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La propia Paz cogió un avión y se presentó en Madrid para comunicarme personalmente la noticia.

– En cristiano, lo que viene a decir esta sentencia es que la supuesta diligencia a la hora de contrastar la noticia ampara su publicación, incluso aunque la noticia resulte ser falsa. Alucinante. Y tal diligencia consiste en que tienen a un fotógrafo sacando fotos y a una periodista que luego escribe un texto malintencionado, pero que, eso sí, es tan lista como para que no se olvidara nunca de añadir «probable» o «aparente» en las frases en las que sabía que estaba mintiendo. Así se curaba en salud, porque no se la puede acusar ya que ellos pueden decir que nunca han afirmado nada categóricamente. Sin embargo, lo único que su redacción me prueba a mí es que llevan tantos años jugando a hacer esta basura que ya han aprendido a bordear peligrosamente el límite de lo legal sin cruzarlo nunca del todo. -Suspiró aparatosamente y hundió la cabeza entre las manos-. No, si es que yo cuelgo la toga…

– Paz, por favor, no te pongas así… No va a acabar la abogada más deprimida que la cliente.

– No es por ti, es que estoy harta de ver este tipo de cosas. Hace poco tuvimos un caso de un chico que se había matado en una obra. Ni llevaba casco, ni el arnés reglamentario ni nada… La obra incumplía las más elementales normas de seguridad. Pues al final el juez concluyó que el chico se había matado por su culpa, porque él no se quiso poner el casco. Increíble. Pero claro, la empresa constructora tenía un capital social de miles de millones y ahí estaban untados todos. Estoy harta de ver casos de este tipo…

– Pero aquí no se ha muerto nadie, Paz… No es lo mismo.

– ¿Tú te fijaste en el alegato del fiscal?

– Pues claro. ¡Si casi me pongo a llorar allí mismo!

– Ya, pero tú no caíste en la cuenta de dos cosas. Primero, se supone que durante la vista el Ministerio Fiscal debe tomar notas, y él no tomó ninguna. Y segundo, cuando leyó sus conclusiones estaba repitiendo, punto por punto, la contestación que Cita presentó a nuestra demanda.

– ¿Y…?

– Que él no la podía haber leído. Que se supone que la Fiscalía debe hablar sólo desde lo que ha visto, sin información previa. Que no podía haber leído ni el texto de nuestra demanda ni el de la contestación de esos hijos de… -A punto de perder los papeles Paz, que jamás dice tacos, respiró hondo y recuperó la compostura-. Es decir, que el fiscal nos estaba enviando un doble mensaje.

– ¿Qué quieres decir?

– En primer lugar, nos dejaba claro que ya había tenido contactos con Cita y, además, que no le importaba que lo supiéramos. Al repetir casi punto por punto los argumentos de la revista nos estaba amenazando, avisándonos de que la publicación no se anda con chiquitas, por si estábamos pensando en apelar.

– ¿Y vamos a apelar?

– ¿Tú qué crees?

– Que no.

Y no, no apelé. Así que las vecinas de mi madre seguirían creyendo para los restos en la leyenda de Eva Agulló, cocainómana y robamaridos. Y así estaban las cosas: sola, sin trabajo o con poco, acosada por los medios y por los acreedores y para colmo con la reputación por los suelos y la autoestima por el subsuelo. Pero todo, ya se sabe, es según el color del cristal con que se mira.

