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– No, muchas gracias, pero ya nos has ayudado bastante. Nos has dedicado el día de hoy, y mañana vas a dedicárselo a Sam -dudó un momento-. ¿Vas a cumplir tu promesa de enseñarle a nadar?

– Cumpliré mi promesa.

– Entonces, ya está bien -sonrió-. Es suficiente. Gracias.

– ¿Y después de eso? ¿Dejarás que os ayude?

– Te vas al extranjero -le recordó-. Allí no nos serás de mucha ayuda.

– Pero económicamente podría ayudaros.

– Ya te lo he dicho, no necesito dinero.

– Entonces, ¿qué necesitas?

Aquel hombre era completamente insensible. ¿Que qué necesitaba? Vaya pregunta. Cada vez estaba más convencida de que lo que necesitaba era al hombre que estaba arrodillado frente a ella.

Pero él no podía saberlo. No debía saber lo vulnerable que era Molly.

– Necesito amigos -murmuró-. No puedo ser más específica, pero es lo que necesito… y Sam también necesita amigos. Alguien que esté ahí para nosotros -sonrió con tristeza- No alguien que viaja alrededor del mundo y solo está en Australia un mes al año.

Amigos. Él podía ser su amigo. Aunque solo fuera durante un mes…

– Entonces ¿a lo mejor puedo veros otra vez? ¿Cuando esté en el país?

– A Sam le gustaría -lo miró a los ojos como retándolo-. Pero no contaremos con ello. Le prometiste a Sam que lo llevarías a nadar y eso es importante… Pero más importante es que cumplas tu promesa. Le dijiste que traerías las ranas aquí… Eso también es importante. Pero aparte de eso… por favor, no hagas promesas que no pueda cumplir, señor Baird.

– Jackson.

– Vale, Jackson. Pero, por favor…

– ¿Que te deje en paz? ¿Es eso lo que me estás pidiendo?

– No lo sé -dijo Molly, pero lo supo enseguida. Aquel hombre tenía la capacidad de hacer que su mundo se tambaleara, y durante los últimos seis meses, su vida ya había sido bastante inestable. Solo había una manera de contestarle-. Sí.

Se miraron durante largo rato.

«No me lo pide por Sam», pensó Jackson. «Me lo pide por ella. No nos ofrezcas lo que no nos puedes dar. No juegues con nosotros. No nos rompas el corazón. Maldita sea».

Y ella lo miraba como si él tuviera la capacidad de hacer todo eso. Lo amedrentaba. Deseaba hacerle todo tipo de promesas. Promesas que ella sabía que él no podrí mantener.

Pero Molly seguía mirándolo. El sol se había ocultado tras el horizonte y el color rosado del cielo se reflejaba en la arena, y en los ojos de Molly. Era tan guapa.

Jackson no pudo evitarlo. «Solo una vez más», pensó. Se acercó para tomar el rostro de Molly entre sus manos y la besó.

¿Y por qué no? El niño estaba dormido junto a ellos en la manta. No había nadie más que ellos. ¿Y qué había de malo en un beso?

Nada, pero el beso era como una promesa… Una promesa hecha en el momento adecuado.

Hubo un segundo beso. El primero fue un beso de victoria…, de cariño, alegría y felicidad. El segundo era algo más. No era un beso suave entre un hombre y una mujer que compartían un motivo de alegría. Era un beso que hacía que un hombre y una mujer estuvieran unidos para siempre.

Ambos sintieron algo que nunca habían sentido antes. Se besaron de manera apasionada. Estaban sobre la arena, junto a un niño dormido. Las olas llegaban a la orilla y la luna comenzaba a asomar en el horizonte, dejando una estela plateada sobre el agua.

Jackson acarició el cuerpo de Molly para sentir la suavidad de su piel y saboreó el interior de su boca.

Y Molly, después de la sorpresa inicial, supo que era allí donde quería estar el resto de su vida. Que estaba preparada para darle a aquel hombre todo lo que le pidiera. Porque, en cierto modo, ya le había entregado su corazón.

Era tan fuerte y masculino. Al sentir las caricias de sus manos, se estremeció. Y cuando él le acarició la curva de los pechos, gimió de placer.

