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Así que pensaba que era irresistible. Bueno, tal vez tenía razón.

– Creo que a Dee no le gustarías a ninguna hora del día -y Stacey empezaba a pensar que su hermana tenía razón. Nash Gallagher no iba a ocasionarle más que problemas. A pesar de todo, no le resultaba fácil resistirse a sus encantos-. Pero no te preocupes. Se ha marchado a París. Iba camino al aeropuerto y ha parado aquí solo para dejarme el coche.

– ¿Va a estar mucho tiempo fuera? -le preguntó.

– Lo siento, pero mañana mismo estará de vuelta. Ha habido una crisis en su estrategia de ventas de yogur -él levantó las cejas-. Es la directora comercial de Fordham Foods.

– ¿Sí? Bueno, la verdad es que no me sorprende.

Stacey se encogió de hombros.

– Ella es el cerebro de la familia.

«Mientras que yo soy la que se deja embobar por unos músculos», pensó Stacey, mientras le daba una llave de la puerta trasera, con mucho cuidado de que sus dedos no se rozaran. Fue inevitable: se tocaron, y surgieron todo tipo de urgentes deseos en pugna con todo tipo de razones para no dejarse llevar. Se cuidó muy mucho de no mirarlo, para no acrecentar las sensaciones que le había provocado un simple roce.

– He llevado a la gata al sótano. Está bien alimentada y tiene todo lo que necesita -no sabía si él recordaba la promesa que le había hecho de cuidar de la gata-. Si puedes, ven a verla de vez en cuando. Yo volveré antes de que las niñas salgan del colegio.

– ¿Vas a estar fuera todo el día?

– No tengo el coche de mi hermana muy a menudo, así que tengo que aprovechar. ¿Querías algo?

Sus ojos le dijeron exactamente lo que quería.

– Iba a aceptar esos huevos revueltos que me habías prometido.

– Sin problemas. Hazte lo que quieras -dijo ella-. Están en la nevera.

Los dos sabían que no era a eso a lo que se refería. Pero ella tomó sus bolsas, las llaves y se dirigió hacia la puerta, antes de tener tentaciones de ofrecerle un desayuno en la cama.

– Hay té en la tetera.

– Stacey -ya casi estaba a salvo y en la puerta-. Si te tienes que ir ahora, quizá podríamos hacer algo esto noche.

¿Algo? ¿Qué clase de «algo»?

– ¿Qué te parece si compro algo de comida y vengo más tarde?

¿Más tarde? Es que le estaba pidiendo que saliera con él. O más bien le estaba pidiendo que se quedara en casa con él.

Él continuó.

– Pudo venir después de que hayas metido a Clover y a Rosie en la cama -añadió, para que Stacey no tuviera ninguna duda de qué era lo que él quería.

La vida no era justa. Aunque, quizás, la vida y su hermana trataban de decirle lo mismo.

– Los siento Nash, pero voy a salir esta noche.

– ¿Vas a salir? -dijo él claramente celoso, lo que hizo que sus hormonas femeninas se alteraran particularmente.

– No es nada excitante. Una recepción en Maybridge -le habría encantando poder decirle que, sin duda, prefería la opción que él le proponía, pero que no había ningún futuro en su propuesta-. Quizás en otro momento.

Los dos sabían que no habría otra oportunidad.

Y Stacey se sentía realmente frustrada. Llevaba tres años siendo viuda y ni en una sola ocasión en todo aquel tiempo se había sentido atraída por nadie.

Sin embargo, una sola mirada por parte de Nash era suficiente para desencajar toda la maquinaria. Le resultaba tan difícil marcharse. Pero tenía que seguir con su vida. Ya la había fastidiado una vez con un hombre que le provocaba aquel tipo de sensaciones. Repetir otra vez el mismo error era realmente estúpido.

– Hay un pastel en el frigorífico -le dijo ella-. Sírvete lo que quieras.

Él frunció el ceño.

– Stacey, ¿acaso hice algo malo ayer?

– Ayer fue… -ella contuvo la respiración-. Ayer fue ayer. Lo siento, pero me tengo que ir o voy a llegar tarde.

Cerró la puerta rápidamente.

Nash vio cómo se marchaba y pasaba por delante de la ventana. Se estaba alejando de él. Bien. Eso era lo que él quería, ¿no? No quería compromisos. Se sirvió una taza de té y se frió un par de huevos. Recogió y fue a comprobar que la gata estaba bien.

