Tras levantarse, Luke abrió la puerta que conducía a la sala de estar, escasamente amueblada también. Sólo había un sofá, una mesa y dos sillas. El apartamento acababa en una pequeña cocina y un cuarto de baño.
Luke intentó poner en orden sus confusos pensamientos. Si sólo pudiera recordar con precisión… Aunque le pareció que la noche anterior había estrechado a una mujer contra su cuerpo y ella se había retirado con premura. ¿Quién era? No era Olympia, que solía visitar sus sueños. No, era más pequeña, con un cuerpo menos grácil que el de Olympia y con un poderoso derechazo, razón por la que sentía la mandíbula dolorida.
Luke se giró al oír el ruido de la puerta que se abría. Era la signora Manfredi, que en ese instante lo miraba con una descarada sonrisa.
Casi no la reconoció vestida con vaqueros y una camiseta.
– Así que ya se ha levantado -dijo de buen humor-. Es la tercera vez que vengo a verlo y dormía como un tronco. ¿Se encuentra mejor?
– Sí -respondió con cautela al tiempo que se llevaba la mano a la mandíbula.
Para su alivio, ella se echó a reír.
– Lo siento.
– ¿Fue usted?
– Otra mujer tomaría la pregunta como un insulto. ¿Es que las féminas lo aporrean tan a menudo que no puede recordar cuál de ellas lo ha hecho?
– Creo que usted es la primera. ¿Dónde vi el cuarto de baño?
– No lo busque. Todo está desconectado. Suba a mi casa y le prepararé el desayuno.
Luke pudo contemplar el patio a la luz del día y apreciar el esfuerzo de los inquilinos por sacarle el mejor partido posible. A juzgar por sus ladrillos oscuros y la escalera de metal adosada a las paredes interiores, podría haber sido un lugar bastante triste. Pero los vecinos de la finca habían combatido la fealdad con flores. Las había de todas clases y colores, aunque las que más abundaban eran los geranios. Blancos, púrpura y rojos, aparecían por todas partes, sobre las barandillas, colgando de macetas, en el alféizar de las ventanas… La sola visión de las flores contribuía a levantar el ánimo.
El apartamento de Minnie se encontraba frente al que acababan de dejar, aunque un piso más arriba. En tanto el primero parecía una caja de zapatos, diseñado para una persona, el de ella, bonito y acogedor, era para dos e incluso tres habitantes.
Tras entregarle unas toallas, Minerva lo guió al cuarto de baño.
– En cuanto se haya duchado, serviré el desayuno.
La joven todavía estaba en la cocina cuando Luke salió del baño. Entonces aprovechó la oportunidad para echar un vistazo a su hogar. Toda la información que pudiera obtener sobre ella sería útil en la batalla venidera.
Mientras contemplaba la estancia, algo deteriorada pero deliciosa, Luke reparó en una estantería en la que había un florero con un ramillete que parecía recién puesto junto a la fotografía de un joven. El hombre se parecía a Charlie, aunque mayor que él. Luke concluyó que era Gianni.
– Era mi marido -dijo Minerva, a su lado.
De boca generosa y sonriente, los ojos brillantes y maliciosos, Gianni tenía el mismo aire encantadoramente irresponsable de Charlie.
– No se puede negar que es un Manfredi -observó Luke.
– Sí, es una tribu de locos. Pero yo los quiero. Gianni solía decir que podría haberme casado con cualquiera de ellos porque lo importante era pertenecer a la familia, aunque sabía que era único y especial para mí, como ningún otro hombre podría serlo. Déjela en su sitio, por favor.
Al ver que Luke vacilaba, Minnie le sacó la fotografía de las manos y la colocó en la estantería.
– Lo siento, no intentaba fisgonear.
– Sé que no lo hacía. Lo que pasa es que me es difícil hablar de él.
– ¿Después de cuatro años?
– Así es. Siéntese a desayunar.
Aunque sonreía con amabilidad, Luke supo que incuestionablemente se había cerrado una puerta.
Minerva le sirvió unos huevos hechos a la perfección acompañados de un café delicioso. Y él se sintió en el paraíso.
