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– Sí.

– ¿Estás seguro?

– Me lo ha prometido -Sam estaba en la puerta con la caja de la rana en la mano. De pronto, elevó el tono de voz-. Señor Baird, dígale a mi tía Molly que va a comprar la granja.

– ¡No! ¡Sam, no! -exclamó Molly, e intentó decirle que cerrara la puerta, pero era demasiado tarde. Jackson apareció detrás de Sam, y ambos la miraron con distintos grados de interés.

Jackson trataba de ver más allá de la espuma del jabón y sus ojos brillaban divertidos. Pero su voz, cuando habló, era muy seria.

– Señorita Farr, me gustaría informarla de que voy a comprar la granja -le dijo.

Molly respiró hondo y agarró la toalla con más fuerza. Trató de concentrarse en el negocio.

– ¿Lo dices en serio?

– ¿Por qué no iba a decirlo en serio?

– ¿Aceptas el precio que piden por ella?

– Sí. Quieres ponerte en pie y que nos estrechemos las manos.

– Ni lo sueñes -dijo ella mirándolo fijamente-. ¿Te das cuenta de que todavía no conozco las condiciones de la señora Copeland?

– Yo tampoco y, por supuesto, dependerá de ello, pero me da la sensación de que solo son ranas.

– ¿Sabes de qué está hablando? -le preguntó Molly a Sam.

– Sé que a la señora Copeland le gustan las ranas -le dijo Sam-. Y el señor Baird ha dicho que las salvará.

¡Por el amor de Dios! Molly intentaba mantener la situación bajo control y ¡ellos estaban hablando de ranas! Ella trataba de hablar de negocios, a pesar de estar dentro de una bañera llena de espuma.

– Vale. Pero supongamos que hay otras condiciones. Tengo que averiguarlo -miró a Jackson una vez más. Sin duda, estaba en desventaja. ¡No era más que una agente inmobiliaria desnuda en una bañera!

– ¿Y a qué esperas? -preguntó Jackson, se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la puerta-. Sentada en una bañera cuando podrías estar cerrando un trato…

– ¡Márchate!

– ¿Que me marche? -arqueó las cejas-. ¿Quieres que le cuente a Trevor que cuando te pedí que firmáramos el contrato me dijiste que me marchara?

– No tengo el contrato aquí en el baño.

– ¿Estás segura de que no lo estás escondiendo ahí?

Eso era demasiado. Ese hombre no tenía vergüenza.

– Estaría empapado -contestó ella, y él sonrió. Agarró a Sam por el hombro y ambos la miraron riéndose.

Molly sintió algo en su interior que no había sentido hacía mucho tiempo.

Sam se apoyaba en el hombre que tenía detrás, y el pequeño parecía disfrutar de la mano que tenía sobre el hombro y de la intimidad de su tía en el baño. «Este hombre es lo que Sam necesita», pensó Molly. «Este hombre es lo que yo necesito…»

– La espuma se está deshaciendo -dijo Jackson-. Seguro que has usado jabón. La espuma siempre desaparece cuando uno usa jabón.

Molly lo miró indignada y agarró la toalla con más fuerza.

– Sam, llévate al señor Baird de aquí y cierra la puerta cuando salgas.

– Aquí estamos bien -dijo Sam. Sonrió y su tía se quejó.

– Sam, no te atrevas a convertirte en otro hombre malvado. Dependo de ti.

– Por eso nos quedamos aquí -dijo Jackson-. Porque dependes de nosotros.

– No dependo de vosotros.

– ¿Has oído eso, Sam? Habla así con el hombre al que piensa venderle la granja.

– Marchaos -Molly estaba atrapada entre la risa y la desesperación. Y algo más. Jackson la hacía experimentar un sentimiento desconocido. Su manera de agarrar a Sam. Su manera de hacerla reír…-. Marchaos -dijo de nuevo, y miró a Jackson fijamente. Con la mirada se transmitieron un mensaje. ¿Un mensaje? No. Era más que eso. Se estaba formando un lazo entre ellos. Un lazo fuerte, cálido y…-.Fuera -dijo otra vez. Pero esa vez quería decir algo más. No solo quería que salieran del baño.

Ese hombre comenzaba a asustarla.

¿Y Jackson?

