– ¿Y cuál fue la opinión de Gianni? -preguntó al fin.
CAPÍTULO 10
LUKE esperó una reacción adversa ante la mención del nombre, pero Minerva esbozó una tierna sonrisa.
– Gianni dijo que estaba loca, pero no intentó disuadirme. Ahora que lo pienso, siempre fue así. Era un hombre tolerante, de trato fácil. Solía decir: «Haz como te parezca, carissima». Y yo siempre lo hacía -acabó con una breve risa.
– Eso suena al marido ideal -observó Luke, en un tono cuidadosamente ligero-. Tú decías «Salta» y él saltaba. ¿Qué más puede pedir una mujer?
– Me hace parecer la típica esposa dominante, aunque ahí había gato encerrado. Gianni simulaba ser un hombre dócil e inútil para ciertas cosas, y ésa era su manera de cargarme con todos los trabajos que lo aburrían. Si había formularios que rellenar, llamadas telefónicas a algún funcionario público y cosas por el estilo, siempre decía: «Lo dejo en tus manos, cara. Tú eres inteligente». Después de un tiempo, caí en la cuenta de que había delegado mañosamente en mí casi todo el trabajo.
– ¿Y te importó?
– En realidad, no. Tenía algo de sentido porque debido a mi oficio, conocía mejor los entresijos de la burocracia, y bien sabes cómo es la burocracia italiana.
– ¿Y si no hubieras sido abogada?
– Él habría encontrado otra excusa, desde luego -dijo con una sonrisa-. Gianni se parecía a mi padre en ese aspecto. ¡Todo menos rellenar un formulario! Aunque, después de todo, ¿qué importaba si uno de los dos podía hacerlo? Formábamos un buen equipo.
– Y tú eras la más inteligente de la pareja, ¿verdad?
Minnie se echó a reír.
– La verdad era que no me importaba cargar con el trabajo, porque a cambio él me dio amor y felicidad. Nuestro matrimonio era… bueno, no sabría cómo explicarlo.
– Vamos, como puedas.
Ella negó con la cabeza.
– ¿Vas a decirme que no es asunto mío? -preguntó Luke, con buen humor.
– Estuvimos casados diez años. ¿Entonces cómo podría explicártelo? ¿Tendría que referirme al primer año, cuando empezábamos a descubrirnos mutuamente? ¿O a los años posteriores cuando ya éramos una pareja asentada? Al principio congeniábamos casi en todo. Pasé algunos años en la Facultad de Derecho y luego hice mis prácticas en una firma. No ganábamos mucho entonces.
– ¿A qué se dedicaba él?
– Conducía camiones para una empresa local que comerciaba con productos diversos a través de Nápoles y Sicilia.
– ¿Así que pasaba mucho tiempo fuera?
– Cuando iba a Nápoles regresaba el mismo día. Y cuando tenía que viajar a Sicilia se quedaba una o dos noches en la isla.
– Para ti era cómodo ya que pasabas el día estudiando, ¿verdad?
– Claro que sí. Gianni solía comentar que otros conductores casados temían por la fidelidad de sus mujeres, pero él sabía que sus rivales eran mis libros.
– ¿Pensaste alguna vez en tener hijos?
A Luke le pareció que ella vacilaba un instante.
– Hablamos sobre el tema, pero siempre había obstáculos que lo impedían. Deseaba darle hijos, y creo que habría sido un buen padre porque tenía un gran corazón.
Y ya no dijo más. Luego fue a la cocina a preparar un refrigerio y, de vuelta a la sala, se aseguró de que las cortinas estuvieran corridas.
– No estaban mirando, ¿verdad? -preguntó Luke.
– No, aunque no me extrañaría que lo hicieran. Cuando Netta se empeña en algo, no para hasta conseguirlo.
– ¿Y no podrías armarte de valor y decirle que nadie en el mundo te va a convencer para que te cases conmigo?
– Ya lo he hecho, y no ha funcionado. Ella piensa que si nuestro matrimonio puede beneficiar a todo el mundo, es mi deber sacrificarme.
