– ¿Por eso se ha cambiado tres veces de ropa antes de decidir qué iba a ponerse esta noche? -preguntó Sam con interés Molly se rió medio avergonzada.
– Pásame una salchicha -le pidió a Sam-. Estoy perdiendo un tiempo valiosísimo hablando de cosas estúpidas como besarse.
– Creía que a las chicas les gustaban los besos -Sam miraba a Jackson y a Molly tratando de comprender algo-. ¿Eso quiere decir que no queréis besaros?
– ¿Qué? ¿Besar al señor Baird? ¿Por qué iba a querer besar al señor Baird?
Sam se quedó pensativo hasta que encontró una respuesta.
– Bueno, yo no querría, pero seguro que hay gente que sí.
– Besar es peligroso. Lo has leído en tus cuentos. Jackson podría convertirse en rana.
– O en príncipe.
– En príncipe no -dijo Molly-: Los millonarios no se convierten en príncipes. Siempre se convierten en ranas. Son las normas»
– A nosotros nos gustan las ranas.
– ¿Una rana llamada Jackson? No creo. Y además, sería un sapo.
– Muchas gracias -dijo Jackson con frialdad.
– De nada -Molly le dedicó una dulce sonrisa.
– Sam, sugiero que nos callemos y que cenemos. Si no, nos quedaremos con hambre.
– ¿Con todo esto?
– El té de la merienda era escaso -dijo Molly-. Tengo un hambre canina.
Sam dejó el tema de los besos y se rió. La risa del pequeño hacía que el lugar pareciera aún más mágico. Se había reído muy pocas veces desde que sus padres murieron y, allí estaba, comiéndose una salchicha, enterrando los pies en la arena y apoyando la espalda sobre Jackson. Era como si perteneciera a ese lugar.
– Yo también -dijo el pequeño mientras se comía el cuarto hojaldre de salchichas-. Señor Baird, ¿tiene un hambre canina?
– Más que eso -dijo Jackson con aplomo- Tengo un hambre de lobo.
Capítulo 6
Fue una noche mágica. Comieron hasta saciarse y, después, se acercaron a la orilla para que Sam chapoteara. Molly y Jackson lo agarraron de las manos y juntos saltaron las olas hasta quedar agotados.
Y mojados.
– ¿Por qué no nos hemos puesto el bañador? -preguntó Molly-. Míranos. Sam, estás empapado.
– Hablando de nadar… Sam, ¿qué te parece si mañana probamos a nadar de verdad? -le preguntó Jackson-. Estaré encantado de enseñarte.
Molly contuvo la respiración mientras esperaba la respuesta del pequeño.
– Estaría muy bien… -dijo Sam.
Molly suspiró aliviada. Dio un grito de alegría e hizo una pirueta en la orilla, girando y girando mientras que Sam y Jackson la miraban como si hubiera perdido la cabeza.
– Sabes, no se parece a ninguna mujer de negocios de las que he conocido antes -le dijo Jackson a Sam, y el niño asintió.
– En realidad, no es una mujer de negocios. Es solo mi tía Molly.
Molly se acercó a él, lo tomó en brazos y dio vueltas y vueltas hasta que los dos quedaron mareados y cayeron al agua. Entonces, levantaron la vista y… encontraron a Jackson con una expresión muy rara en el rostro. Una que Molly no pudo interpretar.
– ¿Qué? -dijo ella, y él esbozó una sonrisa.
– Nada. Solo estaba pensando.
– No me digas. ¿Pensabas que soy poco adecuada para venderte la granja?
– Nada de eso -dijo él-. En realidad, estaba pensando que si lo intentamos, te apuesto que podríamos hacer el castillo de arena más grande del mundo. ¿Qué os parece si hacemos una rana, aquí en la playa?
– ¿Una rana? -Sam estaba sentado en las rodillas de su tía y se reía cada vez que una ola los mojaba-. ¿Cómo vas a hacer una rana?
– De arena. Mira. Y ayúdame. Hace tiempo estuve metido en muchas empresas de construcción. ¿Qué os parece si nos llamamos Molly, Sam & Jackson Construction Company Ltd, y comenzamos a construir ahora mismo?
Y eso hicieron. Una hora más tarde tenían una rana enorme sentada en la arena.
