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– Señoría -interpeló Paz con un aplomo digno de Perry Mason-, solicito que se me permita ver dicho informe.

Ajaeza jueza asintió con un leve movimiento de cabeza.

20 de octubre.

Copio literalmente una de las preguntas del test «¿Qué tipo de madre eres?» publicado en Padres.

«Estás sentada completamente exhausta en la cocina tomándote un pequeño descanso y un café. ¿ Qué se te pasa por la cabeza en un momento así?

»a) Me compensa, porque así mi familia es feliz.

»b) Y ahora me tocará planchar y también debería limpiar los cristales. Están fatal.

»c) ¡Sería fenomenal estar sentada ahora en una terraza en Roma!

»d) Sólo cinco minutos de tregua y luego seguiré.»

Me entran ganas de enviar una carta a la redacción de Padres.

«Estimado equipo de Padres:

»Respecto a la pregunta número 11 de su test "¿ Qué tipo de madre eres?", publicado en su número de octubre del 2003, me complace informarles de que si mi familia se sintiera feliz de tener una extenuada esclava a su disposición para plancharles la ropa y limpiar los cristales, mi vida no me compensaría lo más mínimo, amén de que pronto ellos dejarían de ser tan felices, cuando me convirtiera en una neurótica amargada y victimista enganchada a los tranquilizantes y entrometiéndome todo el día en la vida de mi hija para compensar de alguna manera los sinsabores y las carencias de la mía. Es por ello por lo que me alegro de no poder contestar a su pregunta número 11, ya que tengo la suerte de trabajar fuera de casa y contar con un compañero y una asistenta que hacen que nunca me halle en situación de encontrarme sola y exhausta en la mesa de la cocina por culpa de las tareas domésticas. De paso, les sugiero que dejen de fomentar estereotipos sexistas en su publicación.

»Saludos de una madre trabajadora, de las que hay tantas en España, aunque parece que para su publicación no existamos.»

De hecho, ya la he enviado, aunque mucho me temo que no la publicarán.

El informe se refería a una ocasión, dos años atrás, en la cual el hombre cuyo nombre está escrito en un papel de pergamino y encerrado en una botella enterrada en un descampado cerca de Cuatro Vientos y la presunta deshonrada (yo) habíamos tenido un accidente. Serían las tantas de la mañana, volvíamos de no recuerdo qué garito, conducía él, borracho como siempre, y se saltó un semáforo en rojo. Nos estampamos contra otro coche. Afortunadamente todos llevábamos el cinturón de seguridad (incluyendo al conductor del otro vehículo) y la cosa se quedó en un abollón en la carrocería. En la carrocería del coche y en la mía, pues me di de frente con la luna delantera y me hice una brecha que en principio parecía cosa seria, por la abundante sangre que manaba, pero que se reveló como un simple rasguño en cuanto me limpié con un pañuelo. En cualquier caso fuimos al hospital por aquello de que es lo que se debe hacer cuando te das un golpe en la cabeza. Como llegué desorientada, la enfermera me preguntó si había bebido. Yo contesté que sí, y debí de añadir, aunque la verdad es que no lo recuerdo con seguridad, que había tomado una o dos rayas. Y por lo visto aquello constaba.

Después de echar un vistazo al informe, Paz volvió a dirigirse a la jueza.

– Señoría, impugno estos datos solicitando no se tengan presentados por extemporáneos por cuanto se debían haber presentado en el momento de la contestación de la demanda. Pero, además, dese parte al Ministerio Fiscal, ya que la obtención de este informe ha sido irregular por cuanto se trata de documentos privados cuya presentación en este tribunal supone una intromisión en el derecho a la intimidad de mi representada. Se trata de datos personalísimos que deben permanecer en su esfera personal, según Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter Personal.

Una vez acabados los interrogatorios (en realidad, un solo interrogatorio, el del camarero, puesto que a Consuelo no se le permitió declarar), las partes debieron hacer su alegato final, bastante previsible, por supuesto.

Paz sostuvo que la redacción y presentación del artículo afirmaba claramente que su representada (yo) había mantenido relaciones con un hombre casado con el que además había consumido drogas, y que por mucho que el reportaje nunca afirmase tajantemente ambas cosas, las daba a entender con tanta claridad como para no dar lugar a ninguna otra interpretación, y resultaba evidente que cualquier lector así lo entendería, pues si no no se explicaba por qué todos los medios que habían recogido la noticia de Cita afirmaban que el semanario había sorprendido a David Muñoz consumiendo drogas y siendo infiel a su mujer.

El abogado de la parte contraria volvió a repetir lo que decían en la contestación: que en el artículo nunca se afirmaba claramente nada, que simplemente la periodista había interpretado lo que las fotos sugerían, y que lo que las fotos mostraban era a una pareja abrazada y en evidente estado de estupor o desorientación.

Finalmente, un hombre vestido de gris que había permanecido sentado al lado del abogado de la parte contraria y en quien yo no había reparado en todo el tiempo que duró la vista se levantó y, en tono monocorde, vino a repetir uno por uno los argumentos que ya había expresado el representante de la revista. En otras palabras, que los lectores eran tontos y que qué culpa tenía Cita de que lo fueran.

Pues bien, ese señor era el fiscal. Y en España, le corresponde al Ministerio Fiscal promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los tribunales, y procurar ante éstos la satisfacción del interés social. Esto es, que lo que aquel señor acababa de hacer era expresar su opinión, teóricamente independiente, sobre lo que había visto en el juicio, opinión que la señora jueza estaba obligada a tener en cuenta.

21 de octubre.

Tu tía Sonia (Sonia la guionista, también conocida como «Suicide Sonia» debido a su conducción temeraria y a su manifiesta inclinación a manejar el vehículo en estado leve – y a veces no tan leve- de intoxicación etílica; nada que ver con mi antigua compañera de clase, Sonia la fotógrafa, también conocida como «Slender Sonia» por lo delgadísima que está, ni con Sonia la actriz, o «Sweet Sonia», llamada así por lo cariñosa que es, ni con Sonia la DJ, también conocida por «Senseless Sonia» por su afición a los éxtasis…) subió a casa a hacerte una visita vestida de espía francesa de la Resistencia, con una falda de tubo, unas medias de rejilla, una gabardina cruzada y una boina que quedaría muy garrula sobre la cabeza de Marianico el Corto, pero que sobre sus rizos rubios resultaba un prodigio de glamour.

– ¿Sabes lo que me ha dicho el negro de abajo? -obvia decir que Supernegro la conoce, la ha visto entrar y salir de casa, conmigo y sin mí, infinidad de veces-. Me ha dicho: «Qué bien te sienta el bonnet.» No ha dicho boina, sino bonnet. Es cultísimo, ese señor…

La sentencia del juicio llegó dos meses después, y venía a decir lo que ya nos esperábamos, que -siempre según su texto- Cita no era culpable de nada, pues la jueza estimaba que «su actuación no había supuesto una intromisión en el derecho fundamental al honor, a la intimidad personal y a la propia imagen de la demandante» (cito textualmente) ya que había sido «lo suficientemente diligente en la recapitulación de datos como para ser amparada por la libertad de información».