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– ¿Qué pasa, Luke? -preguntó al notar su palidez.

– Es mi madre -respondió con dificultad-. Parece que ha sufrido un infarto. Se desplomó de repente y la llevaron rápidamente al hospital. Tengo que llegar a Nápoles lo antes posible.

– Llamaré al aeropuerto -dijo Minnie al instante.

El avión de Roma a Nápoles acababa de despegar y no había otro hasta la mañana siguiente.

– Llegaré a mediodía -gimió Luke-. Tal vez sea demasiado tarde. Tendré que ir en coche.

– No con el brazo y la mano vendados. No podrás controlar el vehículo.

– ¿Es que no lo entiendes? Tengo que llegar a Nápoles ya.

– Entonces yo te llevaré. A esta hora la autopista estará despejada, así que llegaremos en menos de tres horas.

Sin darle tiempo a responder, Minnie fue a su habitación y se vistió rápidamente. Cuando estuvo lista, notó que Luke se las había ingeniado para ponerse la ropa lo mejor posible y la esperaba en la puerta, con una tensa expresión de urgencia.

Minerva sacó su coche del garaje y muy pronto se encontraron en la autopista que conducía a Nápoles. Entonces pudo pisar el acelerador y condujo a la máxima velocidad permitida.

Luke habló una sola vez durante el trayecto.

– Gracias. No sé qué habría hecho sin ti.

– Cualquier vecino de la Residenza se habría ofrecido a llevarte. Te consideran un amigo. Pero quiero ser yo quien te deje en casa.

– Gracias -dijo y se sumió en un pensativo silencio.

En las afueras de Nápoles, se encontraron con un atasco a causa de un accidente. Afortunadamente no había heridos, pero un camión volcado bloqueaba el camino. Sólo había un carril disponible y los coches se movían lentamente hasta que al fin se detuvieron.

Con un gemido, Luke agarró el móvil. Pero el de su padre estaba apagado.

– En los hospitales no se permite utilizar el teléfono móvil. Pero no te aflijas. Llegaremos muy pronto -observó Minnie en tono comprensivo-. Mira, la fila de vehículos empieza a moverse.

– Tal vez ya sea demasiado tarde. ¿Por qué no estaba allí?

– ¿Tu madre se encontraba enferma?

– No que yo sepa.

– ¿Entonces cómo podías haber estado alerta? Era imposible adivinar lo que iba a suceder.

– Eso es fácil de decir, pero ella podría haber muerto en este mismo momento y yo no lo sabría. Debí haberla llamado más a menudo. Tal vez me hubiera dicho que no se sentía bien…

– Aunque es posible que en ese momento se encontrara bien. Luke, no empieces con los «si yo hubiera» porque lo único que vas a conseguir es atormentarte.

– Es inevitable -comentó en tono sombrío-. Lo sabes mejor que nadie. De pronto me descubro repitiendo las mismas cosas que tú decías respecto a Gianni.

– Aunque tú no has peleado con tu madre -repuso Minerva con suavidad-. Ella sabe que tú la quieres.

– Debí haberme comunicado con ella ayer, pero no lo hice. De haber sido así, le hubiera dicho… -Luke dejó escapar un suspiro-. Bueno, tal vez no mucho. Pero ella habría sabido que me importa ya que me había acordado de llamarla.

Cuando el tráfico se detuvo otra vez, Minnie lo zarandeó para obligarlo a mirarla.

– Luke, escúchame. ¿Cuántos años ha sido tu madre? ¿Más de treinta? ¿Crees que no sabe lo que sientes por ella? ¿Piensas que un incidente puede borrar todos esos años? -inquirió con vehemencia en su afán por disipar la angustia que veía en su rostro.

– ¿Por qué no? ¿No es lo mismo que piensas respecto a Gianni? Todos esos años de amor por él y todavía no puedes perdonarte por un incidente.

– No olvides que tú me has hecho ver mi error.

– Lo sé. Te has equivocado, como yo me equivoco ahora. Ambos lo sabemos, aunque eso no ayuda en nada, ¿no es así?

– No -repuso ella al tiempo que lo abrazaba-. No ayuda en nada, por más que intentemos razonar. A fin de cuentas, la razón no tiene nada que ver con los sentimientos.

– Si ella muere…

– Es demasiado pronto para decirlo, Luke.

