– De todos modos me alegro de que se encuentre bien -dijo Minnie.
Sonriendo, Hope respondió con amabilidad y sus ojos se volvieron a Luke, que se había acercado a ellas. Tras repetir que se encontraba bien, la madre se opuso categóricamente a la sugerencia de ir a reposar. Media hora más tarde, un coche estacionó en el patio y por fin apareció el hijo que faltaba.
Franco había estado unas semanas en Los Ángeles y acababa de llegar a Nápoles tras trece horas de vuelo. Madre e hijo corrieron a abrazarse.
– Siempre he pensado que Franco es su favorito -comentó Olympia junto a Minnie-. Ella lo negaría, pero creo que se inclina un poco más hacia él. Aunque con Hope nunca se puede asegurar nada.
– A primera vista se ve que es una mujer fuera de lo común -convino Minnie.
– Hope lo ve todo, lo oye todo, lo sabe todo. Y luego empieza a hacer planes en silencio.
– ¿Hacer planes?
– Ella piensa que ya es hora de tener más nueras y no es una mujer que cruce los dedos y se siente a esperar los acontecimientos. Justin y Evie habían roto su relación, pero ella viajó a Inglaterra y volvió a unirlos.
– ¿Y que pasó con Pietro y tú? ¿También intervino en vuestra relación?
Olympia dejó escapar una risita.
– Debo admitir que Luke jugó el papel de Cupido entre nosotros. No lo creerías al verlo, ¿verdad?
– Diría que no tiene el aspecto de un Cupido -respondió al tiempo que lo miraba con la cabeza ladeada-. Aunque es verdad que Cupido se presenta de diversas formas. A veces aparece como un buen amigo, hasta que uno está preparado para algo más.
– Estoy segura de que bajo esa observación tiene que haber una historia fascinante -comentó Olympia.
– Y la hay -le aseguró Minerva.
Tras las nuevas presentaciones, todos notaron el cansancio de Franco antes de que pidiera hablar con su madre. Minerva descubrió un aliado inesperado en Mark, el hijo de Justin, un jovencito de trece años. Resultó que ambos había vivido en el mismo barrio de Londres, así que pasaron un buen rato juntos. «¿Te acuerdas de ese lugar donde…?», no dejaban de preguntarse mutuamente hasta que Evie, su madrastra se unió a ellos.
Tan pronto como la cena hubo concluido, Minnie se acercó a Luke.
– Es hora de dar las buenas noches a todo el mundo -le dijo en voz baja.
– ¿Tan pronto?
– No pretendo ser descortés, pero en realidad aquí estoy de más. Tu madre desea estar con su familia y yo debo atender mi correo electrónico. He traído el ordenador portátil.
– ¿Sueles llevar tu trabajo a todas partes? -preguntó sorprendido.
– Siempre es útil.
Minerva se despidió de Hope con la excusa de que todavía tenía sueño atrasado.
Ya en su habitación, tras conectar el ordenador intentó concentrarse en el trabajo, pero le resultó extrañamente difícil.
Desde abajo le llegaba el murmullo de los miembros de una familia feliz y eso aumentó la sensación de soledad que la invadía. «Éste no es mi sitio. Debo regresar a Nápoles con mi familia, que me necesita», pensó sorprendida de sus propios pensamientos.
Tras la muerte de Gianni, se consideraba una mujer autosuficiente. Por lo demás era natural que se sintiera como una forastera en medio de los Rinucci. Sin embargo, sentía como si la hubieran separado de Luke en el instante en que su corazón anhelaba estar junto a él. «Celos», pensó burlándose de sí misma. Y temor a perderlo, una emoción tan ajena a ella que le costó reconocerla.
Trabajó un par de horas mientras la casa lentamente empezaba a quedar en silencio.
Entonces apagó el ordenador y, tras darse una ducha, se preparó para ir a la cama. Luego apagó la luz y se quedó contemplando el jardín junto a la ventana. Los árboles aparecían cuajados de luces de colores. Bajo la ventana de pronto distinguió una terraza con una escalinata que conducía al jardín y de inmediato sintió la necesidad de encontrarse entre los árboles. No había nadie en el pasillo que conducía a la terraza.
