– No lo sé -exclamó con dolor.
– Debes saberlo si es que alguna vez ha de haber algo entre nosotros. Quiero hacer el amor contigo. Sólo Dios sabe cómo lo deseo, pero sólo cuando yo sea el primero para ti. Hasta entonces… -Luke se estremeció de ira y deseo-. Hasta entonces no puede haber nada entre nosotros -dijo entrecortadamente antes de apartarla de su cuerpo y alejarse rápidamente.
Fue un gesto brutal, pero tenía que hacerlo mientras todavía tuviera fuerzas. Cuando estuvo suficientemente lejos de ella, intentó calmarse y luego se atrevió a volver sobre sus pasos.
Luke alzó la vista y vio que había luz en la ventana de Minnie. Anhelaba subir a su habitación, rogarle que olvidara lo que había sucedido y decirle que aceptaría cualquier cosa con tal de tener un lugar en su cama y en su corazón. Pero ésa era la tentación más peligrosa de todas.
Para huir de esa tentación, tomó un sendero que se alejaba de la casa, cruzaba entre los árboles y pasaba junto a un banco que miraba a la bahía. Allí se sentiría seguro y en soledad.
Pero el banco estaba ocupado.
– Ven a sentarte a mi lado, hijo mío -lo invitó Hope, al tiempo que daba unos golpecitos al asiento.
Tras sentarse junto a ella, Luke se pasó la mano por los cabellos con un suspiro. Hope le dirigió una mirada comprensiva.
– Así que ya he conocido a la «camarera» -comentó con un guiño.
– ¿Camarera?
– La que atendió el teléfono cuando te llamé esa mañana al hotel. ¿No te parece que para ser una vieja tengo buena memoria?
– Nunca serás una vieja, y a veces me gustaría que tu memoria no fuera tan buena. Por lo demás, tú sugeriste que podría ser una camarera y yo…
– Y tú aprovechaste mi sugerencia como una buena manera de evadir cualquier pregunta. Admítelo.
– De acuerdo, soy un cobarde.
– No sé si recuerdas que también dije que por su tono me parecía una mujer apasionada, y ahora que he vuelto a oír su voz sé que no me había equivocado.
– Sí, aunque no es lo que piensas, Mamma -murmuró Luke mientras intentaba calmarse.
– Tal vez haya llegado la hora de que me expliques qué es entonces. ¿Voy a tener otra nuera o no?
– No lo sé. Es complicado.
– ¿Y por qué no me lo cuentas?
– ¿Qué es esto? ¿La Inquisición?
– Curiosidad maternal solamente.
– ¿Es que hay mucha diferencia?
– No mucha -admitió Hope al tiempo que le daba unas palmaditas en la mano-. Así que ríndete y cuéntamelo todo.
– De acuerdo, Minerva estaba en mi habitación aquella mañana, pero yo no estaba con ella.
– ¿Y dónde estabas?
– Sí, dinos dónde estabas -se oyó una voz desde las sombras. Madre e hijo alzaron la vista. Olympia se acercaba con una copa de champán en la mano. La joven se acomodó en un tronco caído cerca de ellos y los miró sonriente-. Soy toda oídos.
– El problema de haberme hecho con una hermana es que ahora hay otra mujer que mete las narices en la intimidad de un hombre.
– Entonces hago lo que me corresponde -observó Olympia alegremente-. Vamos, ¿dónde estabas?
– En la celda de una comisaría del Trastevere -confesó tras un profundo suspiro.
Sin dar muestras de desconcierto, Hope se limitó a asentir con la cabeza y Olympia se echó a reír.
– ¿Y qué hacías allí?
– Me vi envuelto en una pelea y me arrestaron. Charlie estaba conmigo… Ah, él es el cuñado de Minerva.
Luke también se echó a reír al recordar la escena sin advertir que su madre lo miraba fascinada.
– Así que Charlie y tú estuvisteis metidos en una riña callejera. ¿Y qué más? -inquirió la madre.
– Minnie fue a sacarlo del calabozo. Ya sabes que es abogada, así que también se hizo cargo de mi defensa.
Las dos mujeres prorrumpieron en carcajadas.
– Cómo me habría gustado estar allí. ¡Mi hijo, un hombre de negocios y ejemplo de sensatez, metido en una riña de borrachos!
