Выбрать главу

Con el rabillo del ojo, Minerva vio que Lucio, estupefacto, lanzaba una brusca mirada a Charlie y luego a ella. Le pareció ver en esa mirada una cierta agresividad y también una interrogación mientras la recorría de arriba abajo con tanta atención que a ella le pareció casi insultante. Sin embargo, Minerva se equivocaba en ese punto. Luke estaba muy lejos de pensar en nada sino en que aquello no podía ser posible.

¿Manfredi? ¿Abogada? ¿Ésa era la signora Manfredi? ¿Esa delicada criatura rubia era el dragón?

Y él, que había hecho planes para doblegarla, se encontraba en una celda con un aspecto lastimoso y borracho. Y lo peor de todo, dependiente de ella.

Charlie intentó abrazarla.

– Aléjate de mí, rufián -lo rechazó con firmeza-. Pareces salido de una alcantarilla y hueles como si te hubieras bebido una bodega entera. Supongo que pretendes contar conmigo para que te saque de aquí, ¿verdad?

– A mí y a mi amigo.

– Seguro que tu amigo querrá arreglárselas por su cuenta.

– No, le he dicho que tú lo ayudarías. Me salvó la vida, Minnie. ¿No abandonarás a su suerte a un hombre pobre y solo que no cuenta con la ayuda de nadie, verdad?

– Si no te callas también te dejaré abandonado a tu suerte.

– Los llevaré a la sala de reuniones -dijo Rico.

– No, gracias. Hablaré aquí con los dos.

– ¿Aquí? ¿Y con ése también? -preguntó, espantado.

– No me inspira temor -replicó, irritada-. Tal vez él debiera tener miedo de mí. ¿Cómo se ha atrevido a hacerle esto a mi hermano?

– Mire -replicó Luke, en tono aburrido-. Pague la fianza de su hermano o haga lo que le parezca oportuno y márchese de aquí. Puedo arreglármelas solo.

– ¡Lucio, no! -exclamó Charlie-. Minnie, tienes que ocuparte de él. Es mi amigo.

– Es bastante mayor que tú y debió haber tenido más criterio.

– Tiene razón, todo ha sido culpa mía. Y ahora, márchese -dijo Luke.

Entonces se prometió que cuando volviera a verla estaría bañado, afeitado y vestido como un señor respetable. Con un poco de suerte ni siquiera lo reconocería.

– ¿Qué has querido decir con eso de que te salvó la vida? -inquirió Minerva, sin hacer caso de la orden de Luke.

Considerando el estado en que se encontraba, Charlie se lanzó en una explicación más o menos fidedigna de los hechos. Varias veces sacó a colación la palabra cachorrito y, finalmente, Minerva llegó a la conclusión de que el extranjero se había interpuesto entre él y sus adversarios, en abrumadora mayoría. Aunque tal vez los hechos no hubieran sido tan dramáticos como Charlie los describía.

– ¿Eso fue lo que sucedió? -preguntó a Luke en un tono más amable.

– Más o menos. Ni a Charlie ni a mí nos gusta que intimiden a un niño… O a un animalito -añadió tras una breve pausa.

– ¿Y qué le pasó al niño?

– Agarró a su perro y echó a correr a toda prisa. La pelea continuó hasta que alguien llamó a la policía, al parecer.

– Bueno, me alegro de que estuviera con Charlie, signor

– Llámeme Lucio -dijo rápidamente.

– No podré representarlo si no me dice su nombre completo.

– No le he pedido que lo haga… Puedo permitirme un abogado -añadió, presa de una súbita inspiración.

– Lo haré como prueba de gratitud -repuso ella. Luke gimió mentalmente mientras imploraba al cielo que lo salvara de esa mujer que tenía respuesta para todo-. Como dijo Charlie, no puedo dejarlo abandonado. Pero debe hablarme con franqueza. ¿Dónde vive?

– En ninguna parte -contestó rápidamente en tanto imaginaba su explosión de risa si le decía el nombre del hotel.

– ¿Duerme en la calle?

– Así es.

– Esto dificulta mi trabajo, tanto como la falta de documentación. ¿No tiene carné de identidad?

– Tengo.

