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– ¿Podemos ver a la Mamma primero? -preguntó Carlo.

– No, no puede estar con tantas personas al mismo tiempo, y ahora es el turno de Luke. Marchaos ahora y atended a nuestra invitada.

– Carlo conducirá tu coche y nosotros iremos en el mío -dijo Ruggiero cuando salieron del hospital-. No estamos lejos de casa.

Muy pronto, Minerva distinguió la villa enclavada en una colina. Sus luces parecían iluminarles el camino mientras ascendían la cuesta. Cuando estacionaron en el amplio patio, una mujer de mediana edad salió a recibirlos.

– Es Greta, nuestra ama de llaves -le informó Ruggiero-. Seguro que Pappa la ha llamado y ya tendrá preparada tu habitación.

Minerva subió las escaleras junto a Greta, que la condujo a su dormitorio. Aceptó el refrigerio que le ofrecía, aunque su único deseo era estar sola y aclarar sus pensamientos. Todo había sucedido tan repentinamente que casi se sentía mareada.

Minerva se dio una ducha reparadora en el pequeño cuarto de baño, pero aún tenía necesidad de descansar. Cuando despertó, el sol brillaba en el cielo y desde la ventana pudo ver un coche que subía por la colina. Cuando se detuvo en el patio, Minnie observó que Tony y Luke bajaban del vehículo. Sus caras sonrientes confirmaban las buenas noticias. Durante un momento consideró la idea de bajar y arrojarse en los brazos de Luke, pero entonces vio que los otros corrían hacia ellos, que reían y se abrazaban.

Minnie se dio cuenta de que allí no era necesaria. Luke estaba con su familia, donde pertenecía. El estado de su madre no revestía gravedad. Y el momento de desesperada e intensa emoción con que se habían abrazado la noche anterior parecía haber ocurrido en otro mundo.

La joven se sentó al borde del lecho con un sentimiento de desolada decepción.

A causa de su trabajo, que a veces la obligaba a desplazarse por el país, Minerva siempre tenía preparado un bolso de viaje con ropa limpia y artículos de tocador.

Antes de marcharse, lo había recogido apresuradamente y en ese momento se alegraba de poder vestirse apropiadamente.

Greta apareció con un café y le informó que el almuerzo se serviría en el comedor. Cuando bajó la escalera, Luke la esperaba en el vestíbulo. No se había afeitado, pero estaba feliz y le dio un formidable abrazo.

– Está bien -susurró en su oído-. Más tarde la traerán a casa, y está deseando conocerte.

– Debe de haberse sentido impresionada al ver tu brazo vendado.

– Sí, pero pudo comprobar por sí misma que me encuentro bien. Se enfadó mucho por no haberla avisado, pero seguro que me perdonará. Es posible que intente sacarte más detalles…

– Seré la discreción en persona, no te preocupes -prometió.

Luego, Luke le presentó a los demás, entre los que se encontraba Pietro, a quien había visto en el pasillo del hospital esa madrugada. Minnie recordó las palabras de Luke: «La madre de Pietro es italiana, así que me llama «el inglés» a modo de insulto».

Y junto a Pietro se encontraba Olympia, la mujer de cabellos negros que aparecía en la fotografía que Minnie había descubierto en el billetero de Luke. Minnie observó que la joven sólo tenía ojos para Pietro, así que la abrazó de buena gana.

Luke le explicó que Carlo había ido al aeropuerto a recoger a Justin, que llegaría con su esposa e hijo.

– ¿Recuerdas que te hablé de él?

– Sí, el niño que separaron de su madre al nacer. Y ella creyó que había muerto.

– Sí. Hace unas semanas Justin y Evie se casaron aquí, en la villa, y ahora regresan de su luna de miel.

– La casa se llenará de gente. Debo marcharme pronto.

