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Las dos causas más frecuentes de la pancreatitis aguda son las piedras en la vesícula de la bilis y el alcoholismo. Se cree que cuando la causa son los cálculos, la inflamación se produce si alguno de éstos se escapa de la vesícula y viaja por un conducto denominado colédoco hasta atascarse en la desembocadura del intestino. Como muchas veces el conducto principal del páncreas desemboca en el mismo sitio que el colédoco, la piedra es capaz de iniciar la inflamación del páncreas.

Otras causas más raras de pancreatitis aguda pueden ser, entre otros motivos: virus, medicamentos, alteraciones congénitas de los conductos del páncreas, obstrucciones de la desembocadura del conducto de Virsung por motivo distinto que un cálculo, aumento mantenido de calcio en sangre (hipercalcemia), falta de riego en el páncreas, golpes en el abdomen por accidentes y algunas intervenciones quirúrgicas… Entre un diez por ciento y un veinticinco por ciento de las pancreatitis agudas pueden ser de origen no conocido (pancreatitis aguda idiopática).

En el veinte por ciento de los casos las pancreatitis agudas son graves. Esto se debe a que el páncreas se destruye en un proceso que se llama necrosis. La necrosis facilita que el organismo tenga una fuerte reacción generalizada que puede provocar el fallo de sus órganos y funciones más vitales (riñón, pulmón, corazón…). Si además se infecta la necrosis, el proceso se agrava todavía más.

Fallecen entre el dos y el cinco por ciento de todos los pacientes con pancreatitis. Los casos de muerte se dan en los supuestos más graves, que son aquellos afectados altamente por la necrosis, sobre todo si se acompaña de infección de la misma. La causa de muerte suele deberse, como ya se ha dicho, al fallo de funciones y órganos vitales o fallo multiorgánico.

Enciclopedia Médica y Psicológica de la Familia

22 de octubre.

Mi madre, tu abuela, ingresó en urgencias con una crisis de vómitos y quejándose de un dolor abdominal agudo. Lo que en principio se tomó por simple gastroenteritis acabó resultando ser una pancreatitis aguda recidiva. Lo de recidiva significa, me acabo de enterar, que no es la primera. Al parecer, mi madre ya había tenido varios episodios de pancreatitis previos, pero yo no tenía ni idea.

Los médicos nos explicaron que es muy posible que no se hubiera podido diagnosticar entonces la existencia de pequeños cálculos de la vesícula no visibles en la ecografía, y nos hablaron de que había surgido un montón de complicaciones colaterales a la pancreatitis: derrame pericárdico, absceso mediastínico, disminución de los campos pulmonares, oliguria prerrenal, hemorragia digestiva… términos que nos sonaban a chino y a los médicos a noventa por ciento de riesgo de mortalidad.

La trasladaron a la UVI el domingo por la mañana después de una intervención de emergencia para eliminar un cálculo atascado e intentar limpiar lo más posible la zona del páncreas, que se había necrosado, y sus inmediaciones.

Dicen que es un milagro que haya sobrevivido a la operación teniendo en cuenta su edad y patología, y que ahora el peligro más grave lo supone la infección mediastínica que ha sobrevenido. Más o menos en cinco días debería saberse si la batalla la gana la infección o su sistema inmuno-defensivo, aunque esta estimación es siempre aproximada. La salud de tu abuela lleva años siendo mala así que, en cierto modo, estábamos preparados a pesar de que nadie está preparado nunca para algo como esto.

Sólo nos dejan verla media hora al día. Eso sí, nos hacen esperar una hora o más en la sala de espera de la UVI antes de que lleguen los muy postergados treinta minutos de visita. Está entubada e inconsciente, así que nuestra presencia es más simbólica que otra cosa. Mi padre está convencido de que puede oírnos, por eso le hablamos todo el rato. Yo no sé si semejante convicción responde más al deseo de mi padre que a la realidad, aunque por si acaso procuro hablarle en el tono más animado posible, teniendo en cuenta lo difícil que resulta hablar en tales circunstancias y que nunca sé qué contarle, puesto que durante años nuestra comunicación ha sido de lo más superficial. Por eso sólo le hablo de ti.

