– No lo dudo. Ella siempre ha tenido una especial debilidad por los seres indefensos… y los hombres musculosos.
Stacey protestó en silencio. Dee parecía su madre el día en que se encontró por primera vez con Mike.
– Nash -intervino Stacey-. Esta es mi hermana, Dee Harrington. Iba de camino al aeropuerto.
Esperaba que su hermana captara la indirecta y se marchara.
– Señora Harrington -dijo él, en un saludo cortés hacia la mujer que acababa de impedir que cometiera el peor error de su vida. Sabía que tenía que sentirse agradecido, pero no le ofreció su mano de nuevo. Ella asintió y esperó con toda frialdad a que él se marchara. Durante unos segundos tuvo la tentación de explicarle que no se dedicaba a limpiar jardines normalmente, tuvo tentaciones de decirle quién era. Pero el sentido común venció-. Os dejaré solas.
En cuanto se marchó, Dee la interrogó.
– ¿De dónde ha salido?
– Ya te lo he dicho. Está trabajando aquí al lado, en el vivero.
– Sabes que no es eso lo que te estoy preguntado.
Lo sabía.
– Está acampado en el terreno de al lado.
– ¿Y suele con frecuencia venir en mitad de la noche con algún animal herido?
– ¡No! -La única respuesta de Dee fue levantar las cejas-. Ha traído a los gatitos mientras se iba a buscar a la madre. Está mal, Dee, muy mal. Ha tardado horas en encontrarla y la traía del veterinario.
– ¿A las cuatro de la mañana?
Stacey se estaba cansando de aquel empeño de Dee por ejercer de hermana mayor.
– No creo que la gata sepa la hora.
– No has aprendido nada, ¿verdad?
– Por favor, Dee…
– No me lo puedo creer. Ese hombre es exactamente igual que Mike: mucho músculo, nada de cerebro y cero en ambición. Cuando eras una niña, se te podía excusar, pero ahora…
– No es como Mike. Es un… -estaba a punto de decir que era botánico, doctor en filosofía, pero algo le impidió hacerlo. Nash no se parecía en nada a Mike. Quizás físicamente, y podía entender que Dee dedujera el resto de ahí. Pero no se parecía en aquello que era importante-. No es como Mike, Dee.
– Claro que lo es. Me he dado cuenta de cómo lo mirabas. No lo hagas -le advirtió.
– ¡No he hecho nada! -no pudo evitar ruborizarse al recordar el modo en que había respondido a su beso.
– ¿No? No es más que un semental, Stacey. Solo quiere divertirse contigo, y estoy segura de que será divertido. Pero, ¿y después qué? Se marchará. Tú eres madre y tienes responsabilidades.
Aquel razonamiento estaba demasiado próximo al suyo, como para poder discutírselo.
– Estás sacando las cosas de quicio. De verdad que no ha pasado nada -solo había habido un beso. ¿Qué era un beso?
No había sido muy convincente. Dee le puso la mano en el hombro.
– Por favor, Stacey, escúchame. Noto la atracción que hay entre vosotros. Si se quedara, ¿qué tipo de futuro te esperaría? Tendrías que empezar otra vez, desde el mismo sitio en que te quedaste cuando estabas casada con Mike. Estarías con un hombre perdido en el camino hacia ninguna parte. Solo que esta vez, ya tienes treinta años.
– Veintiocho -Dijo ella, cansada con el maldito argumento de sus treinta años. Todavía le faltaban dos semanas para cumplir los veintinueve. No era vieja. Aún quedaba todo un año para los treinta-. Se va a marchar dentro de dos días, y yo mañana voy a salir con Lawrence, bueno, mañana no, esta noche.
– Por favor, haz un esfuerzo, Stacey -le dijo Dee, dejando las llaves del coche sobre la mesa-. Tim me está esperando fuera. Me tengo que ir. Te sugiero que te metas en la cama. Necesitas dormir para recuperar cuanto puedas de tu belleza.
Vaya, ese comentario no había sido muy alentador.
– Pásatelo bien en París.
