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Le parecía que relacionarse con Luke era como estar con dos hombres a la vez. Uno que podía llevarla a la ira y al rechazo y otro capaz de llevarla a las profundidades del deseo hasta hacerle anhelar fundirse en él.

Pero no eran dos seres. Era un solo hombre que la estaba volviendo loca. Desesperada, había optado por revelarle el plan de Netta con la esperanza de poder reír juntos de las artimañas de la mujer. Su idea había funcionado en parte, aunque no podía evitar las sensaciones que se apoderaban de su cuerpo cada vez que pensaba en él, especialmente por las noches.

La fiesta de Netta se celebró la noche siguiente y durante la primera hora, todo sucedió como Minnie había esperado. Luke fue recibido como el salvador de todos los vecinos.

Entonces, se acercó a ella con una sonrisa.

– Intenta no parecer como si te hubieras tragado un erizo -murmuró.

– No seas injusto. Te lo has ganado y no te guardo rencor por tu popularidad.

– Mentirosa -susurró en el oído de la joven y su cálido aliento le produjo escalofríos.

Más tarde, Minnie observó que algo le pasaba a Luke. La sonrisa se había convertido en una mueca y tenía la frente perlada de sudor.

Entonces se acercó discretamente y lo alejó de una chica que intentaba coquetear con él.

– Es hora de irse a casa.

– Tonterías, me encuentro bien.

– No es verdad, te duele mucho, y como buena madre que soy te llevaré a casa.

Luke asintió, incapaz de negarse. Minnie dijo unas palabras a Netta y luego bajaron al piso.

– Sabes lo que están comentando ahora, ¿verdad?

– ¿Porque nos hemos marchado temprano? -preguntó Minnie.

– Sí. Seguro que mañana Netta espera un anuncio formal. ¿Qué le dirás?

– Nada. Me limitaré a sonreír enigmáticamente. Eso la volverá loca.

Luke se echó a reír al tiempo que indicaba el brazo y la mano vendados.

– Mírame. ¿Cómo se imagina Netta que yo podría…?

– Como lo hace un erizo, con mucho cuidado.

Luke volvió a reír, pero a Minnie no se le escapó la mueca de dolor.

– ¿Por qué no dijiste que no te encontrabas bien?

– Supongo que por un estúpido orgullo. He estado ejercitando el brazo y posiblemente me excedí un poco.

– Más que un poco. ¿Has tomado los calmantes?

– No, pensé que ya era hora de empezar a prescindir de ellos.

– Deja que los médicos lo decidan.

Minnie le llevó un vaso de agua mineral y dos calmantes que Luke tomó de inmediato.

– Creo que debes irte a la cama. Vamos, yo te ayudaré -dijo la joven.

Luke le pasó el brazo por los hombros y entraron en el dormitorio. Con una expresión absolutamente impersonal, le quitó la ropa hasta dejarlo en calzoncillos. Luego lo acomodó sobre las almohadas y lo cubrió con la colcha.

– Lo siento -suspiró Luke.

– No seas tonto -replicó ella al tiempo que se sentaba en la cama, junto a él-. No debí haber permitido que fueras a la fiesta. ¿Quieres que me marche para que puedas dormir?

– No, quédate y cuéntame algo -murmuró.

– ¿Como qué?

– Dime, ¿fue cierto lo que dijiste? -preguntó de improviso.

La joven lo miró intrigada.

– ¿Decir qué?

– La noche de la explosión dijiste: «¡Oh, Dios, otra vez no!» ¿O lo soñé?

En ese instante, Minnie comprendió lo que quería decir. Desesperada al verlo en el suelo y cubierto de sangre, lo había acunado en sus brazos con una intensa sensación de haber vuelto al pasado. A ese día. Y durante un instante terrible, Minnie no supo a cuál de los dos estrechaba contra su pecho.

Un nudo en la garganta le impedía contestar la pregunta de Luke. Tras dejar caer la cabeza entre las manos, se quedó inmóvil con los ojos cerrados hasta que sintió que una cálida mano le acariciaba suavemente los cabellos.

– Cuéntame.

– No puedo -dijo con la voz enronquecida.

