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Se había convertido en un hombre solitario y eso le gustaba. Su padre se marchó de casa cuando Jackson tenía diez años y su madre, para castigarlo, tuvo una aventura y se quedó embarazada de Cara… y, al sentir que eso no era suficiente, estrello su coche a propósito contra un árbol. Todo por amor…

«El amor puede irse a freír espárragos», pensó Jackson. Cuidaría de Cara y de nadie más. No quería depender emocionalmente de nadie. Nunca.

– El señor Baird es muy simpático -murmuró Sam medio dormido mientras Molly lo metía en la cama. El pequeño alzó los brazos para darle un beso de buenas noches. No era algo muy habitual, así que Molly se sentó en la cama y lo abrazó también.

– Sí, Sam, es muy simpático.

– Te ha besado.

Así que Sam no estaba profundamente dormido. No tenía sentido negárselo.

– Sí.

– ¿Crees que le gustas lo suficiente como para casarse contigo?

– Hey -se sorprendió Molly-. Solo lo conocemos desde ayer.

– Pero es simpático.

– Es muy simpático. Pero ese hombre es millonario, Sam. Los hombres como él no se fijan en gente como nosotros.

– ¿Por qué no?

– Se casará con alguien de su propia clase social.

– Eso es una tontería -estaba quedándose dormido, pero hacía un gran esfuerzo por hablar-. ¿Y qué es una clase social?

– Es como lo de Cenicienta y el príncipe -le dijo Molly, alborotándole el cabello y quitándole las gafas-. Tenía que ser muy incómodo ser la Cenicienta.

– ¿Por qué?

– Porque ella tendría que haberle estado agradecida durante el resto de su vida y no le habría gustado.

– A lo mejor, la Cenicienta podría haber encontrado un trabajo, como muchas mujeres casadas Como tú -se rió-. La Cenicienta podía haber vendido palacios para ganarse la vida.

– Sí, claro. Y además vendería zapatos de cristal. Te estás dejando dominar por tus intereses comerciales, chico -le dio un beso-. Ahora, a dormir, jovencito.

– ¿Pero… qué pasa contigo y el señor Baird?

– Sabes, hay tantas posibilidades de que bese a tu rana Lionel y se convierta en un atractivo príncipe, como de que bese a Jackson Baird y él me proponga matrimonio.

A Sam le gustó la respuesta. Se rió y se volvió hacia la caja donde guardaba la rana.

– A Lionel puede que le gustara que lo besaras.

– Después de que el señor Gray se preocupara de buscar a una señora Lionel para él -Molly se puso en pie y sonrió-. La señora Lionel puede que tenga algo que decir sobre que yo le de un beso.

– Eres muy divertida.

– No -Molly dejó de sonreír tapó a Sam-. Solo soy sensata. Alguien tiene que serlo.

– ¿Señora Copeland?

Después de pasar parte de la noche sin dormir, Molly se despertó temprano para llamar a la señora Copeland. Hannah contestó al primer timbrazo.

– Sí, querida. Estaba esperando que me llamara.

– Molly había hablado con ella el viernes por la noche, así que la anciana sabía que la llamaría otra vez-. Entonces, ¿a él le gusta mi granja?

– Quiere comprarla.

– Oh, me alegro. Eso está muy bien, querida. ¿Tres millones le parece mucho?

– Es un precio muy razonable. Para ser honesta, podría pedir más. Si quisiera parcelar la tierra…

– No, querida. No quiero parcelarla.

– Es solo que el lugar vale mucho más. ¿Está segura de que quiere vender?

– Al comprador adecuado… sí, estoy segura.

– ¿Y cree que Jackson Baird es el comprador adecuado?

Se hizo un silencio en el otro lado de la línea, como si la señora estuviera valorando si debía decírselo. Al final, decidió ser sincera.

– Mi madre era amiga de la abuela de Jackson Baird -le dijo-. Ella estaba muy preocupada por Jackson. ¿Le han ido bien las cosas, querida?

– Yo… sí. Supongo que se puede decir que le han ido muy bien.

– ¿No está casado?

– Um… no.