– No voy a pasármelo bien, Stacey. Voy a trabajar. Algunos nos tomamos la vida en serio, ¿sabes? Quizás ha llegado el momento de que tú también lo hagas. Quizá no sea Lawrence, pero tienes que marcarte un objetivo en la vida. Antes de conocer a Mike, tenías cerebro. ¿Por qué no tratas de ponerlo en marcha otra vez?
Capítulo 8
“Bien”, pensó Stacey en mitad del silencio que siguió a la partida de su hermana. En las últimas horas había tenido todo tipo de consejos, la mayor parte de ellos contradictorios: no abandones tus sueños, tíralos a la basura, déjate llevar, toma control de la situación. Alcanza la luna.
Desde su habitación vio un resplandor lejano, más allá del muro del jardín y pensó en sus sueños. Pero Nash se iba a marchar en cuestión de dos días. Quizás había llegado el momento de que ella también lo hiciera.
Quizás debería escribir una lista. A Dee le encantaban las listas. Debería escribir lo que era realmente importante para ella. Las cosas pequeñas. Las cosas grandes. Lo absolutamente imposible. Lo totalmente estúpido.
De acuerdo, eran las cuatro de la mañana y tenía que dormir para estar hermosa al día siguiente, pero estaba amaneciendo y estaba completamente despierta. Podía tratar de poner su vida en orden.
Buscó un cuaderno que se había comprado para escribir todos esos pensamientos que a uno le asaltan en mitad de la noche.
Lo abrió por primera vez en meses, preguntándose qué ideas la habían asaltado en el pasado.
«Comer más arroz y pasta», vio escrito. ¿Acaso eso era tan importante como para escribirlo en mitad de la noche?
Después de leer unas cuantas cosas, llegó a la nota finaclass="underline" un recordatorio de que debía comprar leche. Arrancó las hojas y, sobre una nueva, escribió:
PLAN DE VIDA
1- Acostarme con Nash Gallagher antes de que se vaya.
Bien, aquello era absoluta y totalmente estúpido, pero era lo primero que tenía en mente, así que debía escribirlo.
– Quedarme con la casa.
– Terminar el baño para poder alquilar una habitación.
4 – Alquilar una habitación, para poder quedarme con mi casa.
5 – Casarme con Lawrence Fordham, solo si acepta vivir aquí para poder quedarme en mi casa.
6 – Comenzar mi negocio de plantas silvestres.
Se detuvo ahí, y miró la lista. Tenía que tachar dos de aquellas cosas: la que era completamente estúpida y la que era completamente imposible. Así que trazó una línea sobre la número uno y la número cinco.
Eso la dejaba con la clara determinación de que no iba dejar su casa, y el reconocimiento de que sus sueños no se iban a esfumar, no importaba cuánto insistiera su hermana mayor.
Por eso, decidió rescribir la opción número uno antes de ir a ver cómo estaban los gatos.
– ¿Puedo pasar sin peligro?
Stacey cerró rápidamente el cuaderno cuya lista había adoptado proporciones épicas en las últimas horas.
El sonido de su voz fue suficiente para causar todo tipo de estragos en su estómago, un sentimiento que le creaba graves conflictos con su firme propósito de mantener los pies sobre la tierra, mientras trataba de alcanzarla luna.
Hizo lo que pudo por ignorar aquellas sensaciones. Pero no debía de estar tan sujeta a la tierra como ella quería creer. Una simple sonrisa de Nash Gallagher era suficiente para que sintiera el calor del deseo recorriéndole todo el cuerpo.
– ¿Sin peligro? ¿Qué peligro? -preguntó, en un tono de voz que se presuponía debía de ser amigable y ligero. La cuestión era que, aunque había vacilado respecto a la primera opción, sus hormonas eran las que mandaban.
Nash se apartó un mechón de pelo de la frente y eso le obligó a utilizar toda su fuerza de voluntad.
– Tu hermana no parecía muy contenta con mi visita en mitad de la noche -dijo él, con una sonrisa en los ojos-. Pensé que tal vez habría traído un perro guardián para alejar cualquier tentación.