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Jackson miró a Molly y sonrió. Una vez más estaba descolocada, y permaneció descolocada durante todo el día.

Pasaron el día entero con Jackson. Molly lo observó mientras nadaba con su sobrino. Vio cómo le enseñaba a nadar con paciencia, como si tuviera todo el tiempo del mundo y fuera lo más importante para él.

Se fijó en cómo se reía de manera triunfal cuando Sam consiguió flotar sin ayuda, y en cómo miraba hacia la playa para verla. El mensaje que transmitía era de puro deleite. El podía haber sido un niño también.

¿Dónde estaba el ejecutivo despiadado?

Lo observó mientras secaba a Sam y mientras llevaba al pequeño hasta la granja. También, lo observó mientras se comía otro enorme plato de lo que Doreen había preparado; cómo bromeaba con Gregor y…

Y cómo había conseguido encandilar a todos. El encanto de Jackson los tenía cautivados.

«Hay una faceta de Jackson que no conozco», pensó desesperada. «Tiene que haberla. Él no se ha ganado esa reputación por nada. Así que ten cuidado…»

Pero su corazón no tenía ningún miedo, y no se comportaba de manera nada sensata.

Su corazón estaba perdidamente enamorado de Jackson Baird.

Capítulo 7

– ¿Francis?

– Señor Baird -Roger Francis contestó inmediatamente y su tensión era palpable-. ¿Cuál es la decisión que ha tomado’?

– Todavía no he tomado ninguna decisión. La granja es justo lo que yo estaba buscando, pero la dueña ha dicho que quiere conocerme. Parece que solo venderá si me da el visto bueno, a mí y al agente inmobiliario. Hemos quedado para comer mañana.

– ¿Y sí las cosas no van bien?

– Entonces, volveré a ver la propiedad Mountain. Y puede que eso suceda. Como te he dicho, está tan interesada en la vendedora como en mí. Parece una mujer excéntrica, pero con su edad y su riqueza supongo que está en todo su derecho.

– Claro -pero Roger no estaba tan seguro. Parecía que estaba muy tenso.

«Bueno, es domingo por la noche», pensó Jackson. Quizá había interrumpido algo importante. Pero era su empleado, y le pagaba para poder llamarlo a cualquier hora. Además, había algo que Jackson quería que hiciera.

– ¿Quiere que compruebe las escrituras?

– Um… no.

– Entonces, ¿qué es?

– Quiero que investigue acerca de la vendedora.

– ¿Perdón?

– Molly Farr -dijo Jackson. Sabía que estaba sobre pasando la barrera de lo razonable.

Molly tenía problemas económicos y quería saber cómo era de grave la situación.

– Quiero un poco de información acerca de su pasado -le dijo-. Deprisa.

– ¿Molly? Soy Michael.

– ¡Michael¡

Molly acababa de entrar en su despacho. Cuando el teléfono comenzó a sonar, y cuando reconoció la voz de su ex novio al otro lado de la línea estuvo a punto de soltar el auricular. ¿Qué diablos quería?.

– No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Para qué me has llamado?

– Molly, tenemos que hablar ha sucedido algo.

Solo había una respuesta para aquello.

– Habla con quién te dé la gana. Pero conmigo no.

Y colgó el teléfono.

– ¿Cara?

– Jackson, querido. No esperaba que me llamaras otra vez tan pronto…

– Cara quería hablarte de esa granja. Es fantástica. Si podemos comprarla, creo que será justo lo que estábamos buscando.

– Es maravilloso -ella dudó un instante-. ¿Ocurre algo?

– ¿Qué iba a ocurrir?

– No lo sé. Pareces un poco distraído.

– Estoy en Australia.

– Debe ser eso.

– ¿Estás dispuesta a venir a verla… antes de que firme las escrituras?

– Querido, estoy ocupada. Y Australia está muy lejos.

– Bueno, yo también estoy muy ocupado -dijo él medio enojado-. Pero se trata de algo a largo plazo, Cara. Si no puedes hacer un pequeño esfuerzo por…

– Vale vale buscaré un hueco. Si es importante.

