Así lo hizo. Volvió con una taza de té, una tostada y un beso, antes de llevar a Clover y a Rosie al colegio.
Stacey estaba segura de que solo eso habría causado todo tipo de cotilleos, antes de que hubiera motivo para ellos.
Se levantó de la cama y, con la ayuda de las muletas, se dirigió hacia el baño. No era tan divertido como que la llevara él, pero tenía que hacer el esfuerzo.
Ya se había aseado para cuando él volvió. Se quedó impresionado de sus avances, pero no deshizo sus planes de tener a alguien para que la ayudara.
– He visto a Vera cuando venía hacia aquí. Le he pedido que venga a ayudarte.
– No hace falta.
Miró las muletas.
– Te puedes caer. Y yo no sé cuánto tiempo voy a tardar.
– Pensé que solo ibas a estar fuera por la mañana.
– Más bien hasta después de comer -dijo, mientras se disponía a afeitarse-. Necesito ir a ver a Archie, también.
– Dale recuerdos de mi parte -dijo ella, mientras lo veía afeitarse.
Hacía mucho que no veía a un hombre afeitándose, y siempre había pensado que era una de las acciones más sensuales del mundo. Era como el amor: un pequeño error y…
– Nash -él se volvió-. Gracias por lo de anoche.
– Fue un placer -sonrió y le dio un beso en la frente, dejándole un poco de espuma. Se la quitó con el dedo-. Esta noche lo intentaremos otra vez.
– Pero, ¿y Clover y Rosie?
– No son ningún problema -estarían felices-. A quien sí vas a tener que pensarte cómo decirle que me quedo es a tu hermana.
– ¿Te quedas?
El hizo una pausa y la miró a través del espejo.
– ¿No quieres?
– Sí -dijo ella. Aquel no era momento para juegos y fingimientos-. Claro que quiero que te quedes. Pero pensé que tu vida consistía en ir de un lugar a otro.
– Pues he encontrado un lugar en el que quedarme -limpió la maquinilla de afeitar en el agua.
Ella trató de mantener el rostro sereno, pero no pudo evitar una sonrisa complacida.
– ¡Pobre Dee! -Se dio la vuelta con las muletas y se dirigió a la puerta-. Nash…
– ¿Sí?
– ¿Esta noche podrías ayudarme a darme un baño?
Dejó de afeitarse.
– Realmente, sabes cómo hacer que un hombre quiera volver a toda prisa a casa.
Stacey se preguntó si Nash habría reconsiderado la oferta de trabajo del día anterior. Asumiendo que no fuera eso de liderar una expedición en el Amazonas. Pero no podía ser, pues se iba vestido con unos vaqueros, una camiseta verde y su cazadora de cuero.
La besó y la abrazó, y ella no pudo evitar estremecerse.
– ¿Qué te pasa?
– Nada -dijo ella, pero él continuó mirándola-. Es que no me gustan las motos.
– ¿No? -Se puso el casco-. Quizás haya llegado la hora de pensar en algo más razonable, algo para cuatro.
– ¿Un Volvo? Dicen que son muy seguros -se rió ella-. Quizás uno amarillo. Dicen que la gente tiene menos accidentes.
– Eso suena interesante.
– Lo siento. Sé que sueno totalmente estúpida. No tienes que cambiar por mí, de verdad.
– Ya solo el haberte conocido me ha cambiado, Stacey. Amarte como te amo… no hay palabras para describir lo que me ha hecho.
«Amarte como te amo».
Era fácil de decir, difícil de vivir.
Stacey se entretuvo pensando en qué haría Nash, exactamente, cuando no estaba limpiando el jardín de Archie.
Luego, mientras cojeaba lentamente alrededor de la casa, vio todo lo que había hecho por ella. No había sido solo el baño, sino que había repintado la puerta de la cocina y le había puesto el picaporte.
Aquello era lo que Nash hacía. Había estado equivocada respecto a él. No era en absoluto como Mike. Quizá se pareciera físicamente, pero eso no significaba nada. Mike había sido un hombre guapo solo en la superficie.