Analicemos mi situación: había sido infeliz en mi relación durante muchísimo tiempo y no hacía más que fantasear con el día en que por fin aquella tortura se acabara, pero cuando mi torturador desapareció me olvidé de lo desgraciada que me había sentido a su lado, concentrada exclusivamente en lo sola que de pronto me encontraba y envenenada por el vano y grato residuo de las horas felices que pasé en su compañía, que también las hubo, pues de no haberlas habido nunca hubiera podido aguantar las malas. Por primera vez en mi vida había publicado un libro, pero un libro que no sentía como mío y del que íntimamente casi me avergonzaba. Y para colmo aquella obra me había hecho famosa, pero famosa en el peor sentido de la palabra, en su sentido original, pues la palabra famosa deriva del original latino fama: cotilleo y mala reputación. Me sentía impotente e indefensa, a merced de los golpes de cualquier desconocido, y me enredaba en constantes espirales de autocompasión creyendo que mi vida era un fracaso, que yo misma era un fracaso. Pero en algún momento pensé que no podía quedarme todo el día en casa sintiendo pena por la pobrecita Eva, que yo era humana y que, como humana, estaba condenada a equivocarme, pero que, como humana, si quería crecer, tendría que aprender a lidiar con lo inesperado. Existían infinidad de factores en mi vida sobre los cuales no tenía control. No podía controlar, por ejemplo, a una periodista sin escrúpulos que quería medrar en su revista de tercera sin que le importase hundirle la reputación a quien se interpusiese en su camino, pero sí podía controlar la forma en que yo misma respondiera a las circunstancias, sí podía controlar hasta qué punto me importaran o me dejaran de importar la periodista o el fiscal. Al fin y al cabo no me estaba muriendo de hambre, no había nacido en Tailandia, donde mi padre me habría vendido a un burdel de Bangkok por menos de quinientos dólares; ni en Nigeria, donde podrían haberme lapidado por adúltera; ni en Somalia, donde me habrían extirpado el clítoris a los once años; ni en Afganistán, donde no me habrían dejado enseñar ni mi rostro por el implacable burka, así que mis penas resultaban manejables, y podía aprender a responsabilizarme de ellas y plantearme creativamente la manera de sobrellevarlas en el futuro. Si persistía en la estúpida idea de que los demás debían cambiar para que yo fuera feliz, resultaba evidente que nunca lo sería. Porque mi ex novio no iba a cambiar, ni David Muñoz iba a cambiar, ni la periodista de Cita ni el fiscal corrupto tampoco iban a cambiar. Pero yo sí podía cambiar, podía elegir tomarme las cosas de una manera distinta. Porque sólo no anhelando lo imposible sería feliz, porque sólo quien no busca finalmente encuentra, sólo quien no busca ya tiene.

Comprendía, como en una iluminación, que la mejor manera de apurar aquel trago de angustia consistía en centrarme en ideas positivas sobre el futuro que me conducirían, como un puente, al otro lado del abismo próximo que me espantaba, el de mi propia e inmediata soledad. Y entonces se me vino a la cabeza una estupidez que leí en un libro de autoayuda: que el carácter de caligrafía chino para la palabra crisis resulta de una combinación de los caracteres «peligro» y «oportunidad». Una estupidez, porque cuando se lo comenté a Susana, la hija de la dueña del chino todo a cien de la esquina (Susana es el nombre español, el chino no lo sé transcribir, es algo así como Chun suán), que habla y escribe español y cantones perfectamente, me dijo que era la primera vez que oía algo así, pero que de todas formas en la escritura china hay casi cincuenta mil signos caligráficos y, probablemente, muchas formas de escribir crisis. En cualquier caso, la idea se me quedó, y para traducirla a mi idioma, que se escribe con un alfabeto y no con signos conceptuales, pensé en aplicar una máxima que solía repetir mi madre cuando hablaba de los tiempos de posguerra: lo que no te mata, te hace más fuerte.

2. ESTE VALLE DE LÁGRIMAS

Menuda invención son las madres. Espantapájaros, muñecos de cera para que les clavemos agujas, simples gráficos. Les negamos una existencia propia, las adaptamos a nuestros antojos: a nuestra propia hambre, a nuestros propios deseos, a nuestras propias deficiencias. Como he sido madre, lo sé.

Margaret Atwood,

El asesino ciego

Pancreatitis: La pancreatitis aguda es una inflamación brusca, causada por el daño que se produce en el propio páncreas por la activación prematura de las sustancias que éste produce para la digestión. La pancreatitis aguda se manifiesta con la aparición de un fuerte dolor de vientre. Además del dolor, el enfermo suele encontrarse muy afectado en su estado general y puede tener náuseas y vómitos.