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– Llámenos cuando tenga los detalles -dijo el abogado-. Si hubiéramos sabido que tenía tan poca información no habríamos venido tan lejos. Está haciendo que el señor Baird pierda su precioso tiempo.

Cuando se calló, miró al suelo y vio una cosa verde que saltaba.

Era una pequeña rana, un símbolo de la naturaleza. Pero el abogado sabía qué era lo que tenía que hacer cuando la naturaleza trataba de introducirse en la civilización.

Levantó el pie.

– ¿Crees que podría haberse metido en el despacho de Trevor cuando abrieron la puerta? -Preguntó Molly, mirando detrás del archivador-. ¿Dónde puede estar si no?

– Supongo que sí podría haber entrado -dijo Angela-. Quiero decir… todas estábamos mirando a Jackson.

– Iré a mirar -dijo Molly poniéndose en pie.

– Trevor te matará si lo interrumpes ahora, Molly. Jackson Baird está en su despacho.

– Me da igual que la Reina de Saba esté en su despacho. Voy a entrar -Molly acercó la cara al cristal de la puerta del despacho de Trevor. Y lo que vio la hizo moverse más rápido de lo que se había movido nunca.

Jackson estaba sentado entre un abogado furioso y un agente inmobiliario confuso cuando, de pronto, vio una mancha verde sobre la moqueta beige y que su abogado levantaba el pie para aplastarla, justo cuando una mujer entraba por la puerta y se lanzaba al suelo.

El ahogado bajó el pie con fuerza, pero no pisó una rana, sino un par de manos de mujer que protegían al animalito.

– ¡Molly!

– ¿Qué diablos…?

– ¿La tienes?

– La ha pisado. Ha pisado la rana de Sam. ¡Es un bruto! -Sophia Cincotta fue la primera en entrar después de Molly, y al ver lo que había pasado, levantó su bolso para golpear a Roger Francis-. ¡Asesino!

Ángela entró después, mirando horrorizada. Molly estaba tumbada sobre la moqueta, sujetando a Lionel como si su vida dependiera de ello.

– Molly… tu mano. Estás sangrando.

– ¡Le ha roto los dedos! -Sophia golpeó de nuevo al abogado y este se apresuró para colocarse al otro lado del escritorio de Trevor.

– ¿Y Lionel está bien? -preguntó Angela.

– La ha aplastado -contestó Sophia-. Claro que no está bien. ¿No has visto cómo este bruto la pisoteaba?

– Creía que esos animales estaban protegidos -dijo una de las mujeres de la limpieza.

– No es más que un sapo, estúpida -contestó otra persona-. Se supone que hay que matarlos.

– No en mi moqueta -dijo Trevor enfadado-. ¿Es una rana? ¿Una rana? Molly, ¿la has traído tú?

– Claro que la he traído yo -contestó Molly, mirando entre los dedos sangrantes de su mano-. Y no es un sapo. Oh, cielos, parece que se ha roto un anca… Parece que tiene un anca rota.

– Tus dedos también parecen rotos -contestó Angela se arrodilló junto a ella. Después miró a Roger Franis-. El es el sapo.

– Qué falta de profesionalidad… -dijo Roger-. Señor Baird, le sugiero que busquemos un terreno en otro lugar.

Trevor trató de mantener la compostura y se colocó entre Molly y Jackson. Podía imaginarse una comisión de miles de dólares evaporándose.

– Señor Baird, no sabe lo mucho que lo siento. Normalmente, esta es una de las mejores agencias -miró a Molly-. Mi padre me convenció de que contratara a mi prima porque le daba pena. Pero si va a ofender a mis mejores clientes… Molly, levántate. Puedes pasar a recoger tu indemnización y marcharte.

Pero Molly no estaba escuchando. Seguía mirando a la rana que tenía un anca colgando de manera extraña. Debe de estar rota», pensó, y supuso que no tenía remedio.

¿Qué diablos iba a decirle a Sam?

– Molly, márchate -dijo Trevor con desesperación.

– Quieres decir que mi rana está a punto de morir y que además estoy despedida? -preguntó enfadada. ¿Cómo se las arreglaría entonces?

