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– Claro que volveré. El señor y la señora Gray son mis amigos, y el señor Baird va a comprar la granja, y también es mi amigo.

– Sam…

– Te diré una cosa -dijo Jackson, que estaba observando la conversación con interés-. Si tú no vuelves por aquí, ¿qué te parece si hacemos un viaje especial para liberar al señor y la señora Rana?

Molly se quedó boquiabierta.

– ¿Harías un viaje especial para liberar a dos ranas?

– Son unas ranas especiales -dijo Jackson-. ¿Y no Sabias que la población de ranas está en peligro de extinción en todo el mundo? Cualquier esfuerzo que se pueda hacer para ayudar a que crezca la población…

– Sabes, corres mucho peligro de perder tu reputación -contestó ella, y él la miró con expresión burlona.

– ¿De qué… de mujeriego?

Ella frunció el ceño y lo miró de arriba abajo.

– No, de ejecutivo despiadado.

Jackson seguía riéndose.

– Entonces, puedo seguir siendo un mujeriego.

– Puedes ser lo que quieras ser -Molly se puso en pie. Había algo que no comprendía bien y aquella mirada le parecía peligrosa. ¿Un mujeriego? Sí y sí. Tenía que proteger su dignidad, y su salud mental, a toda costa-. Voy a darme un baño -le dijo.

El se puso en pie y sonrió.

– Yo también.

– Supongo que habrá dos baños -dijo Molly.

– Hay cuatro -dijo Doreen, y Molly sonrió.

– Hasta luego, entonces -puso una de sus mejores sonrisas. Una mujer de negocios despachando a un cliente con educación-. Y creo que deberías pasar un rato con Gregor antes de cenar para ver la situación económica de la granja.

– Pensé que les gustaría hacer una barbacoa en la playa para cenar -dijo Doreen-. Con la tarde tan bonita que ha hecho.

– Estoy segura de que el señor Baird estará demasiado ocupado…

– ¿Demasiado ocupado para hacer una barbacoa en la playa? -interrumpió Jackson, y miró a Molly como retándola-. Nunca. ¿Quedamos aquí dentro de dos horas, señorita Farr? -le preguntó después de mirar el reloj.

Era como si estuviera invitándola a salir. Su mirada era retadora, algo burlona, y ella tuvo que esforzarse para mantenerse serena.

– De acuerdo.

– No pareces muy emocionada.

– Estoy emocionada -dijo entre dientes-. Estoy tan emocionada que apenas puedo hablar.

– Muy bien -él se acercó y le acarició la mejilla con el dedo-. Siga emocionada, señorita Farr. Hasta la cena.

Sí, claro. ¿Qué más se suponía que tenía que hacer?

Molly se metió en la bañera con espuma. Sam no tenía intención de abandonar la cocina, había decidido que los Gray eran lo más cercano al paraíso que él conocía, y para ellos, Sam era una buena compañía. «Para Sam y los Gray ha sido amor a primera vista», pensó Molly. Se quitó una pompa de jabón de la punta de la nariz y pensó en sí misma.

Para ella, ¿también había sido amor a primera vista? Imposible. ¿En qué estaba pensando? Solo conocía a aquel hombre desde hacía dos días.

No estaba enamorada. ¡No lo estaba! Era cierto que era muy atractivo, y encantador, pero pertenecía a la jet set y había salido con más mujeres bellas de las que ella podía imaginar.

Pero era un hombre amable. Y la gente podía cambiar. Solo porque hubiera salido con algunas de las mujeres más bellas del mundo no significaba que tuviera que casarse con una de ellas.

«Espera un segundo», se dijo Molly. «¿De qué estás hablando?»

¿Casarse?

«Creo que vivo en un mundo de pompas de jabón», pensó, y sonrió. Se tapó la nariz y metió la cabeza bajo el agua. «No salgas hasta que hayas recuperado el sentido común», se dijo, solo para salir treinta segundos más tarde.

«No seas estúpida. El es peligroso», se advirtió. «Puede ser divertido, y ya sabes que necesitas divertirte un poco. Después de la tragedia de Sarah y Michael… La vida ha sido demasiado triste», le decía otra parte de su ser. «¿Y si te rompe el corazón?», le preguntaba la parte más prudente. «Solo puede romperte el corazón si se lo entregas. Y tú no eres tonta. Disfruta de esta oportunidad, Molly Farr, y después continúa con tu vida».

