La firmeza del tono de Angela hizo que Molly se sorprendiera.
– ¿Tienes problemas con Guy?
– Nada que una pequeña aventura con Jackson Baird no pueda solucionar -dijo Angela con amargura-. ¿Y tú también lo besaste?
– No es asunto tuyo.
– ¿Pero no sería maravilloso…? -suspiró, y decidió cambiar de táctica-. ¿Conseguiste la venta?
– Conseguí la venta.
– Y Trevor, ¿lo sabe?
– Lo llamé antes de salir de la granja.
– Estará encantado. Pero… ¿Volverás a verlo?
– ¿A quién? ¿A Trévor?
– Sabes muy bien a quién me refiero.
– Mañana. Para comer.
– Oh, Molly.
– Con la propietaria de la granja. Y, según esto, quizá con una mujer llamada Cara -Molly miró la foto de Cara en el periódico y pensó, «Guau ¿Cómo voy a competir con alguien así?»
No podría. Así de sencillo.
– Oh. Bueno, siempre puedes empezar a partir de ahí.
– Él se marcha el martes a Estados Unidos…, eso es pasado mañana.
– Pues date prisa.
– ¿Quieres dejar el tema?
– Pero lo has besado.
– Creo que ni el matrimonio impediría que Jackson besara a otras mujeres -dijo Molly-. Ese hombre es tremendamente…
– ¿Tremendamente?
– Tremendamente atractivo -ya lo había dicho. Se sentó frente a Angela y continuó-. Ayuda.
– ¿Ayuda?
– Necesito ayuda. Estoy en un lío.
– En un lío -dijo Angela-. ¿En qué tipo de lío?
– Me he comportado como una estúpida.
– ¿Por?
– Porque creo que me he enamorado -se sinceró con su amiga-. Lo sé. Estoy completamente chiflada. Y tengo tan pocas posibilidades de atraer a ese hombre como de volar, pero es lo que hay.
– Oh, Molly.
– Y ni siquiera es un hombre sensato, como Guy. No tiene nada que ver conmigo. El es…
– Sabes, ser sensato no es tan maravilloso -interrumpió Angela-. Creo que ser insensato es mucho más interesante.
– No cuando él está comprometido con otra persona.
– No sabemos qué tipo de compromiso tienes.
– Van a comprar una granja juntos.
– Eso sí.
– ¿Se te ocurre algo?
– Estoy pensando. Desde luego, con tu estupendo Jackson y mi aburrido Guy, pienso tanto que voy a estallar. ¿Por qué no nos enseñan estas cosas en la escuela de venta inmobiliaria? Cómo evitar a los contables y atrapar a los clientes ricos.
– Atrapar a clientes ricos que no estén comprometidos. Eso es imposible.
– Podemos intentarlo -miró a Molly-. Tú puedes intentarlo. Mañana.
– Sí claro. Mañana lo veré sabiendo que está comprometido con otra mujer. ¿Crees que debo intentar que se enamore locamente de mí?
– No puede estar tan comprometido si te besó -pero Angela no parecía convencida.
– Lo suficiente como para comprar una granja a medias. Y no te olvides de que yo tampoco estoy libre y sin compromiso. Tengo que cargar con un niño pequeño.
– ¿Estás enamorada?
– Sí, Lo estoy.
– Chica, tienes un problema peor que el mío. O igual.
– Angela miró el anillo de diamantes que llevaba y se lo quitó. Lo dejó sobre la mesa y lo miró con odio-. Ahora somos dos con problemas. Hablemos de solidaridad. Si tú estás triste, yo también. Guy es el hombre más aburrido de la tierra y no pienso volver a ponerme ese anillo hasta que no haga algo extravagante.
– ¿Como qué?
– Como… como besarme como si me quisiera de verdad. Como llevar tirantes que no hagan juego con la corbata. Como no atarse los zapatos tal y como, le enseñó su abuela. O no invertir todo el dinero que gana en fondos seguros, o cambiar su aburrido coche por una luna de miel en las Bahamas. No sé. ¡Cualquier cosa! Con tal que no sea previsible.
– Eso no va a suceder -le dijo Molly.
– Lo que necesitamos es algo para gente desesperada -dijo Angela. Se puso en pie y tiró sus llaves sobre el aparador-. Me voy al supermercado, y voy andando porque creo que lo que voy a comprar sobrepasará el limite legal de bebidas alcohólicas.
