– No -Stacey le quitó el periódico-. No sabía nada. Me ha estado mintiendo.
– ¡Vamos, Stacey! -dijo Dee.
– De acuerdo, lo diré de otro modo: no me ha dicho toda la verdad.
Incluso en su confesión de la noche anterior, no le había contado toda la verdad sobre su familia.
Ya no le extrañaba que su hermana no supiera si reír o llorar.
Ella quería, claramente, llorar, pero no antes de encontrarlo y decirle lo que pensaba de él.
– Me voy a vestir y voy a ir a la universidad.
– ¿Te parece prudente? -preguntó Dee.
– No lo sé. Lo voy a hacer, igualmente. ¿Me llevas o pido un taxi?
– Te llevo, a ver si así puedo impedir que cometas una estupidez. Estoy segura de que si no te ha dicho nada es porque tiene un buen motivo.
– ¿De verdad? ¿Cómo cuál?
Se volvió bruscamente ayudada por la muleta, con tan mala suerte que, en ese preciso instante, uno de los gatitos salió de la mesa. Era o el gato o ella, no había opción.
– Stacey, cariño… -ella abrió los ojos y vio a Nash inclinado sobre ella. Por un momento notó una cálida y reconfortante sensación-. ¿Qué ha pasado?
De pronto, el sentimiento de felicidad de evaporó.
– ¿No te lo ha dicho Dee?
– Se ha ido corriendo a por las niñas al colegio. Solo me dijo que te habías caído otra vez.
– Fue de nuevo lo mismo. Tenía tanta prisa por encontrarte, que no vi el peligro hasta que ya era demasiado tarde.
– ¿Encontrarme? Pero si sabías que iba a volver.
– Sí, pero lo que te tenía que decir no podía esperar. Tenía mucha prisa, porque quería asesinarte. Ha debido de ser tu día de suerte, porque se me cruzó uno de los gatitos y me caí, dándome un golpe en la cabeza. Esta vez, no me dejan irme a casa, así que estás a salvo. Por ahora.
– No te muevas -le dijo, mientras trataba de sentarse. Él la contuvo con una mano.
– Eres un canalla, Nash. Yo confié en ti y tú abusaste de esa confianza. ¿Por qué me mentiste? -él abrió la boca dispuesto a contestar, pero ella no lo dejó-. Te he visto en el periódico, así que no me mientas.
Nash podría haber dicho que no le había mentido, que, sencillamente, no lo había creído cuando le había dicho la verdad. Pero eso tampoco habría sido cierto. Le había ocultado muchas cosas y ambos lo sabían.
– Lo siento, de verdad. Al principio no me pareció importante. Luego… luego quise asegurarme de que me querías a mí, no los míticos millones de un Baldwin.
– Pero eso es despreciable.
– Sí, lo sé. Pero mi padre se casó con mi madre por dinero. Quería empezar un negocio, y así fue como lo hizo.
– ¿Y pensaste que yo iba a hacer lo mismo? -no podía creerse lo que estaba oyendo-. ¿Tiene que ver con los esfuerzos de Dee por juntarme con Fordham? Pensaste que me iba a casar con el hombre que me había traído aquellas espantosas rosas.
– Parecías bastante complacida con ellas -ella lo miró como pensando que estaba loco. Él se encogió de hombros-. Lo siento, Stacey, pero hasta que te he encontrado a ti, no ha habido un amor incondicional en mi vida.
– ¿Ni siquiera el de Archie?
– Cuando era pequeño, sí. Pero al final, me utilizó para herir a mi madre. Ha seguido manipulando las cosas, tratando de que me quedara aquí.
– ¿Y te vas a quedar?
– No hay dinero, Stacey. Archie lo regaló todo, excepto el jardín -hizo una mueca-. Bueno, debió de guardarse algo para poder crear una cátedra de botánica en la universidad. Sigue manejando los hilos. ¿Lo entiendes?
– Y, ¿vas a hacer lo que él quiere? ¿Te vas a quedar?
– Los profesores de universidad no ganan mucho dinero, Stacey. No podría darte…
– ¡Vete al infierno, Nash! -estaba demasiado cansada y dolorida-. Vuelve cuando hayas madurado.
Cuando volvió a abrir los ojos, él no estaba. No sabía si habría madurado o no, porque no regresó.