– Si vas a disgustar al señor Baird…

– Se merece que la despidan -dijo el abogado, y Sophia lo amenazó otra vez con el bolso.

– Un momento -dijo Jackson Baird alzando la mano. Su voz era suave, pero tenía la capacidad de hacer que todo el mundo se detuviera. Era la voz de alguien nacido para mandar. Se levantó de la silla y se arrodilló junto a Molly. Su presencia se apoderó de la habitación.

– ¿Qué es…, una rana de San Antonio? -le preguntó a Molly. Ella se secó las lágrimas con el dorso de la mano que tenía libre y asintió.

– Sí.

– ¿Y el señor Francis, mi abogado, la ha herido?

– No me gustan los insectos -murmuró Roger.

– No es un insecto -protestó Molly, y Jackson intervino.

– Me parece muy duro que la señorita Farr se haga daño en la mano, vea cómo hieren a su mascota y pierda el trabajo, todo en el mismo día.

Con cuidado, abrió la mano de Molly y le quitó la rana. Después, se puso en pie con decisión, y con una pequeña rana de San Antonio entre sus manos.

Un mechón de pelo negro cayó sobre sus ojos y lo retiró con un dedo. Necesitaba un corte de pelo. O quizá no. No había muchas mujeres que se quejaran del aspecto de Jackson Baird.

Y tenía un aspecto fantástico. La ranita lo miraba con incomprensión mientras él la examinaba con delicadeza.

Trevor miró a la rana con aprensión.

– Esto es ridículo… Démela, señor Baird, y encontraré un cubo donde meterla.

Pero Jackson solo estaba centrado en la rana.

– Sabes, parece que solo tiene una rotura limpia. No parece que se haya hecho nada más. Creo que esto podremos curárselo.

Molly respiró hondo. Se puso en cuclillas, se recolocó la falda y miró a Jackson con incredulidad.

– Está bromeando.

El la miró…, y se fijó bien en ella.

«Es extraordinaria», pensó Jackson. Tenía la piel pálida, casi translúcida, una melena negra y rizada que enmarcaba su rostro y unos grandes ojos marrones…

«Concéntrate en la rana, Baird!», se recordó.

– En serio -le dijo a Molly-. Podemos ponerle un vendaje.

– ¡Qué bueno! -Angela intervino desde detrás-. Podemos ponerle unas muletas.

– Cállate, Angela -Molly la fulminó con la mirada mientras se ponía en pie, y apenas notó que Jackson la ayudaba a estabilizarse-. ¿Qué estaba diciendo, señor Baird?

– Estoy seguro de que podemos curarla. Tenemos que entablillarla -dijo Jackson.

– ¡Muletas! -exclamó Angela entre risas-. No me contentaré con menos -entonces, dejó de reírse-. Molly, estás manchando la moqueta de sangre.

– No es nada -Molly escondió el puño entre su falda, pero Jackson le agarró la mano para mirársela. Tenía la piel levantada en los nudillos y estaba sangrando bastante.

– Maldito seas, Roger.

– Iba a pisar a la rana. No esperaba que esa estúpida chica…

– Hay que curarte.

– No hace falta -Molly retiró la mano y la escondió detrás de la espalda-. Es solo un rasguño. Si Lionel puede curarse…

– ¿Lionel?

– Mi rana -dijo ella, y él asintió.

– Claro, Lionel. Ya veo. Sí, podemos curarla.

Molly miró a Jackson como si él intentara engañarla.

– ¿Cómo lo sabes?

– Cuando era niño, teníamos un embalse en nuestro terreno -le dijo, y se fijó en la tensión que había en su mirada-. Pasaba las vacaciones criando renacuajos -y evitando a sus padres-. Cualquier cosa que quieras saber sobre las ranas, pregúntamela a mí.

– ¿Se curará?

– Se curará.

Molly respiró hondo y se relajo una pizca.

– Entonces, la llevaré al veterinario.

– Puedo entablillársela yo, si me dejas. Pero lo que no puedo es curarte la mano.