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– Lo siento, pero no tenía leche. ¿Crees que debería calentarla?

– ¿La leche? -Ella levantó la cabeza-. ¿Dónde está su madre?

– No lo sé. Pero no la he visto desde ayer. Iré a buscarla. Pero estas cositas están realmente hambrientas. ¿Tendría que calentar la leche? -repitió.

– Sí… no… -Se apartó unos mechones de pelo de la cara-. Solo templarla un poco. Sacó a uno de los gatitos de la caja. Era de color pardo y blanco, con un una marca negra en la nariz-. ¡Qué dulzura! Es precioso.

– Mami, ¿ha venido Nash? -Clover entró en la cocina con una cesta llena de guisantes, seguida de Rosie. Se detuvieron de golpe al ver a Nash. Rápidamente repararon en la caja llena de gatitos-. ¡Guau!

Stacey intercambió una mirada con Nash. «Esto va a ser una catástrofe», decían los ojos de ella. «Lo siento, no pensé qué…», decían los de él. Sabían exactamente lo que estaban pensando. Ese era un mal signo.

– Todavía son muy pequeños -dijo ella rápidamente-. ¿Tú crees que sabrán beber solos?

– No lo sé -su boca sonreía, pero sus ojos estaban haciendo otra cosa. Algo que le provocaba un vuelco en el estómago-. No se lo he preguntado.

¡Maldito! ¿Cómo se atrevía a hacerle aquello? No podía entrar en su casa con una caja llena de problemas. Si no podían beber solos y la madre estaba muerta en alguna carretera, los pequeños no sobrevivirían y a Rosie y a Clover se les partiría el corazón.

– Averigüémoslo -dijo ella, quitándole la leche y echándola en un cazo.

Les llevó un buen rato, un montón de intentos con los dedos impregnados de leche y mucho líquido esparcido hasta que el instinto y el hambre los llevó a beber del plato.

Finalmente, una vez satisfechos, limpios y exhaustos, fueron devueltos a su caja donde se durmieron.

Nash miró a Stacey.

– Van a sobrevivir, ¿verdad?

– Puede que sí. Lo que no sé es si yo voy a poder ocuparme de ellos. Tengo que salir mañana -tenía que ir a la peluquería por la mañana. Ir a ver a Archie y luego salir con Lawrence por la noche. Ni siquiera le había preguntado a Vera si podría quedarse con las niñas.

– Estarán dormidos la mayor parte del tiempo, y yo puedo vigilarlos si me dejas una llave – ¿una llave? Ese era un gran paso-. O quizá prefieras que me los lleve conmigo al invernadero.

– ¡No! -no le sorprendió que a Rosie y Clover no les gustara la idea.

– Supongo que estarán mejor aquí -dijo ella-. Si de verdad no te importa ocuparte tú de ellos.

– Puesto que te he molestado con todo esto, te daré algo a cambio -él sonrió-. Quizá pueda ofrecer fruta en pago por tu hospitalidad -Stacey se rió-. ¿Qué? Hay muchísima, y pensé que…

– Sé exactamente lo que pensaste. Pensaste que tal vez podría hacer un pastel e invitarte.

– Esa idea jamás se me pasó por la imaginación.

– ¿No?

Él la miró como si se sintiera ofendido, lo que no la engañó a ella ni por un momento.

– Pero si me invitaras, no te diría que no. Es imposible hacer pastelería en una hoguera.

– ¡Nash! Estoy pintando el baño. No tengo tiempo de ponerme a hacer repostería.

– ¿Estás pintando? Bueno pues, entonces, nada -se levantó a toda prisa y ella se encontró con sus maravillosas piernas, una visión que la privó momentáneamente de la capacidad de hablar, aunque su cerebro estaba gritando: «no seas idiota, dile que se quede».

Llegó hasta la puerta, pero, una vez allí, se dio la vuelta y se aproximó a ella.

– A menos… -dijo él, mirándola a los ojos. No era justo. Se estaba aprovechando de la situación-. A menos que tú hagas un pastel mientras yo pinto.

Podía decorar el baño entero, el recibidor, decorar lo que le viniera en gana, si seguía mirándola con aquellos ojos azules. Podía, incluso, pintarla a ella, toda entera, de arriba abajo, con una sedosa emulsión de azafrán amarillo… Frenó de golpe la imaginación.

