bocanada de aire fresco con la cara vuelta al cielo y una expresión de éxtasis.

– Supongo que parezco una loca -dijo cuando al abrir los ojos vio que Luke la observaba.

– No, aunque me parece que debería hacer esto más a menudo ¿Mejor ahora?

– Sí, el aire estaba muy cargado allá arriba.

Pasearon sin rumbo por las calles con sus trattorias todavía abiertas cuyas luces brillaban sobre el empedrado de la calzada. En una esquina, Luke entró en una farmacia abierta las veinticuatro horas del día.

– Para su cabeza -dijo cuando volvió junto a ella-. En caso de que no sea tan fuerte como dice.

– A veces no lo soy -convino ella-. A veces lo único que deseo es tumbarme en la cama y dormir.

– Acaba de cometer un fallo. Nunca hay que admitir una debilidad ante el adversario. Podría utilizar esta información para socavar su terreno.

– ¿Lo hará? -preguntó riéndose sin alegría.

– Bueno, puede que no lo haga ahora.

– No olvide que también conozco una de sus debilidades. Es un hombre que lo pasa muy mal si no duerme lo suficiente. Pero no se preocupe, no se lo diré a nadie. Sólo utilizaré la información para socavar su terreno, cuando sea necesario.

Ambos se echaron a reír. En ese momento, la batalla estaba lejos. Minerva decidió que empezaría a luchar al día siguiente.

Luke la condujo a una terraza, pidió café para ambos y le entregó la cajita de calmantes.

– Gracias, no tomaré nada por el momento. Me siento mucho mejor.

Minutos después, Luke se quedó contemplándola mientras ella tomaba su café.

– Todo el mundo se apoya en usted, ¿no es verdad? -preguntó repentinamente.

– ¿Qué?

– La noche que nos conocimos, usted fue a sacar a Charlie de la comisaría. Y no ha sido el único. ¿O me equivoco?

– Es cierto. Pero todas han sido infracciones leves. Cosas de la familia.

– Pero no son su familia. Se han apegado a usted y la cargan con todos sus problemas.

– ¿Y por qué no? Soy la mujer fuerte y me gusta serlo.

– De acuerdo, le gusta. Pero hasta el más fuerte a veces necesita un descanso. ¿Alguno piensa en usted alguna vez?

– Sí, Netta. Ha sido mejor que mi propia madre.

Minerva sabía lo que Luke quería decir. Aparentemente, Netta era la matriarca de la familia, aunque la joven lo era de hecho, y precisamente por serlo, a veces se sentía aislada. Intentó recordar cuándo había sido la última vez que había paseado por las calles del Trastevere como en ese momento y no lo logró.

De pronto, Minerva notó que alguien los observaba. Luke también lo vio.

– ¡Hola!

Cuando el chico se acercó a ellos, Minerva notó que llevaba un perrito en los brazos.

– ¿Es él…?

– Sí, es mi amigo. Me alegro de ver que ambos estáis bien.

– Y yo también me alegro de que usted se encuentre bien -dijo con formal cortesía-. Quiero darle las gracias por lo que hizo por nosotros la otra noche.

– Afortunadamente el incidente tuvo un final feliz.

– Pero fue arrestado. Seguro que le hicieron pagar una multa. Verá, yo tengo un poco de dinero de mis ahorros…

– No hace falta, todo está solucionado. No tienes de qué preocuparte -repuso Luke con amabilidad-. Aunque no deberías estar en la calle a estas horas.

En ese momento, se abrió una ventana en una de las viviendas sobre la terraza en que se encontraban.

– Giacomo, sube a casa de inmediato -gritó una mujer.

– Sí, Mamma. Él también quería darle las gracias.

Luke acarició la cabeza del cachorrito y luego el chico se marchó corriendo.

– ¿Por qué me mira así? -preguntó Luke.

– Creo que lo juzgué mal. Nunca me lo habría imaginado en un hombre como usted.

Minerva lo dijo por la amabilidad con que había tratado al chico más que por haber comprobado que la historia del perrito era cierta.

Luke le adivinó el pensamiento.

– Es porque tengo hermanos menores.

– ¿Usted lee la mente?

– Bueno, en este caso es fácil porque para usted soy el demonio en persona y le sorprende cualquier cosa que no calce con su prejuicio -comentó. Ella se echó a reír y Luke le tomó la mano-. Supongo que llegará el día en que no estaremos en frentes opuestos. Cuando eso suceda, me gustaría hablar ciertas cosas con usted.

No fue fácil responder porque los ojos de Luke estaban fijos en su mano y no en su rostro, aunque al parecer él no esperaba una respuesta. Tras apretar los dedos de la joven, Luke los llevó un instante a su mejilla y luego le soltó la mano.

Más tarde, continuaron paseando lentamente. La luna estaba en lo alto y ella se sentía invadida de una paz muy parecida a la felicidad.

– Tómese una aspirina antes de dormir -sugirió Luke cuando la dejó en la puerta de su casa.

Minerva negó con la cabeza.

– Ya no las necesito. El dolor se esfumó como por encanto.

– Buenas noches, entonces -dijo Luke mientras le apretaba la mano antes de marcharse.

Pasados unos días, Luke hizo que trasladaran los muebles de Teresa a su apartamento.

Más tarde, con la ayuda de algunos vecinos, subió los suyos al piso que Teresa acababa de abandonar. Cuando la tarea hubo concluido, los hombres compartieron una cerveza alegremente.

Entonces le tocó el turno a Luke de celebrar una fiesta en su nuevo hogar. Alegre y bulliciosa, fue una de las mejores que se habían organizado en la Residenza.

Minnie trabajó hasta tarde, así que llegó a última hora para compartir un vaso de vino y la alegría de Teresa.

– Vas a echarlo de menos, porque fue el hogar que compartiste con Antonio -comentó.

La anciana negó con la cabeza.

– Mi hogar con Antonio está aquí -declaró al tiempo que se llevaba una mano al corazón-. Y siempre estará aquí. Los ladrillos y el cemento no significan nada. Uno debe estar preparado para lo que la vida pueda ofrecerle en adelante.

Una mágica quietud se apoderó de Minerva. Le pareció oír susurros distantes llegados de lugares misteriosos, como si fuesen mensajes sólo para ella.

Entonces giró la cabeza y vio que Luke se encontraba muy cerca.

– Siento que no haya podido llegar más temprano.

– Lo intenté. Mire, le he traído un regalo con motivo de la fiesta de estreno de su casa.

Era un libro sobre el Trastevere, lleno de historias y bellas fotografías del pintoresco barrio romano.

Cuando Luke le dio las gracias, Minnie le respondió con una breve sonrisa y se marchó corriendo a casa, ansiosa por encontrarse en soledad.