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– ¿Te encuentras bien? -preguntó Luke.

– Sí, estoy bien -dijo y se dio cuenta de que era verdad-. Cielo santo, ¿ésta es la hora?

Eran las siete de la mañana. A regañadientes se levantó de la cama y salió de la habitación. Entonces notó que estaba completamente vestida. Los recuerdos de la noche anterior de pronto asaltaron su mente.

Lo había llevado a su casa para cuidarlo y resultó que él había cuidado de ella. Luke había hecho lo que nadie más podía hacer: había sacado a la luz el secreto que tanto la angustiaba y le había comunicado una sensación de paz y fortaleza que no había experimentado durante cuatro años.

Pero había sido más que eso. Minerva había dormido como un bebé en sus brazos, sin sueños, y esa mañana se sentía fuerte y bien. Había empezado el proceso de su curación y la maravillaba que fuera gracias a Luke. Y más maravilloso aún era que él la había mantenido entre sus brazos toda la noche sin hacer nada que no hubiera hecho un hermano. Se había dormido profundamente, pero el instinto le decía que en sus brazos encontraría seguridad y protección.

«No intentó hacer el amor conmigo. Eso es lo mejor de todo, aunque nadie lo comprendería», pensó con una sonrisa. Luke había dicho: «Arruinarás toda tu vida si no somos capaces de aliviar el dolor que te corroe». ¡Nosotros! No tú, sino nosotros, los dos actuando unidos como amigos y aliados.

Minnie pudo sentir a sus espaldas que Luke se acercaba a ella.

– Lo siento. Lo mantuve aplastado toda la noche, ¿no es así? -dijo cariñosamente al ver que él movía el brazo con mucho tiento.

– No te preocupes. Volveré a recuperarlo cualquiera de estos días.

Se echaron a reír al unísono y la calidez que Minnie sintió en ese instante fue muy diferente a la excitación sensual que se apoderaba de ella al besarlo.

Era la cálida sensación de seguridad que hacía mucho tiempo que no sentía.

– Ojalá no tuvieras que salir hoy -dijo Luke mientras desayunaban.

– A mí también me gustaría quedarme. Pero hoy tengo un juicio importante. Debo defender a un hombre en un pleito que nunca debió haberse entablado. La parte contraria lo hizo con el propósito de medir fuerzas con él. Esperan amedrentarlo para sacarle dinero y yo no lo voy a permitir.

– ¿Así que vas a la batalla?

– Sí. Y puede que aquí no sea una buena compañía, así que…

– Minnie, no tienes que disculparte. Está bien -dijo Luke rápidamente-. Has prometido defender a ese hombre y debes dar lo mejor de ti misma.

Minnie le sonrió con alivio.

Luke aprovechó la ausencia de Minerva para hacer unas llamadas urgentes al banco y a un hombre llamado Eduardo Viccini que fue a verlo esa misma tarde. Pasaron varias horas en la sala de estar examinando documentos y posibles tácticas de actuación.

Luke había esperado que Minerva regresara tarde, pero llegó cuando el visitante se acababa de marchar. Respiró aliviado. No estaba preparado para un encuentro entre Minerva y Viccini.

La joven entró en la sala con una sonrisa y una pesada bolsa de comestibles que dejó caer en el sofá. Luego ella hizo lo mismo y se puso a rebotar con regocijo de arriba abajo en el asiento.

– Pareces una escolar en vacaciones -comentó Luke con una sonrisa.

– Y así es como me siento. ¡Libre! ¡Libre!

– El juicio no puede haber acabado tan rápidamente.

– Sí que terminó. La otra parte se echó atrás. Te dije que sólo intentaban amedrentar a mi cliente.

– Enhorabuena. ¿Eso significa que te tomarás un descanso?

– Debería estudiar unos documentos, pero sí que me puedo relajar un poco.

– Entonces vamos a celebrar tu libertad. Iré a comprar unas pizzas y vino. Hoy no se cocina, se descansa.

– ¿Y veremos en la tele uno de esos estúpidos concursos de preguntas y respuestas?

– Mientras más tonto, mejor.

Cuando Luke regresó con la compra, la joven había cambiado su severo traje por un vaquero y un jersey. Sí, era la Minnie que él prefería.