– Parece como si quisiera comernos para desayunar -dijo Molly-. Oh, Jackson, es maravilloso.
«No solo la rana es maravillosa», pensó ella con alegría. Toda la noche era maravillosa. Sam estaba a su lado y se recostó sobre su brazo. Estaba muerto de sueño, pero aun así seguía sonriendo.
– ¿Cómo vamos a llamarla? -murmuró, y Molly lo abrazó con más fuerza.
– ¿Qué te parece Lionel II? -sugirió, y Jackson se echó a reír.
– Perfecto. Aquí tenemos el comienzo de una dinastía de ranas llamadas Lionel.
– Y el señor Baird… -fue todo lo que Sam pudo decir. Se le cerraban los ojos, pero hizo un esfuerzo y terminó la frase-. ¿Mañana me enseñará a nadar?
– Mañana te enseñaré a nadar -le dijo Jackson, y le acarició el rostro. El niño cerró los ojos-. Ahora, duérmete. Tu tía y yo recogeremos y después te llevaremos a la cama.
Pero Sam ya no estaba escuchando. Se había quedado dormido.
Todo era mágico.
– En Escocia, esto se llama el crepúsculo -dijo Molly, observando al niño que dormía a su lado. Ella también tenía sueño. Estaba cansada y feliz al mismo tiempo. Feliz, como hacía años que no estaba.
– ¿El crepúsculo?-Jackson dejó de recoger para hacer la pregunta.
– Es el momento mágico que surge entre el final de un día de trabajo y la hora de descansar -le dijo-. Es cuando el mundo se detiene para respirar y espera. No se sabe a qué espera, pero durante el crepúsculo puede suceder cualquier cosa. Está lleno de promesas para el día siguiente, y el siguiente.
Molly pensó que no decía más que tonterías. Miró a Sam… Estaba acurrucado contra su cuerpo. Quería tanto a ese niño…
El crepúsculo, ese instante mágico, era un momento de recuperación para Sam.
¿Y para ella?
Sin duda, también para ella.
Levantó la vista y descubrió que Jackson la estaba mirando. La expresión de sus ojos hizo que se quedara sin respiración.
– Será mejor que regresemos a la casa -murmuró ella con voz temblorosa. El la miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
Jackson se arrodilló y acarició el pelo de Sam.
– Pobrecillo. Es tan injusto que haya perdido tantas cosas.
– Lo es -dijo ella forzando una sonrisa-. Pero ha tenido un día maravilloso… Gracias a ti.
– Y gracias a ti. Ahora está a salvo. La época de máxima tristeza pertenece al pasado. Saldrá adelante.
– ¿Cómo lo sabes?
– Lo he observado esta noche. Se ha dejado llevar. Con confianza. Enfrentándose al mundo y descubriendo que, después de todo, no es un lugar tan malo.
– Eso espero.
– Estoy seguro de ello -y como si estuviera poseído por una fuerza imparable, le acarició la cara, desde la frente hasta la barbilla.
Ella no se movió. Se quedó quieta como una piedra, deseando que pasara.
Era el crepúsculo. El momento mágico. Lo que pasó en aquel instante, solo pertenecía a ese momento.
– Molly…
El no sabía qué decir, y cuando encontró las palabras, eran las inadecuadas.
– Eres preciosa:
Ella sonrió.
– Bueno, imagino que ese es un gran cumplido, viniendo de ti.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que te han fotografiado con algunas de las mujeres más bellas del mundo.
– Tú eres igual de bella.
– ¿Si? -consiguió mantener la sonrisa y se esforzó por bromear-. Gregor no estaría de acuerdo. Tengo arena entre los dedos de mis pies, señor Baird. ¡Arena!
Él se rió y permaneció arrodillado junto a ella, mirándola. Molly tenía demasiadas responsabilidades y él podía ayudarla.
– ¿Necesitas algo? -le preguntó, y Molly frunció el ceño.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir… -dudó un instante. Quizá no fuera lo adecuado, pero tenía que decírselo-. Quiero decir si necesitas dinero.
Molly se puso muy seria. Aquel era un momento maravilloso… ¿cómo se atrevía a estropearlo hablando de dinero?