– No fue culpa tuya -dijo a sabiendas que sus palabras eran inútiles.
Todo lo que podía hacer era abrazarla con la esperanza de que el calor de su cuerpo le transmitiera algún consuelo. Sin decir palabra, dejó reposar la mejilla contra sus cabellos esperando que amainara la tormenta. Poco a poco, los sollozos se convirtieron en un suave quejido.
– Fue por mi culpa -repitió cuando al fin pudo hablar.
– ¿Por qué dices eso?
– Si me hubiera vuelto a casa cuando me llamó desde la escalera, nada habría sucedido. Podría haber impedido lo que iba a ocurrir y él todavía estaría vivo.
– Minnie, pensamientos como ése pueden atentar contra tu cordura.
– Lo sé. Cuando a veces sueño con lo que ocurrió, creo que voy a enloquecer de dolor. Las escenas se repiten una y otra vez. En el sueño voy corriendo escaleras abajo, pero me vuelvo cuando Gianni me llama y él está vivo y a salvo. Entonces despierto y compruebo que no es verdad, que todo fue un sueño y vuelvo a enloquecer de pesar.
Minnie apretaba los brazos de Luke con tanta fuerza que él hizo una mueca de dolor, aunque por nada del mundo se habría movido un centímetro.
– Siempre pienso que si tuviera el poder de volver el tiempo atrás y detenerlo en el momento adecuado… -susurró.
– Lo sé, lo sé.
– Por más que lo intento, el tiempo no se detiene y yo no puedo hacer nada.
– Por desgracia, es así. El fin es lo más difícil de aceptar. No podemos hacer nada, por más que lo intentemos.
– Sí, y el recuerdo es una tortura.
– ¿Qué dice tu familia? Estoy seguro de que ninguno de ellos te culpa de la desgracia.
– No lo saben. Nadie lo sabe.
– ¡Oh, Dios! -susurró, conmovido por su soledad.
– Nadie nos oyó discutir esa mañana. Unos vecinos vieron que Gianni bajaba corriendo detrás de mí y que salía a la calle, pero no se enteraron de que habíamos peleado. Pensaron que intentaba alcanzarme porque se me había olvidado algo, o porque quería darme un beso de despedida. Nunca me he sentido capaz de contarle la verdad a Netta; no por mí, sino por no agravar más su pesar. Ya es suficiente con que piense que fue un accidente.
– Y de hecho fue un accidente.
– No, no lo fue -rebatió en un tono de amarga auto condena-. Sucedió porque yo estaba enfadada. Fui cruel y…
– ¡Basta ya! -dijo Luke con vehemencia-. No hables así. No eres culpable. Fue uno de esos golpes terribles que se abaten sobre nosotros sin aviso. A él lo destruyó, y si sigues así, puede que te destruya a ti también.
– Sí -convino Minerva-. A veces miro a Netta y me pregunto qué diría si supiera la verdad. Es tan buena conmigo que a veces siento la tentación de decirle que no lo merezco.
– Sí que lo mereces. Mereces bondad, amor y todo lo que es bueno. ¿Cómo puedo convencerte?
Minnie guardó silencio largo tiempo y luego simplemente repitió`.
– Él nunca lo sabrá. He intentado decírselo tantas veces… Antes del funeral lo vi en el ataúd y le dije que lo amaba y que lamentaba tanto nuestra discusión de esa mañana, pero fue inútil. No era él. Estaba frío y su piel era como la cera y en él no pude reconocer a mi Gianni porque se había ido a algún lugar donde yo no podía seguirlo.
En ese momento un recuerdo asaltó a Luke.
– Esa mañana cuando te vi en el cementerio inclinada junto a su lápida…
– Vamos a visitarlo en días señalados, como aniversarios, su cumpleaños o el día de su muerte. Preferiría ir sola, pero Netta insiste en acudir con toda la familia.
– Recuerdo que cuando ellos se alejaron te volviste a mirar la lápida y vi tu rostro. Todo lo que me has contado estaba allí, sólo que entonces yo no lo comprendí.
– Me di cuenta de que me habías visto con la verdad escrita en la cara y te odié por eso.
– No me odies. No, por favor -rogó.