Minutos después, Minnie corría sobre el césped hacia los árboles. Mientras contemplaba la bahía, la suave brisa marina la ayudó a relajarse.
Anhelaba la presencia de él, aunque extrañamente también deseaba alejarse de la villa y volver a Roma, a la vida que conocía y a la que pertenecía, de vuelta a los tiempos antes de Luke.
Minerva deseaba a ese hombre, aunque era una amenaza para una parte de su ser y por eso deseaba escapar; sobre todo porque Luke desconfiaba de ella tanto como ella de él.
– ¿Estás ahí?
Minerva se volvió y pudo ver que se acercaba de entre los árboles y su propia felicidad también fue una advertencia. «Aléjate de él ahora mismo».
– Sí, estoy aquí -dijo suavemente.
Luke se internó en las sombras con ella.
– Temía no volver a verte esta noche. ¿Saliste al jardín a buscarme?
– No, yo sólo… bueno, puede que sí.
– Toda la tarde he querido hablar contigo, pero no pude acercarme a ti. Aquí hay mucha gente. Me gustaría volver a Roma contigo, pero no puedo marcharme todavía.
Ella hizo una mueca irónica.
– El piso estará horriblemente vacío sin ti.
– Sí, y no tendrás a nadie que te sople las respuestas en esos tontos concursos televisivos.
– Es cierto. Luke…
Minnie le rodeó la cara con las manos al tiempo que lo miraba fijamente, llena de confusión, debatiéndose entre dos poderosas emociones.
– ¿Qué hay, Minnie? ¿A cuál de los dos estás mirando?
– Luke, no…
– ¿Quién es, Minnie? ¿Él o yo?
La joven lo atrajo hacia sí.
– Ahora no -susurró.
Él quiso decirle que necesitaba saberlo, pero su perfume lo silenció. Hasta entonces había resistido sólo por ella. Pero en ese momento era ella quien quería verle flaquear y le era muy difícil combatir su propio deseo.
Cuando sus labios se encontraron, Luke supo que no sería capaz de resistirse. La pasión que había mantenido bajo control afloró a la superficie, como si entre sus brazos Minnie fuese una llama que lo incendiaba impulsándole a besarla de un modo casi salvaje. Y la respuesta de la joven fue instantánea.
Minerva era una mujer experimentada que había vivido un amor apasionado, pero el celibato había ocultado el deseo siempre latente en su interior, a la espera de aflorar junto al hombre adecuado. Y percibía su ardiente deseo en el movimiento de su boca, en la sensualidad con que se ceñía al cuerpo masculino, en la calidez de su aliento que se mezclaba con el de Luke.
Minerva no se resistió cuando los labios de él se deslizaron por su cuello hasta la garganta y luego hasta el nacimiento de los pechos. Luke pudo sentir los fuertes latidos de su corazón y oyó el suave gemido que se escapó de los labios femeninos. Todo su cuerpo le urgía a una deliciosa conclusión. O al desastre.
– Minnie… espera -oyó lejanamente su propia voz. Y apelando a toda su fuerza de voluntad, se separó de ella-. Espera. Así no.
– ¿Qué? -susurró la joven.
– Mírame -pidió con urgencia. Ella alzó la vista casi sin verlo-. ¿Dónde estás, Minnie? Porque no te encuentras conmigo, ¿verdad? -murmuró.
«¿Y quién está contigo?», quiso añadir.
– ¿Por qué te preocupas ahora? -susurró la joven.
– Porque te deseo demasiado para arriesgar lo que podría haber entre nosotros -dijo con la voz enronquecida-. O tal vez me engaño a mí mismo y nunca podrá haber nada entre nosotros.
– No, no te engañas, pero… Han pasado tantas cosas, Luke… Si tú me deseas…
– Sí, te deseo como nunca un hombre ha deseado a una mujer, pero no así.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿Dónde está Gianni? ¿Me lo puedes decir? -inquirió. Minnie lo miró asombrada mientras se esforzaba por controlarse-. Él está aquí, ¿no es cierto? Está aquí porque siempre lo está, pero eso no es bueno. Quiero que vengas a mí, a mí, y no a una figura mitad yo mismo y mitad el hombre que realmente amas. Debes alejarlo de ti o decirme cómo deshacerme de él.