Te copio un e-mail que he recibido de Alicante:

«Sé por experiencia personal (me tiré mucho, muchísimo tiempo en una UVI) que cuando los demás creen que estás dormido y sin sentido tú sientes algo. Yo sentía cómo la gente entraba y salía, y aunque de una forma difícil de definir, podía escuchar a los que hablaban. De hecho, aunque durante mucho tiempo no pude reconocer a nadie, yo supe siempre que estaban allí, así que haz caso a tu padre y háblate, no muestres pena e intenta que no se sienta como si fuese algo terrible. Te lo repito, mi experiencia avala lo que digo.

»Besos,

Jaume»

23 de octubre.

La han cambiado de planta. Ayer por la tarde un médico muy amable se sentó con nosotros y nos dijo, textualmente, que se trataba de una «situación dramática». Creo que fue la primera vez que me di cuenta de la gravedad del asunto, pues hasta aquel momento mantenía intacta mi fe en que las cosas se arreglarían.

Virginia Woolf, que no podía o no quería aceptar que el tifus le había arrebatado a su hermano, ideó una extraña estratagema para negarse la brutal realidad. En sus cartas a su amiga y antigua mentora Violet, que también se encontraba enferma, urdió una fantasía según la cual Thoby continuaba recuperándose y su salud se restablecía. Durante un mes envió cartas aderezadas con informes médicos y detalles esperanzadores, y sólo puso fin a aquellas imaginativas notas cuando Violet descubrió por fin la verdad en una nota del periódico. Finalmente ingresaron a la joven Virginia en una casa de reposo víctima de una crisis nerviosa, la primera de la larga serie que padeció a lo largo de su vida. Entiendo perfectamente su reacción, porque durante un tiempo estuve obsesionada con Virginia y leí primero todas sus novelas y después amplié otras obras hasta devorar todo lo que se había escrito sobre ella (o al menos todo lo que yo pude encontrar), desde biografías a estudios críticos. Además, yo también siento ahora la tentación de desviarme de este diario y escribirte una carta distinta, una carta redactada desde un universo paralelo en el que tu abuela esté en su casa, en su sillón, hojeando una revista y refunfuñando como de costumbre. Me siento incapaz de decir nada sobre su enfermedad aquí. Ése siempre ha sido uno de mis principales recursos de defensa: si algo me duele mucho, no hablo sobre ello. No soy de las que llama a los amigos buscando consuelo. Muy al contrario, si me encuentro mal prefiero que los demás me hablen de sus cosas. Por otra parte, ¿qué hace un escritor más que construirse una realidad alternativa para huir de la presente? (Y en la categoría de «escritor» incluyo también a las novelistas inéditas y a las periodistas con ínfulas.)

Hacía mucho que no pasaba tanto tiempo con mis hermanas y mi hermano, tus tíos, con los que tuve que compartir la larga noche del sábado en la sala de espera. Ninguno acaba de entender por qué te llamé Amanda. Demasiado «antiguo» según Laureta; o «pretencioso» según Vicente, o «raro» según Asun. Asun habría querido un nombre más normal, de los de toda la vida, tipo Cristina o Elena o María; Laureta uno de los que salen en las revistas, Alba, Cayetana, Inés o Alejandra; y Vicente… Vicente no habría pensado en ello siquiera, pero ahora que ya tienes uno se apresura a dejar claro que ése no le gusta. Desde el embarazo estuvieron intentando convencerme de que renunciara a la idea de llamarte así. El caso es que, desde que yo recuerdo, mis hermanos nunca han aprobado nada que yo haga, así que tampoco resultaba muy sorprendente que no les gustara tu nombre. Podría haber elegido cualquier otro y lo más probable es que también le hubiesen puesto pegas. Pero sus críticas me afectaron y, a mi pesar, empecé a pensar en cambiarte el nombre que era tuyo por derecho, porque ya lo llevabas antes de nacer, antes incluso de ser concebida, en cualquier sentido, cuando no eras ni embrión y ni siquiera concepto, apenas una posible bendición futura imaginada en la cabeza de tu madre, que cuando todavía escuchaba a The Cure y a Bauhaus solía tararear, para pasmo de Tania y escándalo de Sonia, una canción de Víctor Jara que le encantaba y que decía: «Te recuerdo Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel, Manuel, Manuel, la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada, ibas a encontrarte con él, con él, con él, son cinco minutos, la vida es eterna, en cinco minutos suena la sirena de vuelta al trabajo y tú caminando lo iluminas todo, los cinco minutos te hacen florecer.»