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Dee se puso pálida.

– No pensarás poner tus herramientas en el maletero, ¿verdad? ¿O mancharme las alfombras de barro.

– Bueno, lo quería usar para transportar un par de sacos de estiércol de caballo… ¡No, claro que no voy a llenarte de barro las alfombras! Solo quiero ir a ver a Archie Baldwin, el hombre que solía llevar el vivero de al lado. Está en una residencia de ancianos al otro lado de Maybridge, demasiado lejos para ir en bicicleta, y tardaría todo el día si me voy en transporte público.

– ¿Sabrá algo sobre lo que le va a ocurrir a su terreno?

– Solo voy a ir a visitarlo, Dee. Es un amigo.

Dee se encogió de hombros.

– De acuerdo. Lo necesitaré esta noche, pero lo dejaré aquí cuando vaya de camino al aeropuerto. Me marcho a una hora intempestiva, así que te dejaré las llaves en el buzón.

– Gracias.

– De nada. Así podrás ir a la peluquería -Stacey abrió la boca para protestar-. Tienes todos los gastos pagados. Esto son negocios. Ponte el traje de seda y los zapatos.

Protestar era realmente innecesario en aquel momento.

– Sí, mi señora. Lo que usted diga, mi señora.

– La respuesta perfecta, querida. Solo por eso te mereces la cortina.

– ¿Qué cortina?

– Esta cortina de baño que ayudará a matizar un poco todo ese amarillo.

Mientras Dee la metía en el carrito, Stacey tuvo que resistir la tentación de tirarse al suelo, y sufrir una pataleta.

Capítulo 6

– ¿Está realmente mal? -Nash miró a través de la ventana las explanadas meticulosamente cuidadas de la residencia.

– ¿Quieres que te lo diga con toda sinceridad, Archie? ¿De verdad? -Se volvió a mirar al frágil hombre que estaba sentado en una silla de ruedas-. Ya sabes lo que les pasa a los jardines cuando se descuidan.

– Ya lo sé. Pero no estaba seguro de que tú lo supieras. Y no solo les ocurre a los jardines. La gente también necesita cariño y cuidado. ¿Va a haber melocotones este año?

Su abuelo estaba tratando de despertar sus recuerdos. Él se negaba a ceder a la tentación.

– No si pasan las apisonadoras.

– Eso es verdad -el viejo se rió-. Pero, esa no es una decisión mía -la risa degeneró en un espasmo de tos-. Siempre insistías en probar el primero. ¿Te acuerdas?

– Sí, claro que me acuerdo -recordaba el modo en que lo levantaba, para que alcanzara la fruta aterciopelada con sus manos. Clover y Rosie disfrutarían mucho haciendo eso. Y Stacey. Se preguntó qué sentiría besándola, a qué sabría el dulce jugo de sus labios, como sentiría su piel, cálida por el sol, bajo sus manos. Y luego se preguntó si se estaba volviendo loco-. ¿Tienes que vender la tierra a unos constructores?

– ¿No quieres que lo haga? Puedes impedirlo cuando quieras.

Sí. Pero solo si estaba dispuesto a jugar a los juegos de su abuelo. A hacerlo todo a su modo. Su abuelo era tan manipulador como su padre, cuando le ofrecía un puesto en la junta directiva. No había dinero suficiente para eso.

Su abuelo sabía que había solo una cosa que lo podría hacer volver al hogar de su infancia: aquel jardín en el que tanto tiempo había pasado. Pero si se dejaba tentar, le ocurriría como a la mosca con el frasco de miel. Terminaría atrapado.

– Un montón de naves industriales arruinarán el paisaje del pueblo -dijo él.

– Quizá los residentes de la zona estén más preocupados por tener trabajo que por tener buenas vistas -dijo su abuelo, mientras se acercaba en la silla de ruedas-. ¿O es que estás pensando en alguien en particular? Dime, ¿es que esas niñas siguen lanzando su pelota por encima del muro? -Nash no respondió-. Su madre solía ayudarme cuando yo estaba muy ocupado.

– ¿Sí? -Nash se preguntó si también saltaría el muro cuando iba a trabajar.

– Tiene los dedos verdes. ¿Has visto su jardín?