– Minnie, tienes que contárselo a alguien o vas a enloquecer. ¿Qué es lo que has estado ocultando tanto tiempo? ¿Por qué no puedes hablar de ello?

– Porque no puedo. ¡No puedo! -exclamó con vehemencia.

– Confía en mí, carissima. Puedes contarme cualquier cosa. Soy tu amigo.

Luke pensó que volvería a rehusar, pero Minnie alzó la cabeza con un estremecimiento.

Sus ojos estaban anegados en lágrimas. Y, tras una larga pausa, comenzó a hablar.

CAPÍTULO 9

– AMABA a Gianni -dijo suavemente-. Con todo mi corazón. Estábamos muy unidos, de todas las formas en que un hombre y una mujer pueden estarlo. Nos reíamos de las mismas cosas, veíamos el mundo con una misma mirada y todo era perfecto cuando hacíamos el amor. Pero el último año las cosas comenzaron a estropearse. Mi carrera de pronto había despegado y tuve que dedicarle mucho más tiempo. A él nunca le había importado, pero empezó a irritarse por mis continuas ausencias. Incluso cuando estaba aquí tenía que continuar con mi trabajo. Gianni se resintió y empezaron las discusiones.

– Comprendo -murmuró Luke.

– Al final, parecía que no sabíamos hacer otra cosa más que reñir -prosiguió la joven-. Tras una de esas peleas, acordamos hacernos un espacio sólo para nosotros; un acuerdo que intenté respetar. Un día decidimos pasar la mañana en la cocina preparando una comida muy apetitosa que disfrutaríamos juntos. Pensábamos que algo tan sencillo como eso ayudaría a solucionar nuestros problemas. Pero a última hora me llamaron para que representara a un cliente en un caso de urgencia.

»Tuvimos una horrible pelea. Gianni dijo que si me marchaba sería el fin de lo nuestro y que no me volvería a ver en la vida. Le dije que me parecía muy bien porque ya estaba harta de él. Entonces salí apresuradamente para llegar a tiempo a la reunión con mi cliente. Él me siguió a la puerta y me llamó a voces, luego bajó la escalera y salió corriendo a la calle. Yo oí que me llamaba, pero estaba tan furiosa que ni siquiera me volví a mirarlo. Así que no supe cómo sucedió, solamente oí un ruido como un golpe sordo, el chirrido espantoso de los frenos de un vehículo y los gritos de la gente en la calle.

Minerva se detuvo, estremecida. Luke la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.

– Continúa -dijo en tono sombrío.

– Me volví sólo cuando oí el terrible impacto. Gianni estaba tendido en el suelo y la sangre manaba de su cabeza. Un camión lo había embestido cuando intentaba cruzar la calle. Me precipité hacia él. Con los ojos cerrados, yacía tan quieto que ni siquiera me permití pensar que podría estar muerto. Tenía muchas cosas que decirle y él tenía que escucharme. Así que me arrodillé y lo estreché entre mis brazos diciéndole que lo sentía, que no había querido herirlo con mis palabras, que lo amaba. Le grité una y otra vez que lo amaba, pero él no podía oírme.

Las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas.

– Minnie… -murmuró Luke al tiempo que la ceñía contra su cuerpo, con los labios sobre sus cabellos.

– Yo lo amaba -sollozo-. Nunca tuve intención de decir las horribles palabras que le grité al marcharme, incluso pensaba pedirle perdón cuando volviera a casa. Pero cuando intenté decírselo, él ya no podía oírme. Lo último que oyó de mí fue que estaba harta de él. Y eso fue lo último… lo último…

Minnie se derrumbó con un gemido angustiado y anegada en llanto.

– Minnie -susurró Luke-. Minnie…

– Eso fue lo último que Gianni oyó. Le dije una y otra vez que lo sentía, pero él no podía oírme. Estaba muerto y ahora nunca sabrá…

Minerva volvió a gemir y luego estalló en sollozos tan violentos que Luke temió que sufriera un colapso. Entonces la acunó entre sus brazos maldiciendo su propia impotencia. Sentía el dolor de Minerva como su propia agonía.