Ella metió la mano bajo su camisa para sentir la desnudez de su piel, los pezones, los músculos de su pecho, y su cuerpo tenso de deseo. De deseo por ella.

Aquello no podía durar. Molly sabía que no estaba a la altura de Jackson Baird. Pero, por el momento, él la estaba besando y ella no deseaba nada más. Solo quería que los sentimientos que invadían a ambos siguieran su curso…

Nada podía estropear aquel momento.

Jackson sujetó el rostro de Molly una vez más, y pensó que la dulzura de aquella mujer iba a apoderarse de él. Su alegría, su amor por la vida, su risa… incluso su eficiencia. Todo. Todo estaba contenido en ese beso, y él nunca había sentido nada tan maravilloso en su vida. Ella no se parecía a ninguna otra mujer que él hubiera conocido ante.

Era Molly…

La deseaba. Notó que su cuerpo estaba tenso de deseo y gruñó para contenerse. Algunas cosas no eran posibles. Allí no. Ni en ese momento. Aunque había llevado preservativos, había un niño delante.

Sam se movió y suspiró en sueños. No mucho, pero lo suficiente como para romper el hechizo y que ambos volvieran a la realidad.

Y con la realidad, llegó la confusión. Ambos se miraron a la luz de la luma, sin saber qué decir. Ninguno comprendía lo que había sucedido. Solo sabían que la vida había cambiado de algún modo.

La luna ya estaba en lo alto del cielo y brillaba con fuerza. Ambos sabían que estaban en un momento crítico y que podía suceder cualquier cosa.

Pero al final, ganó el sentido común. Como siempre.

– Lo siento -murmuró Jackson, y se separó de ella. Era lo que Molly necesitaba para recuperar la compostura, olvidar la confusión que sentía y sustituirla por la rabia.

– Apenas me has seducido -contestó, y se puso en pie tomando a Sam en brazos-. Solo ha sido un beso… y yo también te he besado.

«Un beso no significa nada. Eso es lo que quiere decir», pensó Jackson dando un suspiro. «Tiene razón. Hay muchas otros factores que hacen que esto no sea posible».

Tenía planeado su futuro. Solos, su hermanastra y él, contra el mundo…

– Pásame a Sam -le retiró al niño de los brazos y miró a Molly mientras esta recogía las cesta de picnic. Ella no lo miraba.

Quizá no podía.

– ¿Es hora de irse a casa? -dijo él. Molly cerró la cesta. Estaba enfadada, pero Jackson no podía discernir si estaba enfadada con él o consigo misma.

– Sí -dijo ella-. Es hora de irse a casa.

– Ha sido una noche maravillosa.

– Aparte de estos últimos minutos -murmuró ella-. ¡Han sido una estupidez!

¿Una estupidez?

Jackson permanecía despierto pensando en esas palabras. Una estupidez.

Ella tenía razón. Porque pertenecían a mundos diferentes.

¿Por qué? ¿Por qué iba a ser imposible?

Porque ella no comprendía.

¿No comprendía el qué?

No lo comprendía a él.

«Debía haber tenido más cuidado y no permitir que la relación llegara tan lejos», se dijo Jackson en la oscuridad.

De pronto, la imagen de sus padres apareció en su cabeza. Él tenía unos cuatro años y ya percibía la extraña relación que mantenían sus padres. No había duda alguna de que se amaban, pero desde lo que él recordaba, parecía que siempre habían intentado destrozarse el uno al otro.

Así que su relación se caracterizaba por las continuas discusiones. De pronto, se deseaban con locura y el amor los mantenía unidos durante un día. Quizá, ni siquiera durante tanto tiempo. Después, volvían a discutir, con Jackson atrapado en medio de los dos.

Lo habían utilizado como un arma.

– Es a mí a quien más quieres, ¿verdad, Jackson? -le preguntaba su madre, y su padre lo agarraba de la mano y trataba de llevárselo.

– El niño quiere estar conmigo.

El niño no quería estar en ningún sitio, y al niño que se había convertido en hombre le pasaba lo mismo. Si eso era el amor, él no quería saber nada al respecto.

«No es fácil recuperarse de una cosa así», pensó Jackson. ¿Cómo podía admitir que él podría amar de esa manera? No era un sentimiento maravilloso. Hacía que uno se expusiera al dolor. Ya había sufrido bastante con Diane.