– ¿Dónde?

– En el hotel -se le escapó sin pensar.

– Pero acaba de decir que duerme en la calle.

– Mire, no sé lo que digo. No estoy en mi mejor momento, como puede ver -dijo al tiempo que maldecía la agudeza de la mujer.

– Signor, como sea que se llame. No creo que esté tan ebrio como intenta parecer y no me gustan los clientes que me hacen perder el tiempo. Así que le ruego que me diga el nombre de su hotel.

– Contini.

Ella lo miró de arriba abajo, sin perder detalle de su aspecto desastrado.

– De acuerdo, un comediante. Muy divertido. ¿Y ahora me va a decir dónde se hospeda?

– Ya se lo he dicho. Y no puedo hacer nada más para que me crea.

– ¿En el hotel más caro de Roma? Con ese aspecto ni usted se lo creería.

– Debe saber que no salí del hotel con este aspecto. Dejé mis pertenencias en la habitación por temor a los ladrones -explicó al tiempo que se examinaba-. Aunque con esta facha ningún ladrón se molestaría en acercarse a mí.

– Si dice la verdad, y todavía no estoy segura de creerlo, necesito saber su nombre.

– Luke Cayman -respondió, con un hondo suspiro.

Minnie se quedó paralizada un instante.

– ¿Es una broma? -preguntó finalmente.

– ¿Por qué habría de serlo?

– Me parece haber oído ese nombre anteriormente.

– No creo -replicó Luke, deliberadamente.

Ambos intercambiaron una mirada con la misma exasperación e incredulidad.

Los ojos de Charlie iban del uno a la otra, totalmente desconcertado. De pronto, su mirada se tornó inexpresiva y tomó aire profundamente, muy pálido.

Sin tardar un segundo, Minnie llamó a Rico, que llegó corriendo.

– Vamos, saca a Charlie de aquí lo antes posible, no se encuentra bien -ordenó. Rico guió a Charlie por el pasillo hasta el cuarto de baño. Cuando estuvieron solos, Minerva se volvió a Luke-. Y ahora aclaremos esta situación. No creo que usted sea Luke Cayman.

– ¿Por qué? ¿Porque no calzo con su imagen preconcebida? Usted tampoco calza con la mía, aunque estoy dispuesto a ser tolerante.

– Usted piensa que esto es muy divertido…

– No, ésta no es la forma que habría elegido para presentarme ante usted. Hasta me atrevería a decir que con un poco de maña podría dejarme encerrado largos años.

– Es lo último que haría.

– Muy virtuosa.

– ¡De virtuosa, nada! Con usted en la cárcel, no habría la menor esperanza de mejorar la Residenza. Tenga por seguro que haré lo imposible para que lo dejen en libertad.

Charlie volvió junto a ellos, todavía pálido aunque algo mejor.

– He decidido no contratar sus servicios. Me sentiré más seguro si me abandona a mi suerte -declaró Luke.

– ¡No! -explotó Charlie-. Minnie es una buena abogada, ella resolverá tus problemas.

– Sólo porque planea causarme más problemas -repuso Luke, con una sonrisa burlona.

– Lo trataré igual que haría con cualquier otro cliente -declaró Minnie con frialdad.

– ¿Lo ves? Con toda sinceridad, Lucio, ella es la mejor. Suelen llamarla «matagigantes» porque puede medirse con cualquiera y siempre resulta vencedora. Deberías ver la batalla que está preparando contra ese monstruo propietario de la Residenza. Dice que tendrá una muerte horrible -comentó con entusiasmo.

– ¿Legal o literalmente?

– Como sea -dijo Minnie mirándolo directamente.

– ¿Y ese monstruo tiene nombre?

– No, Minnie se refiere a él como la encarnación del demonio.

– Basta ya de tonterías -intervino ella, con severidad-. Ambos deberéis presentaros ante el tribunal en unas pocas horas y no podréis hacerlo con ese aspecto. Charlie, haré que te traigan ropa limpia. ¿Cómo puedo conseguir ropa para usted además del carné de identidad, señor Cayman?

– Llamaré al hotel, aunque no quiero que sepan dónde estoy -respondió Luke, a regañadientes.