– ¿Doctor Gallagher?
– ¿Sí?
– Soy Jenny Taylor, de Investigación Botánica Internacional. Hemos recibido su mensaje de que tiene que demorar su partida. El director quiere saber si estará disponible para viajar a finales de mes, para poder organizarlo todo.
El final del mes estaba a solo diez días vista. Miró a Stacey. Pensó sobre lo de pasar un año en Sudamérica. No respondió.
– Lo siento. Tengo otros compromisos. Si tienen mucha prisa, tendrán que buscar a otra persona.
Hubo un momento de silencio. Ni él mismo se creía que había dicho lo que acababa de decir.
– Ya lo llamaremos -dijo ella.
Colgó el teléfono y lo desconectó. Podría dejarle un mensaje.
Le devolvió él teléfono a Stacey que lo miraba con curiosidad.
Ella no se creía que él fuera botánico. No le había importado hasta entonces tratar de convencerla. Pero de pronto, sí importaba. Si quería estar con él. Si lo que buscaba era una buena cuenta bancaria, entonces Lawrence era el hombre que necesitaba.
– Era de Investigación Botánica Internacional -le dijo-. Quieren que guíe una expedición.
– ¿Investigación Botánica Internacional? -Stacey lo miró, tratando de leer su cara. Mike había sido una persona fácil de leer. Nash no lo era en absoluto. Era mucho más profundo y complicado-. ¿Y les has dicho que no?
– Tú me necesitas.
– ¡Sí, claro! -se lo estaba inventando. Lo habrían llamado para trabajar unos cuantos días en algún sitio. ¿Podría permitirse el rechazar trabajo? Quizás ella debería intentar esforzarse un poco más para arreglárselas sola-. ¿Me ayudas? Necesito ir al baño.
Él se inclinó para que ella enganchara el brazo alrededor de su cuello.
Stacey pensó que ya estaba mucho mejor, porque ya no le dolían tanto los músculos al moverse. Pero quizás era porque estaba demasiado ocupada tratando de superar las sensaciones que le provocaba el roce de su mejilla contra el pecho de él, como para sentir nada más.
El la miró.
– ¿Estás bien? -le preguntó.
No, claro que no estaba bien, pero lo miró a la cara y se esforzó por sonreír. Pero no lo consiguió. Él tampoco estaba sonriendo. Por un momento, pensó que la iba a besar. Lo hizo. Le rozó la frente suavemente con los labios.
– No trates de hacer más de lo que puedes.
– Puedo, de verdad.
Al final, él la tomó en brazos y la llevó hasta el baño.
En ese momento, ella descubrió que él no había estado sentado en la escalera esperando a que lo llamara. Por eso tenía escayola en la cabeza. Había estado arreglando el baño, los baldosines estaban en su sitio y quedaba muy bonito. Incluso había puesto la cortina y unas margaritas encima de una repisa. Stacey acarició los pétalos.
– Me encantan -dijo.
– Leucanthemum vulgare -dijo él. Luego, levantó la mirada-. Lo he mirado en un libro.
– Ya – ¿Por qué no lo creía? ¿Por qué el corazón le latía a toda prisa? Como si aquellas palabras hubieran sido mucho más importantes que un beso-. Puedes bajarme.
La dejó en el suelo, sin dejar de sujetarla para que no perdiera el equilibrio.
Desde la ventana, vio que había hombres recogiendo los escombros del muro.
– ¿De dónde han salido?
– ¿Quién? -Nash miró hacia el mismo lugar que ella-. ¿Esos trabajadores? Han llegado esta mañana. Supongo que habrá sido el constructor. Te van a dar una indemnización por el accidente. Bueno, eso me imagino.
– ¿Una indemnización?
– El muro estaba en un estado muy peligroso. Se podría haber caído en cualquier momento encima de Clover o Rosie.
– Pero eso no ocurrió. El accidente fue culpa mía. No debería haberme subido. Ya se lo había advertido a las niñas -suspiró-. Seguro que ahora pondrán una valla de alerce.
– No te quieres marchar de aquí, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
– ¿Harías cualquier cosa para quedarte?
– Es que me pienso quedar. Pensaba que no podría hacerlo, pero el lunes tomé una decisión.