– Si Hope muere antes de hablar con ella, entonces realmente seré capaz de comprender el infierno por el que has pasado, en lugar de hablar sobre ello. ¡Minnie, debes de haber pensado que soy un idiota! Palabras, muchas palabras, sin saber nada de nada.

– No, Luke, no ha sido así. Me has dado mucho más de lo que puedes imaginar. No han sido palabras solamente. Lo importante es que has estado conmigo todo el tiempo. Y eso era lo que más necesitaba. Ahora yo estoy a tu lado. Apóyate en mí.

Eso era todo lo que podía hacer por él. Ofrecerle algo de lo que él le había dado y rezar para que finalmente no tuviera necesidad de ello.

– Gracias, Minnie.

– Mira, la fila empieza a moverse otra vez. Sé fuerte, ya queda muy poco -dijo al tiempo que lo besaba una y otra vez.

– Sí.

Luke asintió con lágrimas en los ojos y se separó de ella muy a su pesar.

Un agente les hizo señas para que se movieran y ella arrancó otra vez hasta que al fin pudo conducir a buena velocidad.

– A partir de ahora tendrás que guiarme.

Luke le dio el nombre del hospital y la dirigió hasta que el enorme edificio apareció ante ellos.

– Te voy a dejar junto la puerta principal y luego iré a aparcar. Nos veremos más tarde.

– De acuerdo.

Antes de bajar del vehículo, Luke le dirigió una tensa sonrisa y ella supo que se temía lo peor.

– Buena suerte -dijo al tiempo que le apretaba la mano.

Luke se la estrechó con fuerza y luego se precipitó hacia la puerta principal.

A esa hora, el lugar de estacionamiento estaba casi vacío, así que Minerva sólo tardó unos minutos en llegar a recepción y un sanitario de guardia la guió hasta la tercera planta.

Al girar por un pasillo, la joven se detuvo.

Un grupo de hombres se encontraba junto a una puerta. Dos de ellos eran más jóvenes, muy parecidos entre sí y muy apuestos. Había otro un poco mayor, también parecido a ellos. Una sola mirada le bastó a Minnie para saber que se encontraba ante la familia Rinucci.

Todos notaron su presencia al mismo tiempo y se acercaron a ella en una actitud francamente amistosa. Minerva estrechó las manos de los hermanos, que le agradecían efusivamente el hecho de haber llevado a Luke a Nápoles. Para ella fue una experiencia un tanto excesiva, pero muy conmovedora.

– ¿Qué se sabe de vuestra madre? -preguntó rápidamente.

– Ahora se encuentra bien. Yo soy Pietro Rinucci.

– Encantada, Pietro. Creí entender que se trataba de un infarto.

– Mamma empezó de repente a respirar con dificultad y luego se desvaneció. Así que la trajimos aquí rápidamente. El médico dice que sólo fue un desmayo, pero que debe cuidarse. Así que nos vamos a asegurar de que obedezca sus órdenes -explicó uno de los atractivos mellizos.

– De todos modos te agradecemos lo que has hecho -dijo el otro.

Entonces todos la rodearon mientras la abrazaban y besaban. Para Minerva fue como estar en casa. Las muestras de afecto de los Rinucci eran muy parecidas a las de los Manfredi.

La puerta de la habitación se abrió de pronto y apareció un hombre de edad madura. Por encima de su hombro, Minnie pudo a ver a Luke sentado junto al lecho con la mano de su madre entre las suyas. Luego se cerró la puerta. Los jóvenes se acercaron llamándolo Pappa y luego se apresuraron a presentarle a Minnie. Era Tony Rinucci, con una expresión fatigada a causa de una noche de tensión y miedo.

También dio las gracias a Minerva cálidamente y respondió sus preguntas con vehemencia.

– ¡Los médicos dicen que se recuperará, gracias a Dios! Tienes que perdonarme por haberte obligado a hacer un viaje tan largo, pero soy su marido y estaba aterrorizado porque la quiero enormemente.

– ¿Cómo podría haber sido de otro modo? -convino Minnie.

– Pronto llegarán los otros hijos. Justin viene de Inglaterra. Franco estaba en Estados Unidos, pero llegará más tarde. Mi esposa se sentirá muy contenta al verse rodeada de toda su familia. Y también deseará conocerte, pero mientras tanto sería bueno que descansaras un poco. Carlo y Ruggiero te llevarán a casa.