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Para entonces yo ya había tirado la túnica a la basura y había perdido la muñequera en algún bar de aquellos que tenían las paredes pintadas de negro, y ya me había leído algún que otro libro feminista sobre la necesidad de redefinir las relaciones de pareja, y también me había indignado después de ver tres veces el programa, hasta el punto que llegué a enviar enfurecidas cartas a Antena 3 exigiendo el fin de su emisión. Cuando lo explicaba en la facultad o en los bares, compañeros y amigos me tachaban de loca o exagerada, y recuerdo muy bien cómo alguno (el propio David Muñoz, si no me falla la memoria) llegó a decirme: «Una chica que está tan buena como tú, ¿qué necesidad tiene de ir por ahí de feminista?» Ojo, que hablamos de 1995. Anteayer, como quien dice.

Otra sobre la tele. Este mismo año en «Gran Hermano». Yo nunca he visto ese programa, pero no me hace falta, puesto que los momentos estelares los repiten hasta la saciedad en los programas de zapping y uno de esos grandes momentos Nescafé era el que sigue: una chica va persiguiendo por toda la cocina a otra, acosándola verbalmente y yo diría que insultándola: «Porque eres una maleducada y una soberbia y una engreída y… ¡Y no te quedes ahí callada! ¡Hazme caso! ¡Respóndeme!» La otra intenta ignorarla y fustigarla con el látigo de su indiferencia, pero la primera la sigue como un perro de presa hasta que la que era una maleducada, y una soberbia y una engreída se sirve con la mayor parsimonia un vaso de agua en el fregadero y, de pronto, se da la vuelta, y ¡zas!, se lo tira a la cara a la que reclamaba a gritos una respuesta, como si le dijera «aquí la tienes». Recién recuperada del susto, la atosigadora, tan empapada como indignada, persigue a la empapadora a gritos por todo lo largo del pasillo: «¡Hija de puta! ¡Si esto me lo llegas a hacer en la calle te corro a hostias!» ¿Era acoso verbal lo de la una? ¿Fue agresión la respuesta de la otra? ¿Y los gritos finales?, ¿se podían calificar de amenazas? Ni idea, nadie se pronunció al respecto, pero sí te puedo decir que por algo parecido echaron en una edición pasada a un concursante masculino que le pegó un empujón a una chica, en este caso su novia. Por el contrario, en el suceso de la regadora y la regada, la dirección del programa ni echó a nadie ni tomó cartas en el asunto. Se deduce que, por tratarse de dos chicas en lugar de chica y chico, no se exigían paternalismos ni intervenciones.

¿Qué te quiero decir con todo esto? Que a veces es muy difícil encontrar culpables o atribuir responsabilidades o definir qué es amor, qué es masoquismo y qué es la reacción aprendida después de años y años de condicionamiento cultural y/o familiar, porque la mayoría de los humanos estamos condenados a repetir, consciente o inconscientemente, lo que vivimos o aprendimos en la infancia.

O que yo nunca quise verme como una víctima, y creo que esa actitud tampoco me habría ayudado.

¿Y por qué te estoy contando esta historia? Pues porque, como verás más adelante, el hecho de haber tocado fondo en la piscina y remontar hacia la superficie influyó muy directamente en tu concepción. Pero aún no hemos llegado a eso. Ten paciencia, querida, que al fin y al cabo lo inmenso es la categoría de cada minuto, porque cada minuto contiene el germen de otra cosa futura, antesala a su vez de infinitud, y así porque cada cosa inevitablemente lleva a otra y cada minuto al siguiente, todos somos el fruto de los actos -de amor o no, en tu caso de amor- que nos preceden. No puedes entender tu historia si no entiendes primero la mía, aunque en principio no parezca que tengan mucha relación estas líneas que escribo con tu vida.

9 de octubre.

«Octubre es el mes de las buenas manzanas / octubre es el mes de los viejos recuerdos / y todas las cosas buenas suceden en octubre.»

Estos versos los escribí con trece años y los recupera la memoria, porque el cuaderno en el que escribía mis poesías lo tiré hace tiempo para bien o para mal (sospecho que para bien). Pero esta mañana me he levantado con una nube negra encima de mi cabeza y con la impresión de que este octubre será el profético inicio del invierno de mi descontento y que no habrá sol, ni de Madrid ni del Caribe, capaz de animarlo.

Me acuerdo que Sonia la actriz (también conocida como «Sweet Sonia» por lo cariñosa que es, nada que ver con mi antigua compañera de clase, que es Sonia la fotógrafa, también conocida como «Slender Sonia» por lo delgadísima que está, ni con Sonia la guionista, también conocida como «Suicide Sonia» debido a su conducción temeraria, ni con Sonia la DJ, también conocida por «Senseless Sonia» por su afición a los éxtasis…) me escribió un e-mail cuando me quedé embarazada en el que decía:

«Vete preparando para los primeros meses. Lo que llaman depresión posparto no es más que una reacción perfectamente lógica y racional al hecho de verte de pronto convertida, de la noche a la mañana, en la vaca lechera de un ser que ni siquiera sabe sonreír para agradecértelo.»

Estas palabras me las vino a confirmar una desconocida pocos días antes de tenerte a ti. Llevaba yo días de retraso sobre la fecha prevista de parto, me dolía todo el cuerpo y casi no podía andar por culpa de la sínfisis púbica y las contracciones ineficaces (el sentido de estos términos te lo explicaré más adelante) y necesitaba desesperadamente una distracción, así que esa semana fui al cine casi a diario. Y por casualidad me encontré en la cola del cine Ideal a mi agente, que por fortuna no se llama Sonia y que tiene un niño de más o menos un año. «Querida», le pregunté ansiosa, «¿son los primeros meses tan malos como dicen?». Con la mejor de sus sonrisas empezó a decirme: «No, mujer, no es para tanto…» Pero este intento de tranquilizarme se vio bruscamente interrumpido por el comentario de la chica que le acompañaba, en la que hasta entonces no me había fijado. «Ni cassso, osssea, ni cassso a ésta. ¡Es horrible! Osssea, como que te suicidas, tía, de verdad…» Resultaba tan tremendo el contraste entre el acento ultrapijo de la desconocida acompañante -acento que suelo asociar a la hipocresía y al respeto estricto por las formas y los convencionalismos- y la cruda sinceridad con la que me advertía que no pude evitar creerla a ella antes que a mi muy bienintencionada agente, y me marché a casa aterrada, previendo lo peor.

Vale, no ha sido tan terrible, en absoluto, pero eso no quita que a veces me levante como hoy, convencida de que voy a ser incapaz de salir adelante contigo y con la vida en general. Tu padre cogió la gripe, me la contagió a mí y me temo que te la hayamos pasado a ti, porque ayer no hacías más que quejarte no sabemos por qué y yo estoy agotada y además me duele la garganta y cada uno de los huesos, por no hablar de las hemorroides, que es un tema del que se supone que no se habla pues se sufre en silencio. Dice en la guía Vamos a ser padres (sí, la misma que aconsejaba que avisaras a tu abuela tras la amniocentesis para que se pusiera a tejer patucos) que las hemorroides «pueden ser muy dolorosas», pero no dicen que el dolor te puede llegar a paralizar y que excede, con mucho, al de las contracciones del parto, con la diferencia además de que las contracciones del parto sirven para algo. Excepto las ineficaces.