– No he dicho que lo estuviera.
– Desde luego que sí -afirmó Olympia y Luke apretó los dientes.
– No olvido cuando partiste a Roma dispuesto a enfrentarte a ella -observó Hope.
Más relajado, Luke la miró con una sonrisa.
– Y lo hice. Por desgracia, lo hice en una celda y con la camisa desgarrada. Como no llevaba el carné de identidad, Minerva tuvo que ir a buscarlo al hotel, junto con mi teléfono móvil y ropa limpia. Así fue como atendió tu llamada.
– Te habías guardado lo mejor, hijo. Sólo me contaste que te habías mudado a la Residenza. Bueno, así que os habéis hecho amigos. Lo digo porque acudiste a ella cuando Toni te llamó.
Luke vaciló un instante.
– No tuve que ir a buscarla, Mamma. Estaba con ella.
– ¿En tu cama?
– No, en la de ella. Minnie me ha estado cuidando en su casa. Pero no es lo que piensas.
– No pienso nada, hijo mío, porque en tu relación con esa joven nada parece seguir su curso normal. ¿Cuál es exactamente tu relación con ella?
– Ojalá lo supiera. Me siento muy cercano a Minerva, como nunca lo he estado con otra mujer. Sé que me necesita, pero no soy el hombre que ama.
Hope alzó las cejas.
– ¿Ama a otro hombre y comparte tu cama?
– No en el sentido que piensas. Durante la última semana ha dormido junto a mí como lo haría con su perro. Todavía está enamorada de su difunto marido, Gianni Manfredi. Falleció hace cuatro años, aunque cualquiera pensaría que fue ayer, tan atada está a su recuerdo. No, me parece que es más que un recuerdo, es un fantasma del que no puede escapar. Constantemente ronda sus pensamientos, todo el tiempo está entre nosotros. Por las noches la he mantenido entre mis brazos mientras ella hablaba de él.
– ¿Y eso es todo? -preguntó Hope en un tono incrédulo y ligeramente escandalizado.
– Sí, y me hace parecer un pobre hombre, ¿verdad? De acuerdo, soy un pobre hombre, pero es lo que ella necesita. O habla de él o se vuelve loca. Como no puede hacerlo con los otros miembros de la familia, me ha tocado ser su confidente.
– ¿Y sólo le sirves para eso, hijo mío?
Luke dejó escapar una risa irónica.
– Sólo le sirvo para eso. Esta noche, por un momento albergué la esperanza… pero no, no era a mí a quien abrazaba.
– ¿Y por qué no la dejas? Hay muchas mujeres en el mundo.
Luke guardó silencio un momento, pero cuando habló fue como si a través de sus palabras por fin hubiera descubierto la verdad.
– No, Mamma. No para mí. No hay otra mujer cuya sonrisa me llegue al corazón como la de ella, o que me haga desear lanzarlo todo por la borda con tal de verla feliz.
– En otro tiempo nunca habrías hablado como lo haces ahora -observó Olympia con suavidad.
– En gran parte te lo debo a ti. Fuiste la primera mujer que me interesó de verdad, aunque sabía que perdería la batalla, como así sucedió. Así que ya tengo experiencia suficiente para hacer frente al desdén de Minnie.
Olympia se inclinó hacia él y lo besó suavemente en los labios.
– Podría asegurar que ella no te desdeña.
– Continúa con la historia -pidió Hope-. Cuéntanos algo más del hombre con el que se casó.
– Minerva se culpa de su muerte porque esa mañana sostuvieron una fuerte discusión. Ella salió de la casa a su trabajo. Él la siguió a la calle, cruzó la calzada sin fijarse y cayó bajo las ruedas de un camión. Murió en sus brazos. Era un tipo de buen talante, amable y cariñoso. Se ganaba la vida como conductor de camiones, así que dudo que hubiera sido un hombre capaz de deslumbrar al mundo, pero Minerva se sentía amada.
– ¡Vaya! -exclamó Hope-. ¡Así que un camionero te ha ganado la partida! A ti, que sabes cómo deslumbrar al mundo pero, ¿alguna vez has sido capaz de enamorar tanto a una mujer como para que nunca se haya recuperado de tu pérdida?