– ¿Cómo podría hacerlo? Te he confiado algo que no sabe nadie más en el mundo, y todavía no comprendo por qué.
Su tono era el de una niña pequeña y confundida.
– Porque en el fondo de tu corazón sabes que puedes confiar en mí. Soy tu amigo y no te fallaré. Estoy aquí para cuidarte.
– Se supone que soy yo la que tengo que cuidar de ti -dijo al tiempo que cambiaba de posición para mirarlo de frente.
Su rostro todavía estaba desencajado por la angustia y las lágrimas no cesaban de fluir sin que se diera cuenta. Luke le pasó los dedos por las mejillas.
– Tenemos que cuidar el uno del otro -dijo cariñosamente.
– ¿Quieres que te traiga algo antes de que te duermas? -preguntó Minnie al tiempo que intentaba incorporarse.
– No. Los calmantes empiezan a hacer su efecto. Pero, ¿y tú? Creo que no te encuentras muy bien.
– Estoy bien, de veras. Siento haber hecho esta escena.
– No has hecho ninguna escena. Arruinarás toda tu vida si no somos capaces de aliviar el dolor que te corroe.
– Nunca podré aliviarlo. Siempre estará allí y tendré que vivir con él.
– ¿Cómo? ¿Bajo el peso de la culpa? Minnie, no puedes pasar la vida expiando por algo que no fue responsabilidad tuya.
– ¿Por qué no? Le arrebataron la vida por mi causa. ¿Qué derecho tengo a la vida?
– ¿O a la felicidad? ¿O al amor? -inquirió él, airado-. Su vida fue su vida y desgraciadamente se acabó. No puedes prolongarla sacrificando el resto de la tuya.
Minerva sacudió la cabeza e intentó alejarse, pero Luke la retuvo.
– Minnie…
– Déjame ir. No debí habértelo contado.
– Hiciste bien, porque soy la única persona que puede ayudarte a permitir que la luz del día penetre en la oscuridad de tu noche. Confía en mí, Minnie.
Su tono imperativo también encerraba un ruego, porque algo le decía que habían llegado a un punto crítico y todo dependía de lo que ocurriera en ese momento. Minnie se había acercado a él, pero en ese momento se alejaba y él sabía que no debía permitir que eso ocurriera.
El cuerpo de la joven repentinamente perdió su rigidez, como si el deseo de luchar la hubiera abandonado, y Luke volvió a atraerla hacia sí.
– Quédate aquí -ordenó-. No hace falta que me traigas nada, así que quédate conmigo.
– De acuerdo -dijo Minnie con voz apagada-. Sólo unos minutos.
Se tendió junto a él y Luke sintió que su cuerpo se relajaba, como si acabara de encontrar algo largamente esperado. Momentos más tarde, se quedó dormida.
Durante unos minutos, Luke escuchó su respiración acompasada y casi se atrevió a esperar que por fin hubiera encontrado un poco de paz. Deseó poder ver su rostro; pero le bastaba que estuviera allí, tranquila y segura en sus brazos.
Casi hubiera reído al pensar en las veces que había deseado tener a Minerva en su cama, su cuerpo contra el suyo. Y cuando al fin se cumplía su deseo, estaba más lejos de él que nunca. Sin embargo, había conseguido algo infinitamente más dulce, precioso y pleno de esperanzas.
El brazo bueno empezó a dolerle bajo el cuerpo de Minnie, pero nada le habría hecho moverse y cambiar de posición. Así que permaneció como estaba hasta que lentamente se quedó dormido. En la madrugada, Luke despertó de repente. El brazo estaba insensible y ella no se había movido un centímetro.
La primera visión que Minerva tuvo al despertar fue la ventana de su habitación, como siempre. Pero cuando fue capaz de recobrar la memoria, se dio cuenta de que se encontraba en el lugar equivocado. Tendría que estar durmiendo en el cuarto de invitados.
Sólo entonces fue consciente del cuerpo de Luke contra el suyo y pudo sentir su calor a través de la colcha que los separaba. El brazo bueno reposaba bajo el cuerpo de ella y el malo la cubría en un gesto protector.
Minnie se alzó con cuidado y cuando se volvió hacia él descubrió que la miraba con ojos soñolientos, tal como lo había visto antes de quedarse dormida.