– No esperaba que lo estuviera después de los padres que tuvo -hizo una pausa-. Pero mi madre y su abuela se preocupaban mucho por él, y yo sé que aprobarían que yo haga esto.

– Señora Copeland, no creo que el señor Baird necesite ningún favor -dijo Molly-. Es un hombre extremadamente rico. Usted me dijo el viernes que si él estaba interesado me contaría cuáles son sus condiciones.

– Sí.

– ¿Los Gray son una de ellas?

– ¿Lo ha adivinado? -se percibía placer en su voz-. Por supuesto. No me gustaría que Gregor y Doreen tuvieran que mudarse.

– Estoy segura de que Jackson lo aceptará.

– Y yo confío en usted. Tiene una voz preciosa. ¿La señora Gray dice que tiene un niño pequeño?

– ¿Doreen la ha llamado?

– Ayer.

– ¿No le importa que haya traído a Sam?

– Por supuesto que no me importa, querida. Ese lugar necesita niños. Espero que a pesar del ejemplo que le dieron sus padres, el señor Baird encuentre una esposa. ¿Usted cree que es el tipo de hombre que quiere casarse?

Molly no sabía qué contestar.

– No se lo he preguntado -dijo con sinceridad-. No me diga que quiere poner eso como condición para venderle la granja.

– No. No soy una casamentera. Pero sí me gustaría que mi granja pasase a manos de alguien que la quiera como yo la quise -hizo otra pausa-. Me gustaría conocer a Jackson. En persona.

– Estoy segura de que podemos hacer algo al respecto.

– Y también quiero conocerla a usted. ¿Lo traerá a comer conmigo el lunes?

– Creo que a mi jefe…

– No. Usted.

Molly se lo pensó bien. De acuerdo. Era lo que tenía que pagar para conseguir una venta.

– Hablaré con Jackson ahora. ¿Puedo llevar el contrato a la comida?

– Traiga lo que usted quiera -sonrió la mujer-. Pero no haga ningún otro plan para la tarde. Me gustan las sobremesas largas.

– Molly se dio una ducha y se reunió con Jackson para desayunar.

– Buenos días. ¿Qué tal has dormido? -le preguntó con formalidad.

– Bien, gracias. ¿Y tú?

– Estupendamente -mintió ella.

– ¿Dónde está Sam?

– Desayunó al amanecer con el señor Gray. Al parecer tenían tareas por hacer. El croar de las ranas antes de que salga el sol es maravilloso. Gregor le ha contado que hay diez especies diferentes para escuchar.

– Fantástico.

– Es fantástico -estaba cotorreando como una tonta-. He llamado a la señora Copeland.

– Cielos, has estado muy ocupada.

– Estar ocupada es parte de mi trabajo.

– Por supuesto.

– ¿No quieres oír lo que ha dicho? -se sirvió un poco de zumo de naranja, con tanta prisa que tiró la mitad. Estaba actuando como una adolescente.

– Claro que quiero oír lo que te ha dicho -se sentó en una silla y esperó a que ella se recuperara.

– Dice que te venderá la granja siempre que Doreen y Gregor se queden aquí. Y si el lunes, cuando quedes a comer con ella, le pareces un hombre simpático.

– ¿Un hombre simpático? -arqueó las cejas.

– No fue muy explícita -se encogió de hombros-. Parece ser que el dinero no es lo que más le importa. Tengo la sensación de que si no le caes bien, o incluso, de que si yo no le caigo bien, no venderá. Así que nos toca a nosotros averiguar lo que considera simpático -ella ya lo había hecho.

– Sabes que pide menos de lo que vale.

– Así no es como se comporta un comprador ansioso -se concentró en el zumo de naranja. No quería que ese hombre fuera amable. Quería que fuera el ejecutivo implacable que se suponía que era.

Entonces, Sam los llamó desde la ventana y entró para verlos. Molly se alegró de que los interrumpieran.

– ¡Hemos oído once tipos de ranas diferentes! El señor Gray dice que a él le cuesta notar la diferencia, pero que en la biblioteca tiene una grabación que nos ayudará a diferenciarlas. También dice que es hora de comer algo y que podemos ir a nadar. ¿Podemos ir a nadar, señor Baird?