Sin embargo, parecía que ambos estaban bien. Caminaban con tranquilidad y Molly iba riéndose.
– ¿Lo hemos asustado? -preguntó Molly.
– No, señorita. Bueno, un poco sí. No me gustó ver que la yegua venía sin usted. Pensé que se había caído en algún bache.
– No ha pasado nada de eso. Solo que no la até bien.
– Nos paramos para rescatar a un cachorro de canguro que se había caído al río -añadió Jackson, sin dejar de mirar a Molly. Lo tenía fascinado. Seguía pareciéndole maravillosa. Estaba empapada y llena de arena. «Cara se moriría si la viera así», pensó de repente. Cara y cualquier otra mujer de su círculo de amigos. Pero a Molly parecía no importarle.
– ¿Sam no estaba preocupado? -preguntó ella, y el hombre negó con la cabeza.
– No se lo he dicho. No hay que dar malas noticias antes de que sea necesario.
– Muy astuto.
– ¿Y el canguro?
– Intentó cruzar el río por donde había un montón de ramas, pero era muy inestable.
– Diablos. Ya sé dónde ha sucedido eso -asintió Gregor-. Ha ocurrido otras veces. Una vez perdí a un ternero de esa manera. Las ramas y troncos se amontonan en ese recodo del río -hizo una mueca-. Hay que mirarlo cada día -dijo, y se puso serio.
Molly sabía lo que estaba pensando. Si Jackson compraba aquel lugar, Gregor no se atrevería a ofrecerse como capataz de la granja. Pero tampoco intentaba quitarse la responsabilidad. Se abrazó a sí mismo y confesó:
– Esta mañana no he hecho la ronda, y debía haberla hecho.
– ¿Es el único hombre que trabaja en la finca a jornada completa? -preguntó Jackson despacio, y Molly notó que Gregor se ponía aún más serio. «Ya está. Jackson va a sugerirle que se retire», pensó ella.
– Sí -Gregor tomó las riendas del caballo y Molly vio que se ponía tenso. Esperaba lo inevitable.
Pero no sucedió.
– Según las escrituras hay dos casas pequeñas en la propiedad -Jackson seguía con el ceño fruncido-. ¿Supongo que Doreen y usted viven en una?
– Sí. En la casa de los guardeses.
– ¿Y la otra?
– Está vacía.
– ¿Pero se podría vivir en ella?
– Oh, sí, señor -dijo Gregor-. Es un bonito lugar con vistas a la zona sur del río. Ha pasado mucho tiempo desde que el capataz de la granja vivió allí.
– Este lugar tiene un capataz -dijo Jackson-. Es usted. Pero necesita más. Un lugar como este no puede prosperar con trabajos temporales. Necesita trabajo continuo. Lo que necesita es un hombre joven al que pueda enseñar poco a poco, mientras usted va delegando en él. O una pareja. ¿Que le parecería enseñarles?
– Quiere decir, ¿enseñarles y luego marcharme?
– No me refiero a nada de eso -dijo Jackson-. Si compro este lugar, necesitaré todo los conocimientos posibles acerca de este sitio, y perder a las personas que más saben sería ridículo. Aquí habrá trabajo para usted y para Doreen siempre que quieran, e incluso si se retiran me gustaría que se quedaran como consejeros.
Era como si hubiera salido el sol.
– ¿Lo dice de verdad? -Gregor preguntó con incredulidad.
– Todavía no he comprado el lugar -le advirtió Jackson-. Pero, sí. Si lo compro, será verdad.
– Entonces, Doreen y yo tenemos que conseguir que lo compre -dijo Gregor, y suspiró aliviado-. Entre y vea lo que ha cocinado Doreen. Quizá eso lo ayude a tomar la decisión.
El sol también había salido para Molly. Era como si le hubiera puesto una prueba y Jackson la hubiera pasado con muy buena nota.
Si Jackson necesitaba que lo convencieran, Doreen tenía los medios para hacerlo.
Paviova. Brazo gitano. Pastelitos calientes. Molly se detuvo junto a la puerta de la cocina y se asombró al ver el abundante despliegue de comida.