– De ninguna manera, primero tienes que conocer a la Mamma. Ella… -Luke se interrumpió al oír el sonido del teléfono móvil-. ¿Eduardo? -dijo, impaciente-. Siento haber tenido que marcharme tan de repente. No puedo hablar ahora. Te llamaré en cuanto pueda -añadió antes de cortar rápidamente.

Minnie estaba a punto de preguntarle quién era Eduardo cuando un ruido en el patio hizo que todos corrieran hacia las ventanas para ver la llegada de Justin y su familia.

Minutos después, Minnie se apartó discretamente mientras Luke conversaba con su familia.

«Una visión fascinante», pensó. Siempre lo había visto como un forastero. Y en ese momento se dio cuenta de que tenía su sitio en esa familia. Aunque ella sabía que todavía se consideraba un forastero, por decisión propia.

Cuando pudo escaparse, volvió a su habitación para llamar a Netta, que sentía gran curiosidad desde que descubrió que habían desaparecido de la Residenza. Netta se mostró muy compasiva cuando Minnie le informó de lo ocurrido, aunque añadió ansiosamente:

– Volverás con él, ¿no? Cara, no permitirás que se quede allí, ¿verdad?

– Desde luego qué no -respondió mecánicamente, y colgó de inmediato.

Minerva sintió que de pronto le faltaba el aliento. Tendría que haber sabido que eso sucedería. Y no se le ocurrió pensarlo siquiera. No había considerado la posibilidad de que Luke no regresara con ella a Roma.

Fue en ese momento cuando presintió el peligro. Era probable que Roma no hubiera sido más que un episodio pasajero para él, algo que podría abandonar cuando se le presentara la oportunidad.

La intimidad que los había unido quizá no hubiera sido más que una quimera, y con mayor razón al regresar al seno de la familia. Podrían mantener una correspondencia relacionada con los asuntos legales de la Residenza pero, en su esencia, la relación había terminado.

CAPÍTULO 11

ESA TARDE, Hope Rinucci volvió al hogar. Tony fue a buscarla al hospital tras insistir en que nadie lo acompañara porque quería estar a solas con su mujer.

Cuando la ayudó a bajar del coche, la madre miró sonriente al grupo que la esperaba y todos comprobaron que tenía buen aspecto. Sin duda, lo sucedido había sido una falsa alarma.

Un poco apartada de ellos, Minerva vio a una hermosa mujer en la cincuentena, una mujer capaz de atraer una admirada atención dondequiera que fuera, al margen de su edad. Minerva no pudo evitar una sonrisa cuando los hijos se acercaron a la dama. Más parecía un homenaje de los vasallos a su reina. Casi esperó que le besaran la mano.

Hope besó a cada uno de ellos. A Justin, el hijo mayor, a Evie, su esposa y a Mark, hijo del primer matrimonio de Justin. Luego se volvió a Pietro y Olympia.

– Ahora sí que podremos preparar vuestra boda -les dijo con una sonrisa.

Tras besar a los mellizos Carlo y Ruggiero, miró a su alrededor.

– ¿Y Franco?

– Lo verás más tarde, Mamma -respondió Carlo- No olvides que hay una enorme distancia entre Los Ángeles y Nápoles.

Por último, los ojos de Hope se posaron en la joven que contemplaba la escena en silencio.

– ¿Y tú eres Minnie?

– Sí, yo soy Minnie.

Hope la envolvió en un abrazo cálido y sincero y luego se apartó un poco para mirarla con atención.

– Luke me ha dicho que lo trajiste a Nápoles. Te lo agradezco de todo corazón.

Minnie, normalmente tan segura de sí misma, de pronto se sintió tímida frente a aquella imponente mujer.

– En realidad fue un viaje muy corto.

Una repentina tensión invadió a Hope. Algo indefinible, como una sensación de alerta que la obligó a ladear ligeramente la cabeza para escuchar mejor el tono de voz de la joven.

– Un viaje de tres horas no es muy corto, especialmente cuando a uno lo han sacado del sueño. Luke también me contó que lo has estado cuidando tras la explosión. Después me darás más detalles sobre el accidente.