– Ya.
– Claro que ahora no puedo hacer nada al respecto.
– Pero pronto podrás. ¿Te las puedes arreglar sola aquí? -De pronto estaba ansioso por poner cierta distancia entre ellos.
– Sí, gracias -ella se agarró al lavabo y miró el baño-. ¿Nash?
– ¿Qué? -su respuesta fue mucho más seca de lo que había esperado. De pronto, no le pareció buena idea pedirle que la ayudara a meterse en el baño. Un cuerpo lleno de arañazos no era algo divertido de ver para un hombre.
– No te olvides de bajar las flores al comedor.
Nash abrió la puerta del comedor y se quedó sorprendido. No había estado allí antes.
Alguien había empezado a arrancar el papel, pero al ver que el temple también se caía, lo había dejado tal cual. El resultado era una auténtica catástrofe decorativa.
Miró al carísimo centro de flores que tenía en la mano. ¿Seguro que ella quería que lo dejara allí? ¿No ofendería eso a Lawrence?
Realmente, aquella le pareció una muy buena razón para dejarlo allí.
Así lo hizo, cerró la puerta y se dirigió a la cocina a preparar té.
Dee Harrington estaba sentada en la cocina cuando él entró.
Él se detuvo en la puerta. -Hola. No la oí llegar. Stacey está en el baño.
– No he venido a ver a Stacey. He venido a hablar con usted. A mí no me impresiona en absoluto con toda esa demostración de que es un «hombre moderno».
El acercó una silla y se sentó a la mesa. – ¿Qué es lo que le preocupa?
– Usted, señor Gallagher. Me preocupa usted. A Stacey ya le rompieron el corazón una vez y no quiero que vuelva a pasar por eso.
– ¿Y qué le hace pensar que le voy a romper el corazón?
– Es inevitable. Usted es el clon de Mike, su marido: rubio, ojos azules y musculoso.
– No es algo que a mí, en particular, me preocupe demasiado. Es una simple combinación de características genéticas y trabajo duro.
– Mike también trabajaba duro y jugaba duro. Nunca dejó de jugar: al rugby, al baloncesto… Cuando debería haber estado en su casa, cuidando de su mujer y sus hijas. También le gustaban los juguetes de mayores. Las motos eran sus favoritos. En segundo término estaban las muñecas de carne y hueso. Stacey fue una buena esposa, leal a él. Lloró mucho cuando murió. Creo que se merece algo mejor esta vez.
– ¿Y su intención es de que lo consiga en esta ocasión?
– ¿No haría usted lo mismo, si fuera su hermana? -se inclinó hacia delante-. Lawrence Fordham es un buen hombre que puede proporcionarle una buena vida. Necesita ir hacia delante. Usted es un paso atrás en su vida.
– Creo que nos está infravalorando, a los dos, señora Harrington. Y ahora, si me perdona -se levantó-. Tengo que ayudar a Stacey antes de ir a por las niñas al colegio. ¿Le digo que ha venido a verla? ¿O prefiere que mantenga este pequeño encuentro en secreto?
Ella se levantó, con el rostro congestionado por la rabia.
– ¡Está tan seguro de sí mismo! Ha encontrado un lugar confortable, una viuda necesitada con una casa, y está dispuesto a hacerse indispensable. Se lo advierto, señor Gallagher, mi hermana puede que no tenga redaños, pero yo sí. Será mejor que se invente alguna excusa y se marche ahora, porque voy a averiguarlo todo sobre usted.
– Bien, pues quédese usted aquí y cuide de ella -era un reto-. ¿O quizá sea el señor Fordham el que venga a remangarse para quitar el polvo?
– Váyase, y me la llevaré a casa conmigo -le dijo-. Hay mucha gente que puede cuidar de ella.
– No lo creo. Como usted dice, aquí tengo todo lo que he querido siempre -agarró a un pequeño gatito que se estaba escapando y lo puso de nuevo junto a su madre.
– ¡Nash! -gritó Stacey desde arriba-. Ya puedo bajar.
– Pues será mejor que estés decente, porque tienes visita -sonrió a Dee-, Ya ve. Siempre hay algo que hacer.