Una comida que no tendría que cocinar ella, una manicura y la posibilidad de ponerse un vestido de diseño eran reclamos tentadores.
– ¿De verdad que me prestarías tu vestido negro?
– Te lo traeré mañana.
– Pero Dee, la cena no es hasta el próximo sábado.
Dee sonrió.
– Lo sé. Tiempo suficiente como para que te inventes una docena de excusas. Pero una vez que tengas el vestido en el armario, ya no vas a ser capaz de resistirte a la tentación de ponértelo.
– Eso es cruel -pero quizás, podría ponérselo y hacer que Clover lanzara la pelota al otro lado del muro. La voz de Dee la sacó de su ensoñación.
– Haré lo que sea para sacarte de esta casa -sonrió-. Puedes regalarme alguna de esas fresas o las guardas para las niñas. Miró a donde estaban Clover y Rosie, en el césped, adornando a su primo pequeño, Harry, con margaritas.
– Tómatelas todas. Las niñas han comido ya un montón.
Dee se sirvió la fruta en un tazón.
– Son las mejores que he probado este año. ¿De dónde las has sacado?
– Pues… de un vecino -Stacey notó que se ruborizaba. No había visto a Nash desde la tarde que había escalado el muro y la había pillado con las manos llenas de fresas. Pero el resplandor de una hoguera que había visto por la noche, le decía que él estaba allí.
Antes de irse a la cama, Clover había lanzado una bola al otro lado del muro una vez más. Pero ella estaba orgullosa de su determinación de no pedirle a Nash que la buscara. Claro que, en aquel momento, no tenía la promesa de un vestido de Armani.
No. Estaba decidida. No estaba buscando a don perfecto, y ya había tenido la experiencia de vivir con don error y tenía consecuencias suficientes para lo que le quedaba de vida. Las niñas tendrían que esperar a que él se diera cuenta. Y, si tardaba, Clover aprendería a ser más cuidadosa.
Pero no tardó.
Clover, muy pronto, se encontró la bola en una bolsa, enganchada en la rama de un manzano, junto con un paquetito lleno de fresas.
Dee abrió los ojos sorprendida.
– ¿Un vecino? ¿Qué vecino? -la mirada inquisitorial de su hermana solo empeoró las cosas-. Pensé que eras tú eras la única que tenía este tipo de cosas por aquí. ¿Por qué te ruborizas?
Stacey se cubrió las mejillas con las manos.
– No seas tonta, es solo el calor -dijo rápidamente-. Y he estado pensando…
– ¿Pensando? -Dee alzó las cejas.
– He estado pensando -repitió Stacey, ignorando el tono sarcástico de su voz-. Podría alquilar una de mis habitaciones a un estudiante. ¿Qué te parece?
Stacey sabía exactamente lo que su hermana iba a pensar. Pero tenía que cambiar de tema rápidamente.
Creo que deberías vender la casa por lo que te dieran. Con un poco de suerte, los futuros compradores se quedarán tan sorprendidos con tu rosal, que no se fijarán en que la pintura se cae a trozos -hizo una pausa-. Si cortaras el césped, ayudaría.
– Si alquilo habitaciones a un par de estudiantes -continuó Stacey-, mi situación financiera cambiaría radicalmente. Sería capaz de arreglar la casa y, si decido venderla… bueno, cuando decida venderla -se corrigió a sí misma rápidamente-. Conseguiré un precio más alto.
– Llevas diciendo eso desde que Mike murió.
– Lo sé. Pero es que hay mucho que hacer.
– Eso no te lo discuto -se encogió de hombros- De acuerdo, ya he fastidiado bastante por hoy -se levantó-. Creo que estás loca, pero vamos a ver qué puedes ofrecer.
Su hermana estaba sacudiendo la cabeza ante un montón de baldosines caídos en el baño, cuando Stacey vio a Nash al otro lado del muro. Llevaba una carretilla llena de basura hacia un lugar del que salía una tímida columna de humo. El sol se reflejaba sobre su piel sudorosa y resaltaba la curva de sus bien esculpidos bíceps. Como si hubiera presentido su mirada, se volvió y sus ojos se encontraron.