– Lo es.

– ¿Roger? Soy Michael.

– Mmm.

– No va funcionar Molly no quiere hablar conmigo.

Capítulo 8

La inesperada llamada de Michael no ayudó a que el humor de Molly mejorara.

«Es extraño», pensó Molly. Hasta el viernes había pensado en Michael una docena de veces al día. Y de pronto, era como si hubiera dejado de existir. Y no era Michael el que la alteraba.

Jackson los había acompañado a buscar un taxi en el aeropuerto.

– Hasta mañana -le había dicho y, como despedida, le cubrió los labios con un dedo-. Que duermas bien.

El roce de su dedo permanecía en su memoria. Llamaron a la puerta y se dirigió a abrir. Aquella noche parecía mágica, y sospechaba que podía suceder cualquier cosa.

Pero no era Jackson. Angela estaba en la puerta, tal y como le había prometido. Parecía que estaba indignada.

– ¿Quieres echarle un vistazo a esto? -le preguntó a Molly mostrando un periódico-. Oh, y yo que tenía unos planes maravillosos.

– Yo… ¿Qué? -Molly dejó pasar a su amiga.

– Ese hombre no es lo que parece. Me había hecho ilusiones. Ya estaba planeando la boda, la luna de miel con limusinas y mansiones… ¡y mira! Resulta que está comprometido.

– Um… ¿Guy está Comprometido? -todo le parecía una locura.

– No. No me gustaría que Guy encontrara a otra. ¡Ese hombre! ¿Sabes lo que se puso para la fiesta de los años veinte? Un traje de chaqueta, cuando yo me esforcé tanto para encontrar un vestido. Y ni siquiera se puso zapatos blancos.

– ¿Ahora qué? -Angela ondeaba el periódico como si fuera una bandera y Molly no podía leer nada-. Si no estabas planeando tu boda, ¿qué boda planeabas?

– La tuya, por supuesto. Con Jackson Baird -se quejó Angela-. Pero resulta que está con una mujer que se llama Cara…

«No debería importarme», pensó Molly, y en cierto modo no le importaba. Se sentía confusa.

– ¿Me dejas verlo? -dijo al fin, y Angela la miró asombrada. Su rostro seguía colorado, como si estuviera indignada, pero al ver que Molly no reaccionaba como ella había esperado, comenzó a preocuparse. Se suponía que aquello era una broma… pero no tenía nada de gracia.

Todo era más serio de lo que creía.

– Página tres -dijo Angela.

Y Molly leyó la noticia.

Se rumorea que Jackson Baird ha pasado el fin de semana mirando una de las mejores granjas de New South Wales, con intención de comprarla para instalar su base en Australia. Baird, conocido por habitar en áticos lujosos, está buscando una finca en el campo para compartirla con Cara Lyons, famosa modelo internacional amante de los caballos. Los mantendremos informados. No se pierdan esta sección.

– Idiota -dijo Angela, pero la indignación había desaparecido.

– No hay motivos para llamarlo idiota. Tiene perfecto derecho a compartir su propiedad con quien quiera.

– ¡Pero no a decírnoslo!

– No es asunto nuestro.

– No. Pero… Pareces… diferente -comentó Angela-. ¿Te has acercado a ese hombre?

– Oh… sí.

– ¿Te ha besado?

– Puede que lo haya hecho -al ver la expresión de Angela, sonrió-. Bueno, ¿y por qué no? Imagino que habrá besado a miles de mujeres.

– ¿Y algo tan insignificante cómo otra mujer no debería interponerse en su camino?

– Supongo que no.

– Estás chiflada.

– Soy una mujer de negocios -dijo Molly-. No sé qué pretendes. Cualquier relación entre nosotros está fuera de duda.

– Pero él te ha besado -Angela respiró hondo-. Molly, me moriría por que me besara un hombre como ese.

– Estoy casi segura de que no.

– Yo estoy segura de que sí.