– Cultivar malas hierbas no te pone los dedos así -dijo él.

– Una mala hierba no es más que una flor que crece en el lugar equivocado. Su jardín no está en el lugar equivocado. Si lo has visto, que sé que lo has hecho, te habrás dado cuenta de eso.

– Quiere comercializar plantas silvestres. ¿Tú crees que eso es una buena idea?

– Especializarse es el único modo en que puede sobrevivir el pequeño comerciante. Especializarse y vender por correo, estar en Internet -Nash sentía la mirada de su abuelo fija en él. Su cuerpo podría estar destruido, pero su mente estaba intacta.

– Eso suena demasiado grande para Stacey.

– Solo necesita a alguien que la anime. Alguien que le dé confianza en sí misma. Su marido se mató en un accidente de moto algún tiempo atrás. Quizá te lo ha contado -Nash ni lo confirmó ni lo negó-. Se quedó destrozada durante un tiempo. Seguramente, le vendría bien un trabajo tan cerca de casa…

– Habla de mudarse.

– Ya -aquella única palabra contenía más conocimiento sobre la naturaleza humana que un libro entero-. Las cosas le deben estar yendo muy mal, entonces. La casa está en ruinas, pero ella no dejaría su jardín a menos que no tuviera más remedio que hacerlo.

– No será fácil de vender si hay un polígono industrial justo al lado -en cualquier caso, no era fácil de vender. Su abuelo tenía razón. Aquella casa estaba en ruinas.

– Bueno, es tu decisión.

– O me convierto en el nieto pródigo o vendes aquel lugar. Menuda decisión. Soy botánico, no jardinero.

– Lo único que haces es huir, Nash. La selva no es un lugar para un hombre joven como tú.

– Menos aún para un nombre viejo -respondió él-. Hace falta algo más que un chantaje sentimental para hacer que me quede aquí. Si me voy, no regresaré. Así que, ¿porqué habría de preocuparme por lo que le ocurra a este lugar?

¿Si? Hasta hacía una semana era un hecho…

– Porque lo adoras, por eso.

– Lo adoraba, abuelo, lo adoraba -había sido su refugio, el único lugar en el que nunca nadie estaba enfadado-. Ya no soy un niño. Además, aunque quisiera, que no quiero, no podría llevar un vivero.

– Es una pena. La jardinería es una nueva forma de sexo, o al menos eso es lo que he leído en el periódico -Archie sufrió un nuevo ataque de tos-. Es una pena que esté tan enfermo y no pueda aprovecharme -dijo con una mueca-. Podrías contratar a alguien para que te ayudara.

– ¿Qué sentido tendría?

– Dímelo tú, que eres el que tiene esa cara tan rancia -miró los documentos que había sobre la mesa junto a é-. Dime qué es lo que quieres y lo haré. Te quedas o te vas. Es tu decisión.

Sí, era su decisión y debía haberla tomado el fin de semana pasado, negándose a dejarse afectar por emociones que venían del pasado. Entonces, ¿por qué no la había tomado?

– Debías de haberle dado la tierra a mi madre. Es tu pariente más próxima.

– Eso es lo que ella insiste en recordarme -él sonrió-. Una vez que te lo haya cedido a ti no habrá nada que te impida hacerlo tú. Te aseguro que ella no se va a poner sentimental por un trozo de tierra con árboles frutales. Tampoco le importa en exceso el paisaje.

– Yo no… No -su madre no sabía el significado de esa palabra-. Tú no quieres que haga eso, ¿verdad?

El viejo se encogió de hombros como si le diera igual, pero no logró engañar a Nash ni por un segundo.

– ¿Cuándo te marchas?

– No me voy hasta el jueves. Me han pedido que dé una charla en la universidad mientras esté aquí. De hecho, me han pedido que acepte la nueva cátedra de botánica.

– ¿De verdad? -si hubiera tenido alguna esperanza de impresionar al viejo, estaba claro que se habría sentido tremendamente decepcionado. Tomó los papeles y se los guardó en el bolsillo-. En tal caso, esto puede esperar. Vuelve cuando hayas tomado una decisión. Y tráete una botella de whisky.