– Sí, tienes razón -dijo, y sacó a su hermana del baño. Sabía, exactamente, qué opinión le merecería Nash Gallagher a su hermana. Era el tipo de tentación sobre dos piernas por la que ya había perdido la cabeza una vez-. Yo me cuido mucho de no salpicar, pero no puedo esperar que los demás lo hagan -miró por última vez a la ventana-. Ya veré lo que hago. ¿Podrías poner un cartel en la universidad cuando vayas hacia casa?
– Si insistes. Quizá también deberías poner uno en la tienda. O tal vez en el periódico… -Dee recordó, de pronto, que tenía otros planes para Stacey-. ¿O casarte con Lawrence y no volver a preocuparte por el dinero nunca más?
– ¿Por qué piensas que él querría casarse conmigo? No soy precisamente un «premio» para un hombre de su posición -la maligna sonrisa de su hermana le dijo que no era la única a la que estaban manipulando. Casi sentía tentaciones de sentir cierta empatía por él, pero ella tenía sus propias preocupaciones.
Por ejemplo, le preocupaba qué habría hecho Nash con el bizcocho que Clover le había dejado sobre el muro a modo de regalo de agradecimiento por haberle devuelto la pelota. En realidad el bizcocho lo había hecho para Archie.
Para cuando se dio cuenta de que el bollo había desaparecido y Clover admitió lo que había hecho, ya era demasiado tarde.
Capítulo 3
– ¿Te has enterado de lo que le va a pasar al antiguo vivero? -preguntó Dee, mientras caminaban hacia su carísimo coche italiano.
No quería admitir lo que sabía sobre las naves industriales, porque ya la había fastidiado bastante.
– Hay alguien trabajando allí -se limitó a decir.
– Entonces deben de haber conseguido todos los permisos -Dee suspiró y agitó la cabeza-. Ya te lo advertí. Esta casa no va a valer nada a menos que la vendas de prisa.
– Si hubiera podido venderla de prisa, lo habría hecho.
– No, querida, no lo habrías hecho. Has estado retrasando lo inevitable con la vana esperanza de que sucediera un milagro o algo así, para no tener que moverte de aquí.
– Eso no es verdad. No tengo suficiente para jugar a la lotería.
Dee la miró sorprendida.
– ¿Tan mal van las cosas? Oye, por favor…
– ¡No!
– De acuerdo, de acuerdo -dijo, dando marcha atrás en la oferta de dinero que estaba a punto de hacer-. Pero sabes lo que quiero decir. Tú no te quieres ir de esta casa. Todo eso de querer arreglar los destrozos que Mike le hizo a la casa no es más que una excusa. Tienes que dejar que el pasado se vaya…
Stacey tomó a su sobrino en brazos y lo metió en el coche, fingiendo no oír lo que su hermana le decía.
– ¿Estás bien, Harry? -Harry sonrió-. Eres una dulzura -retrocedió-. Me encantaría tener un pequeño como tú.
– ¿Sientes que vuelve a despertarse tu espíritu maternal? -Preguntó Dee-. Cásate con Lawrence y estoy segura de que él cumplirá.
– ¿De verdad? ¿Tiene que ser un pacto permanente? Porque yo me sentiría feliz solo con el bebé.
– Como si no tuvieras ya suficientes problemas -pero su hermana se llevaba impresa en la cara una sonrisa sospechosa. Estaba convencida de que las hormonas de Stacey se encargarían de hacer el trabajo sucio-. Te traeré el vestido.
– De acuerdo.
– No me dirás que no en el último momento, ¿verdad?
– No puedo prometer que vaya a ser «la noche de Lawrence», pero… -pensó una vez más en la sugerencia de su hermana de que las niñas se quedaran con Harry, bajo los cuidados de Ingrid, y se dio cuenta de que podía tener una nada inteligente interpretación. No era posible que hiciera algo así a cambio de nada. Tenía que buscarse su propia niñera-. Pero no te fallaré. No te olvides de poner un cartel en el tablón de anuncios de la universidad.