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Y cuando por fin se separaron, ninguno de los dos se sentía confundido. Ambos sabían que habían hecho lo correcto. En el lugar adecuado. En el momento adecuado. El hombre adecuado para la mujer adecuada.

Los ojos de Molly brillaban con alegría, y no con la confusión de una mujer que se fijaba en el dinero antes que en Jackson. No lo miraba con timidez. Se estaba riendo y se disponía a acariciarle el cabello.

– Llevas, una corona de algas, rey Neptuno.

– Lo mismo te digo -le retiró un mechón de pelo de los hombros-. Cielos, debemos parecer…

– ¿Náufragos? -ella seguía riéndose-. Pero por un buen motivo. Oh, Jackson, ¿no ha sido maravilloso?

– Maravilloso -convino él.

– ¿Quieres hacerlo otra vez?

– ¡Espero que el canguro no sea tan estúpido!

– ¿Me refería al canguro? -preguntó entre risas-. Bueno, vale, sí que hablaba del canguro -se separó de él y comenzó a arremangarse el pantalón-. Y no quiero volver a hacerlo. Me golpeé la pierna con un tronco mientras subía el talud. ¡Mira que nadadora!

Maldita sea, era como si el beso no hubiera tenido lugar. Jackson no podía evitar sentirse un poco afectado. Después de todo, la había besado y no estaba acostumbrado a besar a una mujer y que esta no reaccionara.

Sobre todo, cuando el beso había sido perfecto.

«Nos hemos besado por la emoción del éxito obtenido. Por nada más. Ha sido la emoción del momento», se dijo. Molly sabía igual que para ti que el beso no significaba nada, que a partir de ese momento, volverían a mantener una relación estrictamente de negocios.

«Así que no le des importancia», se dijo Jackson, a pesar de que sentía un enorme deseo de tomarla entre sus brazos y…

– Yo también tengo moraduras -le dijo a Molly, y solo él sabía el esfuerzo que tenía que hacer para que no se le quebrara la voz.

– ¿Puedo verlas?

Jackson soltó una carcajada.

– No. Están en un sitio que un agente inmobiliario no debería mirar.

– Territorio inexplorado, ¿eh?

– Algo así -se miraban y sonreían como idiotas. De pronto, la tensión se apoderó del ambiente y él no supo qué hacer Porque no podía besarla otra vez, ¿verdad? No. No podía. No quería iniciar algo que luego no pudiera parar. Porque tener una pequeña aventura con Molly Farr…

¡No! Era imposible, y él no sabía por qué. Sería como empezar un fuego salvaje. El no sabría cómo apagarlo y, ni siquiera, si quería hacerlo.

¿En qué estaba pensando? Por supuesto que querría apagarlo. ¿No había aprendido nada durante los últimos meses? ¿No había hecho un pacto con Cara? No tendrían ninguna relación con nadie de quien pudieran enamorarse. Ese era el trato.

Trató de no pensar en ello y se puso en pie. Forzó una sonrisa y tendió la mano para ayudar a Molly.

Ella miró la mano durante un instante y después la aceptó. Era como si hubiera tomado una decisión. Su mano era cálida, fuerte y segura…

– Será mejor que regresemos a casa -dijo él. Ella lo miró y sonrió, como si no fuera consciente del torbellino de emociones que él tenía en la cabeza. Jackson miró al otro lado del río para dejar de pensar en Molly-. Oh, cielos. Tu yegua no está. No debiste de atarla.

– Entonces tenemos que regresar pronto. Llegará a casa sola y se asustarán.

– Y eso no puede ser.

– No quiero asustar a Sam -dijo ella, y comenzó a caminar hacia donde el río se estrechaba para poder cruzarlo con más facilidad.

Él la alcanzó. Cada vez se sentía más resentido. No estaba acostumbrado a que lo trataran como lo estaba tratando aquella mujer.

– Pero sí te metes en un río para salvar a un canguro corriendo el riesgo de ahogaste. ¿Cómo se corresponde eso con no asustar a Sam?

Ella se detuvo y se volvió para mirarlo, contestando enojada:

– Nunca he estado en peligro. Si no hubiera podido salvar al canguro habría nadado hasta la orilla.

– ¿Y si la corriente hubiera sido demasiado fuerte?

– Sabes muy bien que el río se ensancha en la desembocadura. Que el agua es menos profunda y que la corriente disminuye. Si hubiera corrido el riesgo de pasar el punto de no retorno, habría podido regresar antes de llegar a las rocas.