– ¡Gracias!
– Me parece haberte advertido sobre las fuerzas alineadas en tu contra -observó con una sonrisa.
– Y piensas que no soy capaz de arreglármelas solo, ¿eh?
– ¿Estás bromeando? Entre Netta y tú, yo apostaría por ella.
– Y yo también -observó en tono pesimista.
– No te preocupes. Yo te salvaré de ese horrible destino. Tengo fuerza suficiente para luchar por los dos.
– ¿Y quién tiene la fuerza suficiente para luchar por ti? -preguntó impulsivamente.
Ella se encogió de hombros.
En ese momento, empezaba una vieja película sobre los tiempos de la Orden de la Caballería, en la Edad Media. Se trataba de un caballero que tenía que escoltar a la dama que viajaba para contraer matrimonio con un gran señor. Durante el largo trayecto se habían enamorado perdidamente. Sin embargo, mantuvieron una conducta virtuosa, simbolizada en la espada que el caballero colocaba entre ellos cuando dormían por las noches.
– Aunque en la vida real el truco de la espada ya no funciona. Uno de los dos acabaría cortado en pedazos -comentó Luke cuando acabó la película.
Minerva se echó a reír.
– ¿Quieres algo más?
– No, gracias -dijo con un bostezo-. Me voy a la cama.
– Yo también.
Antes de entrar en el dormitorio, Luke hizo una pausa.
– No tengo espada, pero sí un brazo malo -comentó en tono ligero.
– No tienes que tranquilizarme -replicó ella con calma.
– Hasta pronto, entonces.
Cuando apareció en el dormitorio minutos más tarde, Luke ya estaba acostado. Entonces extendió el brazo izquierdo y ella acomodó la cabeza en el pliegue del codo. Él apagó la luz y, durante unos minutos Minnie estuvo tan quieta, que él pensó que dormía.
– Gracias, Luke -murmuró de improviso.
– ¿Esto te sirve de ayuda?
– Nunca sabrás cuánto -dijo antes de quedarse dormida. Luke esperó un momento y, al sentir su respiración acompasada, también se entregó al sueño.
La joven se removió una sola vez murmurando palabras ininteligibles. Luke le acarició los cabellos con la mano vendada.
– Todo está bien. Yo estoy aquí -susurró.
Minnie se tranquilizó y no volvió a moverse.
En las noches siguientes, cuando Minerva yacía en la oscuridad junto a Luke, a veces pensaba que el destino de ambos era un misterio, pero sabía que no había nada que temer. Ignoraba qué profundo instinto hacía que Luke armonizara con sus necesidades, qué motivaba su buena disposición a subordinar todo lo demás en beneficio de ella. Ese hombre, que una vez había considerado duro e insensible, parecía poseer la facultad de penetrar en lo más profundo de su corazón y mostrarse amable y comprensivo con lo que encontraba allí.
Durante el día conversaban, o más bien ella hablaba y él escuchaba. Luke había dicho una vez que había que dejar que la luz del día penetrara en su oscuridad, y era cierto. Y por las noches ella encontraba el consuelo de un sueño reparador, sin pesares.
Sin embargo, esa situación no podía durar. La pasión que brevemente se había encendido entre ellos aún permanecía allí, escondida pero latente; siempre a la espera. Aunque en esos días era la experiencia más dulce de su vida.
Y la dulce experiencia llegó a su fin una noche, cuando casi se habían dormido y el teléfono móvil de Luke empezó a sonar insistentemente. Él intentó apretar el botón correcto con la mano izquierda, pero el aparato se le escapó.
– No te muevas -dijo Minnie al tiempo que lo recogía, apretaba el botón y se lo alargaba.
– Gracias -murmuró-. Pronto.
Era Tony Rinucci. De inmediato, Luke se dio cuenta de que algo iba mal. Minnie, pendiente de su rostro, lo oyó exclamar:
– ¡Mamma! Sí, cuanto antes -dijo antes del cortar la comunicación.