– He visto a muchas personas desplomarse al final de una fiesta, pero nunca a causa de un zumo de naranja -comentó al tiempo que se sentaba frente a él-. Está claro que no puede competir con Charlie.
– ¿Es cierto que le pusieron el nombre por el emperador Carlomagno?
– Sí. Dicen que descienden de la antigua realeza.
– ¿De verdad lo creen? Porque, si mal no recuerdo, todo eso sucedió hace doce siglos.
– ¿Y qué? Por lo demás, ¿a quién le importa, si eso les hace felices?
– Se supone que un abogado debe velar por la verdad.
– Se equivoca, un abogado se ocupa de los hechos. Es muy diferente. En todo caso, eso queda para los tribunales. En la vida real es mucho mejor elaborar una fantasía bonita y gratificante.
– Usted no se parece en nada a los abogados que he conocido. Mantiene un despacho en la Via Veneto, la parte más cara de la ciudad y, sin embargo, vive en un barrio que dista mucho de ser acomodado. Tal vez debería subirle el alquiler.
– ¿Cómo se atreve?
– Cálmese, era una broma. Quise hacer el papel de Scrooge, un cruel villano inglés.
– No tiene que explicármelo. Soy mitad inglesa, por parte de madre. Mi padre era italiano. Nací y viví aquí hasta los ocho años, cuando él falleció. Entonces mi madre volvió a Inglaterra y yo me crié allí.
Luke la miró fijamente.
– Es increíble. Lo suyo es como el reflejo de mi propia experiencia. Soy completamente inglés de nacimiento. Fui adoptado cuando fallecieron mis progenitores. Pero mis padres adoptivos se divorciaron y más tarde mi madre se casó con Toni Rinucci, un italiano de Nápoles. Desde entonces he vivido en esa ciudad.
– ¿Y por qué tiene un nombre inglés?
– Porque los Rinucci son una familia ítalo-británica. La madre de Pietro, mi hermano adoptivo, era inglesa y él suele llamarme «el inglés» como un insulto.
Minnie rió con deleite.
– Gianni solía decir: «Como eres medio inglesa no comprenderás» y yo le arrojaba algo a la cabeza.
– ¿Y no le gusta?
Ella negó enérgicamente con la cabeza.
– Siempre he querido pensar que soy italiana. Regresé a este país en cuanto pude y supe de inmediato que había llegado a mi verdadero hogar. Más tarde, conocí a Gianni y nos casamos poco tiempo después. Vivimos diez años juntos hasta que falleció -concluyó con rapidez. De inmediato fue a la cocina a preparar más café. Luke guardó silencio mientras pensaba en el súbito cambio que se había operado en ella. Tras unos minutos, Minnie volvió a la mesa, aparentemente repuesta-. Así que ya sabe por qué vivo aquí. Quiero mucho a esta familia. Netta es una madre para mí, y los hermanos de Gianni han sido como mis hermanos. Nunca me marcharé de esta casa.
– ¿Pero en estos años no ha sentido la necesidad de un cambio? No me refiero a la vivienda, sino a un cambio emocional hacia la próxima etapa de su vida.
Ella frunció el ceño como si intentase comprender el significado de esas palabras.
– No -dijo finalmente-. Fui feliz con Gianni. Era un hombre maravilloso y nos amábamos. ¿Por qué habría de querer cambiar? Después de tanta felicidad, ¿cuál es la próxima etapa?
– Pero eso se acabó -lijo él con suavidad-. Terminó hace cuatro años.
Ella sacudió la cabeza.
– Cuando dos personas se han amado tan plenamente como Gianni y yo, la muerte no acaba con la relación. Él estará conmigo mientras yo viva. No puedo verlo, pero todavía está aquí, en nuestro hogar. Ésta es mi próxima etapa.
– Pero usted es demasiado joven para mantenerse en un estado de viudedad permanente -explotó Luke.
– ¿Y quién es usted para decirlo? -inquirió con un toque de rabia-. Gianni siempre me fue fiel. ¿Por qué no podría serlo yo con él?