– Pensé que tendrías algo importante que hacer hoy -dijo ella, tratando de sonar firme, pero no lo consiguió. Seguía en el país de los sueños, fantaseando sobre la pintura.

– Ya he terminado. Soy todo tuyo -ella no lo dudó ni por un momento. Estaba recibiendo el mensaje alto y claro. Sería todo suya hasta que la atracción que sentía por su pastelería se desvaneciera y fuera en busca de otra atracción mayor.

Podía leer su pensamiento como si se tratara de un libro abierto.

– ¿Estás seguro?

– Un par de horas pintando a cambio de un par de horas cocinando. A mí me suena a un buen trato.

– Es más de un par de horas. Todavía estoy lijando.

– Lijar es mi trabajo favorito -dijo él, con un gesto sereno.

«¡Dios santo!», pensó Stacey. ¿Qué tipo de trato estoy sellando? Y, lo que era peor, a qué estaba diciendo que sí.

Él estiró el brazo y la tomó de la mano. Ella sintió que estaba en el cielo.

– ¿Por qué no me enseñas lo que quieres que haga? -la ayudó a levantarse.

Sin poder decir nada, le permitió que continuara tomándola de la mano y, subieron las escaleras.

Stacey había empezado a lijar, pero quedaba mucho.

– ¿Qué vas a hacer con esto?

– Pintarlo… -dijo Stacey una vez que consiguió desenredar la lengua-. Va a ser todo amarillo y blanco, como las margaritas.

Las flores estaban atadas entre sí, formando una cadena. Aquella era la idea que tenían Clover y Rosie de lo que era ayudar. Las agarró, mientras Stacey le explicaba sus planes, le contó que había comprado baldosines y algo sobre una cortina.

Una de las cadenas de flores estaba atada formando un círculo, una especie de corona que él tomó en sus manos.

Ella miró a las flores nerviosamente.

– Como verás, aquí tienes mucho más trabajo del que tienes al lado. No tienes por qué hacer esto, de verdad…

– Sí, sí que tengo que hacerlo -levantó la corona de margaritas y se la puso sobre el pelo. Ella iba a quitársela, pero él le sujetó la muñeca-. Déjatela. Es perfecta. Tú eres perfecta.

La tomó de la cintura, acercó su cuerpo e hizo lo que había deseado hacer desde la primera vez que la había visto.

Dejó a un lado la «sensatez» y la «cordura», y todas esas palabras tras las que se había estado ocultando durante demasiado tiempo, y la besó, con suavidad y con pasión.

Capítulo 7

Stacey pensaba protestar. En el momento en que volviera a tener control sobre su boca iba a decirle a Nash Gallagher que era injusto lo que había hecho, reblandeciendo su corazón con un montón de gatitos indefensos, ofreciéndose a decorar el baño, y aprovechando que sus defensas estaban bajas para, entonces, besarla.

De verdad que iba a hacerlo. Solo que su boca estaba ocupada, y Nash había empezado a tomarse todo tipo de libertades con su lengua, deleitándose con su labio inferior, invitándola a una voluntaria participación en aquella dulce seducción.

Bien, no estaba dispuesta a colaborar. Aquello no era lo que ella quería. Bueno, lo era, pero se había hecho el propósito de ser razonable y de no dejarse llevar, no importaba cuan grande fuera la tentación.

Puso la mano sobre sus hombros para dejarle claro que quería que parara.

Pero, bajo su palma, sintió el calor sensual de su piel sedosa, y su mano se arqueó en el dibujo sinuoso de su cuello.

Él le soltó la muñeca y, por un momento, ella pensó que la iba a dejar ir, y entonces se dio cuenta de que tampoco quería que se alejara.

Stacey estaba confusa pero, por suerte, Nash parecía tener muy claro lo que estaba haciendo, porque la rodeó con el otro brazo, en un gesto que sugería que no iba a permitir que se marchara en mucho tiempo.

Stacey pensó, entonces, que ya se preocuparía de ser razonable más tarde.

Sus labios traidores actuaban por su cuenta, y se habían abierto bajo el suave empuje de su enemigo. El resto de su cuerpo estaba cediendo con idéntica prontitud.