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– ¿Cárcel? ¿Que Sabina estuvo en la cárcel? Pero yo de eso no he oído hablar en la vida…

– Claro que no, de eso no se hablaba nunca, cómo se iba a hablar, tapado y bien tapado lo tenían, por si acaso. Por eso, como comprenderás, lo del cambio de fecha tampoco nadie lo mentó nunca. Yo misma me enteré muy tarde, y no por tu madre, sino por mi marido, y a él se lo había dicho la suya. Y al principio pensé que mi suegra se lo había inventado porque ella a tu madre no la podía ver, no la tenía cuenta ninguna…

– ¿Y eso por qué?

– Porque no, porque la señora era muy suya… Muy rara… Con decirte que mandó construir su féretro cuando aún estaba viva, y también la mortaja, hecha con hábito de Nuestra Señora del Remedio, y que los guardaba debajo de la cama, y que de vez en cuando le sugería el capricho de ponerse la mortaja y acostarse dentro del féretro y llamaba a las criadas para que le dijeran lo guapa y elegante que iba a estar en el velatorio…

– Me estás tomando el pelo, no puede ser verdad.

– Te lo juro, te lo juro por la gloria de mi madre, ya sé que parece mentira, pero es verdad pura. Tenía unas cosas la buena señora… Es que ella era muy religiosa, de Acción Católica y del Ropero Eclesiástico. En el 41 o 42, creo que fue, Acción Católica impuso en Alicante la Semana del Sacrificio, una semana entera de ayunos, oración y penitencia, y siempre dijo que la idea se le había ocurrido a ella, que fue quien se la sugirió a su marido, imagínate si sería beata mi suegra… Y el Homenaje de Alicante a la Virgen del Remedio, ése debió de ser en el 50, también idea suya, o eso decía ella, claro, que mi suegra era muy imaginativa, por llamarla de alguna manera… Pero de eso no me hagas seguir, que la señora ya está criando malvas y no es cosa de hablar mal de los que ya no están para defenderse… A lo que iba, que yo, al principio, te digo, no me lo creí, lo del 14 por el 13, digo, pensé que la señora se lo inventaba a mala fe. Pero hace años, en uno de los cumpleaños de tu madre, que tú aún no habías ni nacido, creo, alguno de los que estaban allí, que no sé si fue tu tío Gabriel, que tú no le conociste, hizo la broma de que la celebración se retrasaba un día. Y por los ojos que le puso tu madre, una mirada de esas que echan fuego, como diciéndole que se callara, me di cuenta de que mi suegra tenía razón.

Una historia familiar que te va a hacer gracia: el que fuera mi tío Miguel, marido de la Reme, fue -antes de casarse con ella- novio de mi madre durante muchos años. Por entonces salían varios amigos juntos en pandilla y no sé cómo Miguel acabó por casarse con Reme y Eva con Vicente, diez años mayor que su hermana. No sé ni dónde ni cuándo escuché lo que te voy a escribir, pero alguna vez, de pequeña, oí a las viejas comadrear. Probablemente pensarían que yo era demasiado chica para enterarme de lo que decían, que si mi madre se casó con Vicente fue en realidad para poder estar cerca de Miguel. La verdad es que de ser cierta la historia quedaría muy romántica y muy novelesca, pero entonces no se explicaría el afecto profundísimo que le profesaba y le profesa la tía Reme a mi madre, a no ser que se encariñara con ella llevada por la pena o por la curiosidad morbosa e, incluso, puestos a rizar el rizo, por una oculta bisexualidad, porque decía Freud que los celosos lo son porque al imaginar posibles aventuras de sus amantes utilizan un truco del subconsciente para visualizar sin culpa a personas de su propio sexo en situaciones eróticas. En todo caso, esta tercera explicación ya se pasaría de rocambolesca y, de cualquier forma, el tío Miguel murió antes de que yo naciera, así que si hubo alguna historia de amor digna de culebrón venezolano que se hubiera podido entrever en las reuniones familiares -miradas de soslayo seguidas de mejillas ruborosas, un temblor sospechoso a la hora de servir la sopa o sostener la cuchara, ya sabes, algo tipo Como agua para chocolate- me la perdí, aunque dudo que la hubiera y me temo que lo que escuché no fuera más que el cotilleo malintencionado de una vieja frustrada y con mucha mala follá.

Por cierto: ¡ha llegado el Kit Bag! Y es mucho mejor de lo que imaginaba, tiene hasta un cambiador de hule con su propio compartimento. A partir de hoy soy una madre organizada.

He encontrado unas fotos de la boda de mis padres en la basílica de Santa María de Elche, capricho de mi madre, por aquello de su devoción a la Virgen de la Asunción (ay, si su pobre abuelo hubiese levantado la cabeza…). Por lo visto le costó muchísimo casarse allí porque ya en aquellos tiempos había una lista de espera interminable, pero como el Mestre de Capella del Misteri era pariente (mi madre vivió toda su vida en Alicante, pero había nacido en Elche, y de allí era toda su familia), la cosa se solucionó, y además los del Coro del Misteri le cantaron en la boda. Se casó tarde para la época, casi a los treinta años. Yo nací cuando ella tenía más de cuarenta, muy mayor para parir según los cánones de entonces. Mi llegada fue un milagro, como la tuya.

12 de noviembre.

Cuando hoy he llegado al hospital me he encontrado con que a tu abuela la han trasladado a una habitación individual dentro de la UVI. Un lujo asiático, porque en toda la unidad sólo hay tres cuartos independientes. Le he preguntado a Caridad el motivo de tal cambio. ¿Te acuerdas de aquel señor que tenía que ir y volver desde fuera de Madrid? Pues su mujer se ha muerto. Y mi madre ahora ocupa su cama.

Dice Asun, que hoy estuvo por la mañana, que el señor lloraba bajito, igual que un niño pequeño.

Mi madre sigue sin volver en sí. Le he preguntado a Caridad si creía que eso era mala señal. Me ha dicho que si la cosa sigue así le tendrán que hacer un TAC para ver si ha habido lesiones en el cerebro. ¿Y si las hubiera?, he preguntado. Primero se ha quedado muy callada, como sin saber qué decirme, luego me ha explicado que hay mucha gente que tarda en despertar tras la sedación, que no es lo normal pero que tampoco es raro, que el hecho de que siga inconsciente no implica necesariamente lesiones.

– Ya, entiendo. Pero si hubiera lesiones, ¿qué pasaría?

– Pues que habría que desconectar.

Inmediatamente, como para cambiar de tema, Caridad me ha preguntado si mi madre bebía mucho. Le he respondido que no, casi nunca. Que estoy casi segura de que los médicos se lo tenían prohibido desde joven por lo del soplo del corazón. Al parecer es muy rara una pancreatitis semejante en alguien que no bebe. También podría ser que hubiera tenido algún accidente en el que pudiera haber recibido un golpe en el abdomen. Le dije que sí, que había tenido varios accidentes (el más aparatoso a la vuelta de un viaje que hizo con mi tía Eugenia de peregrinación a Fátima, se ve que la Virgen no las protegió mucho), pero ninguno grave. Y tuve que admitir que conocía poco de su vida, que apenas me contaba nada de su pasado, que las pocas anécdotas que conozco me han llegado a través de familiares. No quise decirle que en realidad mi madre y yo hablábamos bastante poco.

Cuando vuelvo a casa me encuentro a Tibi apoyado, literalmente, en el quicio de la mancebía. Otra vez impecablemente vestido de chaqueta y corbata, un traje a todas luces insuficiente para resguardarle del frío pelón que hace.

– Tibi, ¿no te congelas?