Sabía que había una línea muy fina entre permitirse disfrutar de su compañía, relajarse y divertirse, y después marcharse con el corazón intacto. Pero debía hacerlo. Aquel hombre era un cliente.

– Sí, y a partir de ahora solo tienes que pensar en los negocios -murmuró-. Un beso no significa que haya una relación.

Pero un beso sí que podía hacer que se interesara por él y, sin duda, aquel hombre le interesaba.

¿Y Jackson? Estaba sentado con Gregor haciendo números, pero solo se concentraba a medias en lo que estaba haciendo. Algo inusual en él. «Los números no están mal. Nada mal», pensó. Sabía que podría hacer lo que él quería con aquella granja, pero si Gregor hubiera tratado de engañarlo, a lo mejor lo habría conseguido.

¿Por qué no podía dejar de pensar en Molly y concentrarse en lo que estaba haciendo?

Era una buena pregunta. Sin duda, Molly era atractiva. Y tenía una risa preciosa… pero él había estado con algunas de las mujeres más bellas del mundo y, al lado de ellas, Molly no tenía nada.

¿O no era así? Ella tenía algo especial y, cuando la besó, ese algo lo volvió loco.

Pero ya se había vuelto loco antes. Y no estaba dispuesto a permitir que le sucediera otra vez. Tenía la vida que quería y, en ella, no había cabida para una mujer amante de las ranas y su sobrino. Ellos necesitarían cosas que él no tenía intención, ni posibilidad, de ofrecerles.

– ¿Señor Gray? ¿Señor Baird? -Sam estaba junto a la puerta con la caja de la rana en la mano. Ambos hombres lo miraron.

– ¿Sí? -dijo Gregor con una sonrisa. Una sonrisa que hizo que Sam se relajara y entrara en la habitación. Habló con el señor Gray, pero mirando de reojo a Jackson.

– Si el señor Baird compra la granja, ¿mantendrá a salvo a las ranas que hay aquí?

– Por supuesto que lo haré -dijo Jackson, y Sam lo miró dubitativo.

– La señora Gray dice que el lugar más bonito de la granja es la balsa de las ranas… pero también dice que la última persona que la señora Copeland creía que iba a comprar la granja, quería hacer una balsa mucho más grande. Vinieron los topógrafos y todo, y la señora Copeland se enfadó tanto que decidió no vender. La señora Gray dice que se alivió tanto que se puso a llorar -miró a Jackson fijamente-. Pero eso ocurrió hace cinco años, así que la señora Gray y yo queremos saber si…

«Así que Hannah ha pensado otras veces en vender este lugar», pensó Jackson. El hecho de que hubieran pasado cinco años desde que intentó venderla significaba que no tenía mucha prisa. ¿Y lo de agrandar la balsa? Tenía sentido. La balsa de la casa era pequeña, y si el verano era muy cálido tendrían que bombear el agua desde otro lugar más profundo. Y eso sería caro.

Pero lo habían retado y Sam estaba mirándolo.

– ¿Crees que la señora Copeland no querrá que compre esta granja si quiero agrandar la balsa?

– La señora Gray dice que las ranas se morirían. Dice que una excavadora sacaría todos los juncos y que, sin juncos, las ranas no podrían criar.

– ¿Tú crees que yo debería comprar la granja? -le preguntó Jackson.

– Sí. La señora Gray cree que usted sería bueno. Pero los dos estamos preocupados por las ranas.

– ¿Entonces?

– Entonces, tiene que prometernos que comprará la granja y cuidará de las ranas.

Y así, Jackson tomó una decisión. Sin importarle la situación económica. Ni si aquello tenía sentido o no.

– De acuerdo -dijo-. Lo haré.

– ¡Dice que va a comprar la granja! -Molly todavía estaba dentro de la bañera, pero Sam no podía esperar para darle la noticia. Entró en el baño gritando-. ¡Va a salvar a las ranas y a vivir aquí para siempre!

– ¿Ha dicho eso? -Molly se sentó y agarró la toalla. La espuma del baño le cubría lo justo. Por suerte, Sam no la veía como una mujer, sino como su tía Molly.