Continuó mirándola durante un rato y, poco a poco, el brillo de diversión desapareció de su mirada. Asintió, y era como si hubiera tomado una decisión…

– De acuerdo -dijo él-. Sabemos cuándo no nos quieren -se volvió y se alejó por el pasillo sin mirar atrás.

Cuando Molly terminó de vestirse y de peinarse, ya casi había recuperado el control. Casi. Molly estaba nerviosa y se le notaba. Se peinó con el secador, pero no podía concentrarse, así que tuvo que mojárselo otra vez. Era eso o ir a la cena con el pelo como si fuera una fregona. A pesar de todo, no consiguió controlar sus rizos.

No importaba.

No. Se puso unos vaqueros y una blusa limpia, después cambió de opinión y se puso una falda, y luego, otra vez los vaqueros. Cuando terminó, estaba muy desconcertada y Sam no paraba de hacerle preguntas.

– ¿Por qué tardas tanto? ¿No sabes que el señor Baird nos está esperando?

Precisamente, tardaba tanto porque el señor Baird los estaba esperando. Se peinó los rizos por última vez y se dirigió a la cocina. Sam caminaba dando saltitos a su lado.

Porque, sí, el señor Baird los estaba esperando.

Para desgracia de Molly, Gregor y Doreen no tenían intención de unirse a la barbacoa.

– Gregor odia la arena -les dijo Doreen, mirando a su marido con afecto-. Pensaba que después de vivir cuarenta años cerca de la playa se acabaría acostumbrando.

– Nunca me acostumbraré a la arena -dijo Gregor-. Esa porquería se mete por todos sitios. ¡Uno la encuentra hasta entre los dedos de los pies!

– ¿No le gusta tener arena entre los dedos? -preguntó Sam fijándose en las botas que Gregor llevaba bien atadas.

– ¿No me digas que a ti sí? -preguntó Gregor-. ¡Bueno, sobre gustos no hay nada escrito! Por eso Doreen ha preparado una cesta con comida para que os la toméis en la arena mientras yo ceno en la mesa de la cocina como un caballero.

Estaba claro. Iban a cenar en la playa solos. Molly, Jackson y Sam.

El lugar era mágico. En cualquier otra situación a Molly le habría encantado. El sol estaba ocultándose tras las montañas y la arena todavía estaba caliente. Gregor había bajado antes que ellos para encender una hoguera.

– El plato principal es una pieza de ternera que he enterrado entre las brasas, y también hay algunas patatas -les dijo-. Sáquenlas cuando tengan hambre.

¿O comeos el resto de la comida? Sin duda, podían hacer eso. Los aperitivos habrían bastado para saciar el hambre del más hambriento de los comensales. Doreen lo había preparado todo. Cuando abrieron la cesta sobre la manta de picnic, vieron que había langostinos, vieiras, y ostras. También, salchichas envueltas en hojaldre, sándwiches, espárragos, pollo y aguacate, salmón ahumado…

Y pasteles…

– Todo esto después del desayuno, la comida y el té de la merienda… Los Gray deben pensar que nos morimos de hambre el resto de los días -dijo Molly, y Jackson sonrió y se comió un langostino.

– ¿Quién se queja? ¿Quieres una salchicha, Sam? ¿Limonada? ¿Champán, señorita Farr?

– Hay cuatro tipos de vino -Molly estaba boquiabierta-. ¿Cómo han hecho todo esto?

– La señora Gray hizo algunas llamadas mientras estabais fuera -dijo Sam-. Le trajeron las cosas.

– Vais a tener que llevarme a casa en carretilla si me como todo esto -Molly negó con la cabeza al ver que Jackson le ofrecía vino-. Tomará limonada, gracias.

– ¿No tendrás miedo de perder el control? -bromeó él, y ella se sonrojo.

– No. Pero tengo cuidado.

– ¿Por la reputación que tengo?

– Dudo que intentes poner en práctica tus artes de seducción con Sam aquí -dijo Molly.

– ¿Qué es la seducción? -preguntó Sam.

– Conseguir que las mujeres te besen cuando no quieren hacerlo -dijo Molly sin pararse a pensar, y Jackson soltó una carcajada.

– Eso significa que a tu tía Molly le gustaría besarme, pero ella cree que es demasiado decente.