– ¡Maldita seas, Molly! Podías haber muerto.

– No lo creo. No me conviertas en una heroína.

– ¿No es eso lo que eres? -había rabia en su tono de voz-. Lanzándote al suelo para salvar una rana. Metiéndote en el río para salvar un canguro. Adoptando un huérfano…

– No digas eso -le echó una mirada fulminante con sus ojos marrones-. Adopté a Sam por mi bien. Por mí. Claro que Sam me necesita, pero yo también lo necesito a él. Perdí a mi hermana y a mi cuñado, y mi forma de vida. No tengo a nadie más que a Sam. Y si quieres tildar a alguien de heroína, vete a buscar un cuento de damiselas, pero no me escojas a mí.

– Yo…

– No creo que me lanzara temblando a tus brazos como harían las buenas heroínas -le dijo antes de que él pudiera hablar.

– Nunca pensé tal cosa.

– Entonces, ¿por qué me besaste?

– Hey, no fui solo yo. Tú también me besaste.

Molly tenía las manos en las caderas, su pelo estaba empapado y todavía tenía algunas algas en la cabeza… una vez más, Jackson pensó que nunca había visto nada tan bello.

– Puede que te besara, pero no era mi intención hacerlo -musitó ella-. Tenía frío.

– Estabas temblando.

– Y tú también.

– ¿Yo? ¿Temblando? -preguntó él arqueando las cejas.

– Sí -sonrió, y su rabia disminuyó-. Estabas temblando. Así que, señor Baird, los héroes también tiemblan.

– Yo no temblaba.

– Sí que temblabas, y no podía dejar que muñeras de frío. Me causaría muchos problemas.

– ¿Te preocupa perder un buen cliente?

– Sin duda. Ya te lo he dicho. Trevor me mataría si regreso contigo muerto. Esa es la única razón por la que te besé.

– Sí, claro.

No había nada más que decir. Se deslizaron por el talud hasta caer al agua y cruzaron hasta la otra orilla, uno junto al otro.

Había mucha intimidad entre ellos. Nadar al mismo ritmo era algo muy íntimo. Era como silos dos fueran uno solo…

Llegaron al lugar donde los esperaba un caballo. Encontraron sus botas y las miraron sin convicción.

– Tengo los calcetines empapados.

– Yo voy a quitármelos -Molly se sentó en el suelo y comenzó a quitárselos. Después, se volvió y vio que Jackson la estaba mirando-. ¿Qué? ¿Nunca has visto unos pies descalzos?

Por supuesto que sí. Pero lo que no sabía era por qué, al ver a Molly quitándose los calcetines, había sentido algo extraño.

– Me ha parecido muy erótico -murmuró, y ella soltó una carcajada.

– Esa soy yo. Mata Hari no tiene nada que hacer conmigo. La danza de los siete velos está pasada de moda.

– Ahora se lleva la de los calcetines mojados -arqueó las cejas-. ¿No me acompañas?

– ¿En el strip-tease? No creo -se sentó, se puso las botas sobre los calcetines mojados, y ella lo miró asombrada.

– Hay modestia, y estupidez. No voy a desmayarme por ver unos pies descalzos.

– No, pero las botas me harán daño si me las pongo directamente sobre la piel.

– No tienes que caminar. Tu caballo está aquí… ¡el mío se ha escapado!

– Puedes montar en el mío.

Ella sonri6.

– Vaya un héroe. Muchas gracias, pero no.

– ¿Por qué no?

– ¿Para que le digas a Trevor que hice volver andando a su cliente? Ni lo sueñes. Sé lo que vale mi trabajo.

– No le diré nada de eso a Trevor. Por supuesto que vas a montarlo.

– Por supuesto que no.

– Entonces, iremos los dos caminando.

– Eso es ridículo.

– Ridículo o no, es lo que hay.

Capítulo 5

Media hora más tarde, Gregor se alegró al ver que Molly y Jackson se dirigían caminando hacia la casa. Estaban empapados y el caballo estaba situado entre ambos. La yegua había llegado antes, y al verla, Gregor se había asustado. No se lo había dicho a Doreen para no preocuparla, pero había estado a punto de sacar la bicicleta, a pesar de tener mal la cadera, y de ir a buscarlos para averiguar si estaban bien.