– ¿Qué vas a comprar?
– Licor irlandés, helado de Tía María y un paquete gigante de Tim Tams -le dijo-. Eso hará que olvidemos a los hombres. Ya verás.
Molly abrió un ojo y lo cerró de nuevo. «Ha sido un error», pensó, «no tenía que haberlo hecho».
– ¿Molly? -era Sam. Estaba inclinado sobre ella, abriéndole un párpado-. ¿Estás ahí?
– No -contestó ella, y se rió.
– Sí que estás. Angela estaba dormida en el salón. También me dijo que no estaba allí, pero sí que estaba. Y no habéis fregado los platos. Hay un cartón de helado vacío, y creo que no es justo porque yo no he tomado nada, pero no os terminasteis los Tim Tams, así que me he comido siete para desayunar. Y ahora, vamos a llegar tarde.
«Oh, cielos», Molly miró el reloj’. «¡Qué tarde! Sam debería estar en el colegio».
Pero era la primera vez que se levantaba tarde en los seis meses que llevaba cuidando de él. Quizá no era para tanto. Miró a su sobrino y le dijo:
– Sam, ¿tú crees que podrías estudiar mucho y llegar a ser neurocirujano aunque yo declare esta mañana como día festivo?
Sam se quedo pensativo y sonrió.
– ¿Y por qué es día festivo? -preguntó.
– Es el Día Internacional de la Rana -improvisó Molly, y la risa del pequeño invadió la habitación.
– Qué tonta.
– Sí, y también corro el riesgo de que me despidan. Aunque haya hecho la mejor venta del mundo -se sentó y se frotó los ojos-. Lo siento, bonito. ¿Llevas mucho tiempo levantado?
– El señor Baird me despertó.
– ¿El señor Baird?
– Llamaron al timbre y fui a abrir -le dijo-. Está aquí, y ha traído una casa para las ranas. En piezas. Tenemos que montarla. Está en el salón. Angela estaba allí, pero cuando hice pasar al señor Baird, dijo: ¡Córcholis! Y se fue a mi habitación. Está en mi cama, tapada con las mantas hasta la cabeza. ¿Crees que el señor Baird me dará otra clase de natación?
– Lo dudo -la tentación de irse con Angela era muy fuerte-. Um… el señor Baird, ¿está aquí todavía?
– Claro que sí. Con su regalo. Las patas de la casita para ranas están en el suelo del salón y yo lo he ayudado a leer las instrucciones. Queremos saber dónde podemos ponerla, porque el señor Baird dice que una vez montada es más difícil moverla. Así que me dijo que era mejor que te despertara, aunque tuvieras resaca -miró a su tía fijamente-. Eso es lo que dijo. ¿Tienes resaca?
– No. ¡Sí! -Molly miraba a su sobrino como si fuera un bicho raro-. ¿Está ahí fuera?
– Sí.
– Dile que se marche.
– Dímelo tú -Molly descubrió que Jackson estaba en la puerta con una amplia sonrisa-. ¿Pero no sé por qué quieres que me vaya?
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Esa no es una manera educada de saludar a un invitado. Y menos a un invitado que ha traído un regalo.
– ¿Qué regalo?
– Ya te lo he dicho. Ha traído una casa para las ranas -le explicó Sam-. Es un estanque enorme, pero no vamos a llenarlo de agua hasta arriba. Tiene una cascada, y rocas para que las ranas se tumben. Pero no podemos ponerle las patas. Guy dice que parece que estemos construyendo el Taj Mahal.
– ¿Guy?
¿Qué diablos hace aquí el novio de Angela?»
– Hola -Guy la saludó desde detrás de Jackson, y Molly se quedó boquiabierta.
– Guy…
– Ese soy yo -el hombre esbozó una sonrisa.
– ¿Angela sabe que estás aquí?
– Sí, pero se ha encerrado en la habitación -le dijo-. Está enfadada conmigo porque no quiero ponerme zapatos blancos. Zapatos blancos, por favor. Entonces, cuando me puse a hablarle de la boda y le dije que mis hermanas tenían que ser las damas de honor, comenzó a decir no se qué de fugarse. No entendí ni una palabra. Se fue, y llevo buscándola todo el fin de semana. Sam dice que está aquí, pero que no quiere hablar conmigo. Molly, ¿por qué ha dejado el anillo de compromiso sobre la mesa del salón y no lo lleva puesto?