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Necesitaba explicarle a Nash lo de la habitación y lo de su cita.

– ¡Nash, maldito seas! -él no se volvió-. Yo soy la que tiene que cuidar de la gata, cuando procede de tu jardín.

Él se detuvo y se volvió, como si fuera a retroceder. Pero no lo hizo.

Miró por encima del hombro y vio a Vera aparecer por un lado de la casa con un vídeo y paquete de patatas.

– Si no te las arreglas bien, llévala al refugio de animales.

– ¡Jamás haría eso! -Stacey estaba furiosa.

Vera la miraba boquiabierta, mientras Lawrence miraba el reloj, claramente ansioso de haber podido estar en otro lugar en aquel momento.

Ella no tuvo más opción que dejarlo, al menos por el momento. Más tarde, iba a hacer que la escuchara.

– ¿Nos vamos? -le dijo a Lawrence.

El le abrió la puerta del coche, un Mercedes, por supuesto. Sabía que debía sentirse impresionada, pero no lo estaba. Le daba lo mismo.

Prefería caminar con Nash que disfrutar de todo el lujo del mundo con Lawrence, que no olía a otra cosa más que a colonia cara.

Quería aire fresco y ropa cómoda, y se sentía terriblemente mal porque Nash pensaba que iba a haber algo entre Lawrence y ella. Tal vez eso era lo que estaba en la agenda de su hermana, pero no en la suya.

Lawrence se aclaró la garganta.

– Todavía hace mucho calor, ¿verdad? No vendría mal un poco de lluvia para limpiar el aire.

¡Cielo santo! Estaba hablando del tiempo. El tema favorito de un convencional hombre inglés. Bueno, al menos no iba preguntarle quién era Nash. No. Era demasiado correcto.

– Supongo que no habrás oído el pronóstico del tiempo, ¿verdad?

– Pues no. Me lo he perdido – ¡maldición! Tenía que acordarse de oírlo para el sábado. Le daría un tema de conversación para la cena-. ¿Te importaría que abriera la ventana?

– No hace falta -le dio a un botón y la temperatura bajó a toda prisa-. Hay aire acondicionado-Stacey había sido capaz de darse cuenta de eso por sí misma. Cuando se disponía a explicarle que prefería abrir la ventana, él intervino una vez más-. Sé cuanto os molesta a las mujeres que se os revuelva el pelo.

No sabía nada.

Ella necesitaba que se le revolviera el pelo. Quería la cara libre de maquillaje, quería quitarse los zapatos y aquellas malditas medias, y tumbarse en el césped frío.

Pero no con Lawrence Fordham.

Capítulo 9

Nash llegó hasta el final del jardín de Stacey. Pero estaba temblando de tal manera, que no podía escalar el muro, así que se vio obligado a enfrentarse a sus sentimientos. No tenía ninguna duda de cuáles eran.

Estaba celoso. Y, de no haberse salido cuando lo hizo, habría acabado dándole un puñetazo al tipo de la camisa almidonada en el momento que le había tocado el codo.

Luego, le habría dicho que no necesitaba peluquerías, ni maquillajes ni trajes de seda para estar hermosa.

Estaba maravillosa con el pelo sujeto atrás en con una goma de Rosie, con una camiseta corta y unos pantalones anchos, y las uñas llenas de pintura azul.

Pero seguro que no quería saber nada de eso.

Teniendo en cuenta el claro esfuerzo que había hecho con su apariencia, estaba claro que estaba haciendo el gran número para el hombre de la camisa almidonada.

¿Y por qué no? Después de todo, estaba claro que tenía dinero.

El dinero era un fuerte incentivo. Su padre seguro que se había casado con su madre por dinero, pues había muy poco amor en su relación.

Pero él había pensado que Stacey quería algo más. Claro que el tipo de la camisa almidonada podría darle a Rosie y a Clover un montón de cosas caras, pero eso no podía sustituir al amor. Él era un experto en el tema.

Evidentemente, aquella recepción no era tan simple como ella le había dicho. Iba a haber muchos peces gordos.

Dio un puñetazo a la pared y ni siquiera notó el dolor, pues el de su corazón era el único con el que podía enfrentarse su cabeza.