Fue una velada maravillosa. Tras la cena, ella lo entretuvo contándole vívidas anécdotas sobre sus adversarios en el juicio de esa mañana.

Luke rió de buena gana.

– Debiste haber sido actriz. Tienes un don especial para ello.

– Ese don es muy necesario en el ejercicio de la profesión de abogado -comentó ella.

Más tarde, se dedicaron a ver los peores concursos de preguntas y respuestas que ofrecía la televisión.

Ninguno de los dos había mencionado la intimidad compartida la noche anterior, pero cuando Luke le puso la mano en el brazo, con toda naturalidad ella se estiró con las piernas en un brazo del sofá y la cabeza apoyada en un muslo de Luke.

– Te has equivocado en una respuesta -dijo mientras mordía una manzana, atenta a las respuestas de los concursantes en las que ellos también participaban.

– No me he equivocado -replicó él acaloradamente-. Había tres opciones.

– Y has elegido la incorrecta.

– Dejémoslo ya -dijo Luke-. Oye, ¿cómo llevabas eso de ser medio inglesa cuando eras pequeña? -preguntó de improviso, tras una pausa.

– No muy bien. Creo que mis padres no eran felices en su matrimonio. Mi madre era una persona bastante tensa y severa y, hasta donde puedo recordar, mi padre era muy italiano emocionalmente, con un corazón muy cálido. Él no se preocupaba por los detalles y eso enfurecía a mamá. Supongo que tenía razón, porque toda la carga recaía sobre ella. Pero entonces, yo no era capaz de comprenderlo. Sólo veía que mi padre era maravilloso y que ella reprobaba todo lo que yo consideraba agradable en él. Falleció cuando yo tenía ocho años y ella regresó conmigo a Inglaterra en cuanto pudo hacerlo. Sin embargo, allí nunca me sentí bien. Mi corazón ya era italiano y odiaba el modo en que mi madre intentaba hacer de mí una chica inglesa. No me permitía hablar ni leer libros en italiano, aunque yo siempre lo hacía. Solía sacarlos de la biblioteca y los metía de contrabando en casa. Sí, era terriblemente obstinada.

– ¡No me digas!

– No te hagas el gracioso. De todos modos, aún no me has visto en mi peor momento.

– ¡Que el cielo me asista! Bueno, continúa con la historia mientras todavía estoy a salvo.

– Afortunadamente, mi madre se volvió a casar cuando yo tenía dieciocho años. En realidad era una molestia para ella, así que pude venirme a Italia sin mayores impedimentos. De hecho…

Una irónica sonrisa de pronto torció sus labios.

– ¿Qué hiciste? -preguntó, fascinado.

– No quiero decírtelo, es muy vergonzoso -admitió.

– No creo que hicieras nada vergonzoso.

– ¿Y el chantaje no es algo espantoso?

– ¿Chantaje?

– Bueno, creo que soborno sería el término más adecuado. Verás, mi padrastro era un hombre acaudalado y me hizo saber que si me esfumaba él estaría dispuesto a mostrarse generoso. Yo sabía que necesitaría una ayuda antes de poder valerme por mí misma…

Luke se echó a reír.

– ¿Cuánto dinero le sacaste?

– Digamos que la cantidad sirvió para pagar mi formación profesional.

– ¡Bien por ti!

– Sí, estaba muy complacida conmigo misma, aunque de un modo insufrible.

– De eso, nada. Fuiste muy lista. Si alguna vez te cansas de los tribunales, te haré participar en mis negocios. Piénsalo, en los negocios necesitamos un buen abogado.

– Si es así, debo confesarte que devolví ese dinero.

– ¡Minnie, por favor! ¡Justo cuando empezaba a admirar tu astucia! Lo acabas de estropear -dijo en tono reprobatorio.

– Lo sé, incluso casi me arrepentí. Al fin y al cabo ambos habíamos ganado algo. Yo me había alejado de ellos y desde entonces nunca les causé problemas. Sin embargo, cuando empecé a ganar dinero, devolví a mi padrastro lo que me había dado. Tenía que hacerlo, aunque eso me dejó irritada conmigo misma.

Luke hizo una pausa. En su interior se libraba una batalla. Percibía que el fantasma rondaba bajo la superficie de la conciencia de ambos y no se sentía dispuesto a invitarlo a entrar. Sin embargo, sabía que debía hacerlo en beneficio de Minerva.