Estuvo en el hospital una semana, tras la cual Dee insistió en que pasara con ella una semana en una casa que había alquilado en Dorset. El aire puro la ayudó a terminar de recuperarse y a levantar el ánimo un poco.
– Mañana volvemos a casa. ¿Qué vas a hacer? -Dee se dejó caer en la silla que tenía al lado-. ¿Lo has pensado?
Stacey suspiró, tratando de no censurarse por haber sido tan dura con Nash.
Pero la vida continuaba, y ella tenía que seguir adelante con su plan. Y pensando en planes…
– La verdad es que necesito un plan de empresa. ¿Tienes alguna idea de lo que es eso?
– Bueno, lo primero que necesitas es dinero.
– Tengo la casa.
– Y puedes perderla si el negocio va mal.
– Lo sé. Pero si no trato de alcanzar la luna… no puedo conseguir las estrellas.
Dee frunció el ceño.
– No sé…
– ¿Puedo usar tu teléfono? -Dee le dio el móvil. Marcó el número de Nash. Estaba fuera de servicio, así que dejó un mensaje-. Nash, te llamo para decirte que en tres semanas ya has tenido tiempo más que suficiente para crecer. Estaré en casa mañana y, si no me estoy equivocando, te veré allí.
Cuando devolvió el teléfono a su hermana, estaba sonriendo.
– Esto es parte de otro plan -le dijo Stacey-. Ahora vamos a hablar de negocios.
Una cosa era llamarlo a distancia y dejar un mensaje, y otra estar a solo una milla de casa, con el corazón acelerado, impaciente por llegar y temerosa de que él no estuviera.
Entraron en la calle. La casa pareció sonreírles, pero no había señales de Nash ni de su moto.
– Está preciosa, ¿verdad?
– Pero… -dijo Stacey mientras Vera abría la puerta-. No lo entiendo. ¿Quién ha hecho todo esto?
– ¿Pasamos? -dijo Dee.
Clover corrió a ver a los gatitos.
– ¿Qué ha pasado aquí, Vera? -le preguntó-. ¿Quién ha hecho todo esto?
– ¿No se suponía que tenían que hacerlo? -Preguntó Vera con total inocencia-. Trajeron una carta. Algo sobre una indemnización por el accidente. También han arreglado el comedor y han puesto una ducha. Yo me he encargado de supervisarlos. Pensé que te parecería bien.
– Sí, me parece muy bien, pero le dije a Nash… -Archie era el propietario del muro. Cualquier compensación tenía que venir de él. El corazón se le encogió. Así que eso era todo el compromiso que Nash estaba dispuesto a asumir.
– ¿Por qué no te vas a tumbar? -Sugirió Dee-. Seguro que estás cansada. Me llevaré a las niñas conmigo, si quieres. Ingrid se ocupará de ellas y te las traeré de vuelta mañana.
Stacey no se había imaginado lo vacía que le iba a parecer la casa. Hasta aquel momento, había estado convencida de que él estaría allí, esperándola. Pero, seguramente, ya estaría de camino al Amazonas.
– Sí, gracias, Dee. Eso sería estupendo.
– Yo estaré al lado, para lo que necesites -le dijo Vera-. ¿Puedes subir sola a la habitación?
Ella asintió.
– Sin problema.
Pero Vera esperó hasta que hubo llegado arriba.
Dee se llevó a las niñas y se hizo un silencio total.
No pudo evitar estremecerse al abrir la puerta del dormitorio. La habitación estaba en penumbra, así que se acercó a la ventana para abrir las cortinas.
Alguien había empezado a cortar el césped, pero lo habían dejado a medias. Lo habían cortado aquí y allí, dejando un mensaje…
Stacey, te quiero. ¿Te quieres casar conmigo?
Se tapó la boca con la mano, los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a reírse a carcajadas. Abrió la ventana y comenzó a gritar.
– ¡Sí, Nash! ¡Sí!
No hubo respuesta. Esperaba que él hubiera aparecido por el nuevo muro del jardín… pero se dio cuenta de que había una puerta.
– ¡Nash! ¿Dónde estás? ¡Te quiero conmigo, ahora!
– Aquí me tienes.
Stacey se dio la vuelta y él estaba allí, de pie, en el vano de la puerta.