Estaba a punto de marcharse, cuando alguien llamó a la puerta. Era una chica de unos diecinueve o veinte años, con el pelo rubio y mirada inteligente.

– He oído que alquilan una habitación aquí. Espero no haber llegado demasiado tarde -todo en ella era una invitación y, en otro tiempo, nunca había evitado aquel tipo de fiestas. Pero no respondió a mirada interesada y a su sonrisa dispuesta. Solo quería a Stacey-. Estoy un poco desesperada.

– Pues, lo siento, no puedo ayudarte. Tendrás que volver cuando regrese la señora O'Neill. Estará aquí a eso de la cuatro.

– ¿Puedo dejar mi número de teléfono? Quizá pueda llamarme -algo le decía que la sugerencia no tenía nada que ver con la habitación.

Él se encogió de hombros y miró la nota.

– De acuerdo

Cerró la puerta y todo lo que pudo hacer fue preguntarse cómo iba a pasarse el resto del día sin Stacey.

A Stacey le hicieron una limpieza de cutis, la peinaron y le hicieron la manicura.

Una vez que estuvo lista, se pasó por el banco a ver qué opinarían de darle un crédito para empezar un negocio de flores silvestres.

Puede que fuera el pelo, o la manicura, pero algo la ayudó a que el director del banco al menos no se riera. Tampoco es que se mostrara entusiasmado, pero le dio un montón de papeles sobre cómo iniciar un negocio y le dijo que volviera cuando tuviera un plan de empresa. Un plan de vida no era suficiente.

Se comió un sandwich y luego se fue a visitar a Archie. Tenía un aspecto muy frágil, pero se alegró mucho de verla.

– ¿Has conseguido hacer algo de dinero, muchacha?

– No, por desgracia. ¿Por qué?

– Porque no has venido en tu bicicleta. No puede ser, si tienes ese aspecto.

– Es que mi hermana me ha prestado el coche.

– Maldición. Tenía la esperanza de que hubiera un nuevo hombre en tu vida.

– Pues siento decepcionarlo -dijo ella.

– Los hombres de hoy en día son tan lentos en darse cuenta de dónde hay algo bueno. Yo no habría dejado escapar a una viuda guapa y joven como tú -el anciano se rió y, una vez más, su carcajada se convirtió en una tos seca-. Bueno, bueno. ¿Y cómo está mi jardín?

– La verdad es que cada vez tiene mejor aspecto.

– ¡Vaya! -el hombre alzó la cabeza y Stacey pudo ver una chispa de interés en sus ojos.

– ¿Qué pasa, Archie? ¿Es verdad que van a construir naves industriales ahí, o es solo un rumor?

– ¿Un rumor?

– He preguntado en la oficina del ayuntamiento, y han aprobado un plan para la construcción de una serie de naves -su silencio parecía una aserción-. Entonces, ¿por qué hay alguien limpiando los caminos, abonando los frutales y volviendo a organizar todo aquello?

– ¿Es eso lo que está sucediendo? -su rostro arrugado se arrugó aún más con una sonrisa-. Bien, bien, bien.

– Tú sabes lo que pasa allí, ¿verdad?

– ¿Te preocupa que pongan naves industriales allí?

– No me entusiasma la idea. Pero es algo más que eso. Si el vivero va a ser abierto otra vez, me gustaría saberlo. Estoy buscando una salida comercial porque me he decidido entrar en el negocio de las plantas silvestres.

– Te gustaría alquilar el terreno, ¿es eso?

– Bueno, me parece una opción un poco ambiciosa. Pero tal vez podríamos llegar a algún tipo de acuerdo…

– No hay nada malo en ser ambiciosa. Si vas a meterte en un negocio serio, necesitarás espacio, probablemente más del que hay en los viveros. Pero lo siento Stacey, no es algo que esté en mis manos. Tendrás que preguntárselo a la persona que está trabajando allí. ¿Cómo se llama?

– Nash Gallagher -esperó alguna reacción que no obtuvo-. Ya le he preguntado y se limita a decirme que está limpiando el lugar -lo que era cierto-. ¿Puedo preguntarte a quién le has vendido el vivero? Así podré averiguar qué está pasando.