Se había pasado toda la vida tratando de evitar aquello. Pero dicen que uno nunca oye la flecha cuando se va aproximando.

La verdad era que eso no era cierto. Había sabido que la herida era mortal desde el momento en que la había mirado por primera vez. Desde entonces, no había estado más que tratando de engañarse, diciéndose que podía manejar la situación.

Se tendría que ir al día siguiente. Alquilaría una habitación en la ciudad, daría su charla en la universidad y le diría adiós a Archie. Dejaría que construyeran las naves industriales o lo que quisieran. A Stacey le daría lo mismo, y a él también, ya que ella tenía otros planes.

Él se iba a marchar del país en cuanto tuviera la oportunidad.

Finalmente, Stacey tuvo que admitir que la noche no había resultado tan desastrosa como ella había esperado.

Lawrence encontró una versión femenina de sí mismo, que procedía de Bruselas, y que sentía el mismo entusiasmo que él por los productos lácteos, mientras que ella charlaba con el director de su banco.

En un terreno neutral, parecía mucho más proclive a darle esperanzas. Incluso le presentó al director de la revista Maybridge. Le dio su tarjeta y le dijo que, cuando iniciara el negocio, lo llamara, para que hicieran algo.

Quizás, después de todo, Dee tenía algo de razón, pues la noche había sido muy productiva. Para cuando Lawrence anunció que era ya hora de irse, se dio cuenta de que la noche había acabado mucho más deprisa de lo que se habría imaginado nunca.

Pero tenía ganas de volver a casa y dormir durante diez horas.

También necesitaba hacer las paces con Nash, pero, dormir era una prioridad. Iba a necesitar tener la cabeza bien clara para enfrentarse a él.

Nash estaba fuera de la tienda, tumbado en su saco de dormir.

Hacía demasiado calor dentro. Aún en el exterior la atmósfera era opresiva y no hacía falta oír al hombre del tiempo para saber que estaba a punto de cambiar. Definitivamente, había llegado el momento de cambiar.

Oyó el coche fuera de la casa de Stacey.

Momentos después el automóvil se alejó.

Había estado conteniendo la respiración, mientras se preguntaba si le ofrecería pasar a su casa para tomar un maravilloso trozo de su tarta, con el que probarle que sería una buena esposa.

Pero no había habido tiempo para nada.

Diez minutos después, la luz de la habitación de Stacey ya estaba encendida. Luego la del baño. Ella estaba en casa, a salvo y durmiendo sola. Cerró los ojos.

¿Y si ponía todas las cartas sobre la mesa, le explicaba la situación, le ofrecía el jardín… y le pedía que lo esperara?

Una ráfaga de viento lo despertó. La puerta de la tienda se había soltado y agitaba el aire bruscamente. Mientras se metía en el interior grandes gotas de lluvia comenzaron a caer.

Stacey se despertó sobresaltada, y se sentó en la cama antes de haberse podido despertar del todo.

Había visto una lívida ráfaga de luz…

El estallido de un trueno justo encima de la casa le reafirmó que no era más que una tormenta de verano.

Las cortinas se agitaban con fuerza y, al llegar a la ventana para cerrarla, descubrió que la moqueta estaba mojada.

La lluvia se deslizaba por los cristales y ella apoyó la cara en el cristal, mientras se preguntaba qué tipo de daños ocasionaría aquel diluvio en su pobre y vieja casa.

Hubo otro rayo, que iluminó su jardín y se reflejó sobre el césped húmedo.

Unos pocos segundos después hubo otro trueno y pensó en Nash. Se preguntó si estaría bien. Estúpida pregunta. Estaría empapado.

Era posible que todavía no quisiera hablar con ella, pero no estaba dispuesta a dejarlo allí fuera, mojándose.

Se puso los pantalones del chándal, comprobó que Rosie y Clover estaban bien. Rosie estaba profundamente dormida, pero Clover medio se despertó.

– ¿Qué ha sido ese ruido mamá?

– Hay una pequeña tormenta, cariño. Nada de lo que preocuparte. Está lloviendo con mucha fuerza, y voy a ver si Nash quiere venirse a dormir aquí. ¿Os quedáis un momento solas?