Выбрать главу

El caso es que este señor me ha estado viendo entrar y salir a diario durante meses y ha podido, por supuesto, verificar el avance de mi tripa. A veces yo pensaba si no le resultaría raro ver llegar a una embarazada de ocho meses a las dos y tres de la mañana (porque hasta el último día de embarazo yo he seguido saliendo y entrando cuando me ha dado la gana), pero me decía que, teniendo en cuenta su entorno laboral, el tipo ya debería de haber visto de todo y estar acostumbrado a cualquier cosa. Quizá eso justificase su indiferencia ante el mundo. Así que yo le seguía saludando al llegar, como siempre, fuera la hora que fuera, y él me respondía, como siempre, con un hola apenas mascullado y gélido.

Me lo encuentro el otro día al salir a comprar algunas latas de cerveza para Sonia la DJ (también conocida por «Senseless Sonia» por su afición a los éxtasis, repito, y te recuerdo que no has de confundirla con Sonia la guionista, también conocida como «Suicide Sonia» debido a su conducción temeraria, ni tampoco con mi antigua compañera de clase, Sonia la fotógrafa, también conocida como «Slender Sonia» por lo delgadísima que está, ni mucho menos con Sonia la actriz, también conocida como «Sweet Sonia» por lo cariñosa que es, y sí, ya sé que me repito más que el ajo, pero es que si no no te enteras tú y ni siquiera yo), que había venido a conocerte. Evidentemente, no podía agasajarle con psicotrópicos, pero tampoco podía ofrecerle un té con pastas a una chica como ella, así que tuve que bajar a por cervezas porque en la nevera no había.

– ¿Ya has tenido al bebé? -me pregunta el negro.

– Sí -respondo sorprendida al comprobar que Super-negro sabe hilar más de dos palabras seguidas, pues a mí nunca me había dirigido más que el hola de rigor.

– ¿Y es niño o niña?

– Niña.

– Ah, qué bien. Yo tengo cinco hijos, ¿sabes?

Y pasa acto seguido a contarme vida y milagros de sus hijos, para mi pasmo y asombro, pues nunca hubiera creído que Supernegro fuera un honrado padre de familia si hasta incluso dudaba de que fuera capaz de sonreír, ser amigable y enzarzarse en animada conversación con la vecina. Cuando acaba de darme el parte de la vida y milagros de sus retoños, acaba con el tópico de siempre: «Pues nada, ahora a criarla con salud.»

Sonia se fue de casa con tres hojas de maría recién arrancadas de la planta. Dice que ya encontrará la forma de prensarlas.

Paz presentó en mi nombre una demanda contra la revista Cita por intromisión en el derecho al honor, término técnico que venía a decir que yo quería dejar claro ante Cita y ante el país entero que no era una cocainómana ni una robamaridos.

Cita contestó a la demanda sosteniendo que ellos nunca habían afirmado en su artículo ni que la demandante mantuviera una relación amorosa con David Muñoz ni que fuera adicta al consumo de drogas, por lo que -siempre según su contestación a la demanda- en modo alguno habían podido lesionar mi honor. Añadían además que no podía hacerse responsable de las interpretaciones, propias o individuales, que sobre el artículo pudiera hacer cada uno de los lectores.

Así que durante el juicio a Paz le correspondería demostrar que en el artículo no se dejaba nada a la interpretación del lector, sino que se afirmaba meridianamente que yo estaba enganchada a las drogas y también a David.

En fin, querida, al contrario que a la mayoría de los espectadores, a mí nunca me han gustado las películas de juicios, siempre me aburrieron soberanamente, así que no te voy a dar un informe pormenorizado de cómo transcurrió la vista porque fue tan aburrida como podría serlo una película, o más, puesto que ni tuvimos a Harrison Ford haciendo de fiscal, ni a Calista Flockhart interpretando a Paz,

ni allí nadie era guapo ni iba bien vestido. Muy al contrario: los abogados de la parte contraria eran todos gordos y calvos, la jueza necesitaba urgentemente una esthéticienne, todo fue lento y tedioso e incluso la sala donde se celebró el juicio era poco cinematográfica. Estaba sucia y polvorienta, mal iluminada, olía a humedad y resultaba tan deprimente como para poder predecir sólo por su aspecto el resultado del proceso.

Intentando demostrar que yo nunca había sido adicta a la cocaína, Paz aportó, amén de los diferentes análisis de sangre que yo había tenido que hacerme por motivos varios a lo largo de los años (uno de ellos, las pruebas en las que se basó el ginecólogo para afirmar que resultaba altamente improbable que tú nacieras) y cuyo valor probatorio, a tenor del tiempo pasado, no hubiera resultado concluyente, unos análisis de cabello que tuve que hacerme pocos días antes, porque esa prueba capta el uso de cocaína hasta tres meses después de haberla consumido, mientras que el test de orina revela consumo sólo de dos a tres semanas previas.

Lo que yo no entendía era a qué venía tanta insistencia en demostrar que no tomaba drogas si en la contestación de la demanda los propios abogados de Cita ya daban por hecho que no, que no las tomaba. Pero, por supuesto, me quedé en mi rincón, contemplando todo aquello sin decir palabra, como me había recomendado Paz, calladita, monísima y como ausente en mi traje de chaqueta rosa estrenado para la ocasión (convenía dar imagen de chica formal), y cruzando una mano sobre la otra para que el temblor no delatara mi nerviosismo.

Me explicó Paz más tarde que aunque mi presunto consumo de drogas no fuera el tema de debate, pues lo que se venía a demostrar allí era si la revista me había deshonrado o no (cual si yo fuera una tierna doncella y Cita un truhán sin escrúpulos que de mí se hubiera aprovechado), teníamos que convencer a la jueza de que yo nunca tomaba drogas, para dejar claro que el artículo era del todo gratuito y malintencionado. Y no, yo no tomaba drogas, al menos no drogas ilegales, pero no porque estuviera más o menos de acuerdo con su consumo, sino porque cada cual tiene su droga de elección, la más importante, la que más le pone, aquella sin la cual no sabe vivir, y para mí ésa siempre fue el alcohol y, por tanto, consideraba la cocaína como un polvo caro para niñatos, nada que a mí me llamara demasiado la atención. Porque yo era una enganchada más, porque mi Otra se empeñaba en hundirme la vida dándome de beber y liándose con quien menos pudiera interesarme, porque como persona escindida y autodestructiva era una adicta, una drogadicta pero, eso sí, una drogadicta legal.