Nash no era así. Era hermoso por fuera y por dentro. No esperaba a que se le pidieran las cosas. Cuando hacía falta algo, él lo hacía. Así le había arreglado el baño. Así le había hecho el amor, lentamente, dando, no quitando.
Quizá no tuviera dinero, como Lawrence Fordham, pero la amaba y podía confiar en él. La quería a ella y a sus niñas. Eso era todo lo que quería de un hombre.
– ¿Stacey? -Vera asomó la cabeza-, ¡Ya estás levantada y andando! Eso es estupendo.
De pronto, la miró dudosa.
– ¿Qué pasa?
Vera se rió.
– Estaba pensando que, si yo tuviera el enfermero que tú tienes, seguro que me aprovecharía un poco -Stacey se ruborizó y Vera soltó una carcajada-. De acuerdo, entendido. Es demasiado pronto para hablar de nada de esto. ¿Un café?
Ya estaban en la segunda taza cuando Dee llegó, con un ejemplar del diario Maybridge.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -se debatía entre el enfado y la risa. Una muy mala combinación en el caso de su hermana.
Stacey suspiró y dejó la taza sobre la mesa.
– ¿Decirte qué?
– Lo de Nash Gallagher.
¡Cielo santo! No podía haber salido en el periódico de la mañana. Miró a Vera, que parecía tan perpleja como ella.
– Viene en la primera página.
Dejó el periódico sobre la mesa.
El heredero de Baldwin dará una conferencia en la universidad.
– Nash Gallagher es el nieto de Archer Baldwin. ¿Archer? ¿Se refería a Archie? Stacey siempre había asumido que era el diminutivo de Archibald. -Nash Gallagher es el nieto de Archer Baldwin -continuó su hermana-. Y me dejaste que le tratara como a un peón.
– ¿Qué? -la cabeza de Stacey trataba de entender lo que decía su hermana, de encontrarle sentido a la fotografía que aparecía en primera página. Parecía recién salido de algún pantano en el que hubiera encontrado algún espécimen raro de planta-. Fue Nash el que te permitió que lo llamaras peón. Yo traté de impedírtelo, no porque considerara un insulto el que fuera un peón, sino porque estabas siendo realmente maleducada. Pero todavía no entiendo nada. Archie no es rico.
– Estarás bromeando -Dee la miró como si acabara de llegar de otro planeta-. Este pueblo era parte de sus posesiones hace algún tiempo. Todo el mundo que vivía aquí, trabajaba para él. El tío de Mike, por ejemplo, consiguió su casa porque trabajaba para él-. Archie Baldwin les regaló a sus trabajadores las casas en las que vivían. Se las dio, Stacey, no se las vendió ni se las alquiló -Dee se sentó-. ¿Queda algo de café?
Vera le sirvió una taza.
– Dee tiene razón, Stacey. Mi madre también trabajaba limpiando. Así fue como conseguimos la casa.
– Tú eres muy joven para recordarlo, pero yo sí que me acuerdo -dijo Dee-. Apareció en los periódicos.
– ¿El qué?
– Que desheredó a su hija, acusándola de no ser una Baldwin porque había descuidado a su hijo. El hombre vendió sus posesiones y regaló millones. Luego se desvaneció, se convirtió en una especie de recluso.
– Dee, Archie llevaba el vivero que hay al otro lado del muro. Yo solía ayudarlo cuando estaba muy ocupado. Llamé a la ambulancia cuando le dio el ataque al corazón.
– ¿Archie? ¿Te refieres a que ese anciano era Archer Baldwin?
– Claro que es él -miró una pequeña fotografía en la que aparecía Archie mucho más joven-. Fui a verlo el lunes, cuando me dejaste el coche -se levantó lentamente. Siempre había pensado que era un jardinero, y que Nash era… -. ¿Una conferencia? ¿Qué conferencia?
Vera leyó en alto.
– «El doctor Gallagher, nieto de Archer Baldwin, ha venido a Maybridge para dar una conferencia a los estudiantes de biología de la facultad de ciencias. El doctor Gallagher ha pasado los cinco últimos años recolectando y catalogando nuevos especimenes de plantas…». Y escucha esto: «Al doctor Gallagher le han ofrecido la cátedra de botánica de la universidad». ¿Sabías algo de esto, Stacey?