– Mira lo que hemos hecho -dijo Sam sonriendo-. La señora Gray es la mejor cocinera del mundo.
– Ya veo que es cierto -dijo Molly, y miró a Jackson de reojo. Si existía un buen sistema de venta, era ese. Había pasado mucho tiempo desde la comida, el baño les había abierto el apetito, y el aroma que invadía la cocina era…
– Fantástico -dijo Jackson, y sonrió primero a Doreen y después a Sam-. ¿Has ayudado a hacer todo esto?
A Molly le parecía cada vez más agradable. Pero iba demasiado rápido, y en la dirección equivocada. Ese hombre era un cliente. Nada más.
– He enrollado el brazo de gitano -dijo Sam-. Y he puesto la masa de los pastelitos en la bandeja del horno yo solo -después se calló un instante y los miró-. ¿Habéis estado nadando?
– Sí -dijo Molly, y miró a Jackson como advirtiéndole.
Sam se puso serio.
– ¿Sin mí?
– A ti no te gusta nadar -había intentado que nadara una vez y había sido un desastre.
– Pero… a lo mejor, con el señor Baird… -dijo Sam.
Así que Sam estaba atrapado por el carisma de ese hombre. ¡Era un territorio peligroso tanto para Sam como para Molly!
– El señor Baird tiene trabajo que lo mantiene ocupado, Sam.
– ¿Señor Baird? -Sam miró a Jackson con ojos de suplica. «Nadar no será divertido sin usted», le decía con la mirada.
Jackson sonrió y dijo:
– Por supuesto que te llevaré a nadar. Pero no hasta que hayamos terminado con lo que tenemos delante -se sentó y se acercó el plato de pastelitos-. No he comido un pastelito de estos desde que tenía seis años. Señora Gray, es usted una joya.
– Pruébelos -dijo la mujer, sonriendo, y por algún inexplicable motivo, Molly sintió ganas de llorar. Se sentía como un ángel de la guarda llevando a ese hombre hasta la granja que sería su casa. Y permitiendo que Jackson se acercara a Sam, y a ella.
La idea hizo que se le entrecortara la respiración. Jackson levantó la vista del plato de pasteles y la miró. Sosteniéndole la mirada…
– Hemos encontrado una amiga para Lionel -anunció Sam, sin percibir el flujo emocional que se había establecido entre Jackson y Molly.
Molly intentó retirar la mirada, pero no pudo. Era como un imán.
– Para… ¿Para Lionel?
– Mi rana -dijo Sam con paciencia. Y Molly asintió. Por supuesto, sabía quién era Lionel.
«Es solo que me he distraído momentáneamente», pensó. Jackson estaba comiéndose un pastel mientras la miraba. Llevaba la camisa desabrochada hasta el cuarto botón y se le veía el vello oscuro del pecho. Su mirada era indescifrable, como si él tampoco supiera lo que estaba sucediendo… y al verlo…
«Lionel. Claro. Lionel, concéntrate en la rana!», pensó Molly.
– ¿Has encontrado una amiga para Lionel? -se sirvió un pedazo de brazo de gitano para disimular su confusión, le dio un mordisco y se atragantó. Jackson sonrió, se puso en pie y se acercó a ella para darle un golpecito en la espalda.
¡Si supiera lo mucho que la incomodaba su cercana presencia!
– El señor Gray me llevó a la balsa que está detrás de la casa -le dijo Sam-. El señor Gray dice que Lionel es una rana de San Antonio, y que es un chico. Así que buscamos y buscamos y ¡encontramos una rana chica! ¡Una rana de San Antonio hembra! El señor Gray dice que será mejor que nos quedemos a su amiga hasta que Lionel se encuentre mejor, para que no esté solo, y que después deberíamos traer aquí a los dos. Para que puedan tener renacuajos y vivir felices.
– Eso es… -de nuevo, Molly sentía ganas de llorar. ¡Ese hombre! ¡Ese lugar! ¡Todo el conjunto!-. Eso es maravilloso. Pero…
– ¿Pero qué?
– Pero no creo que vayas a volver por aquí -dijo ella con amabilidad, y vio que su sobrino se ponía cabezota.