ad aeternum. Pero entonces la ciudad era pequeña, y a Eva ya le habían llegado por muchas correveidiles noticias de lo que la madre de Miguel decía de ella, que no quería para su hijo una mujer enferma y que no pudiera darle nietos, porque tu tío Miguel era hijo único, y la señora no sé si era muy mañaquera o no, pero nietos quería, seguro. Y tu madre tonta no fue nunca y entendió lo que pasaba. Y al poco, al año más o menos, aparece en el Diario de Alicante el anuncio del compromiso de Miguel con Reme, y nos quedamos de piedra. Primero porque la Reme era casi una niña, no había ni cumplido los dieciocho años, y segundo porque no entendíamos cómo después de haber estado con una mujer como era tu madre iba a acabar Miguel con una chica como ésa, porque Eva a la Reme le daba ciento y raya, que la Reme era, cómo te voy a decir, una blanda. Blanda, lacia y escurrida, una mujer sin sustancia. Pues sí, una sinsustancia. Pero una sinsustancia sana, muy sana, y de buenísima familia, justo lo que la señora quería para el niño. No sé, quizá buscaba una chica como Reme porque a tu madre se le veía que tenía mucha fibra, muy de mi cuerda, y la otra parecía más fácil de llevar, poquita cosa. Siempre fue sosona, y de joven más. Pero probablemente lo más importante fue lo de los nenes.»