– No tienes ni idea de qué clase de mujer soy.
– Ahí es donde te equivocas -le dijo- Porque lo tengo todo estudiado.
– No quiero oírlo.
– Eres el tipo de mujer que lo dejó todo cuando su sobrino se quedó huérfano. Dejaste la vida que amabas y viniste a una ciudad que odias, para aguantar al cretino de tu primo y…
– Por mi sobrino -dijo ella-. Y mira que buena tutora soy… me he quedado dormida. Anoche bebí demasiado y ni siquiera he podido llevar a Sam al colegio. Los servicios sociales estarían encantados conmigo.
– ¿Cuántas veces te has emborrachado desde que Sam se quedó huérfano?
– Solo anoche.
– Entonces, deja de sentirte culpable. Todos sabemos que anoche tenías una buena excusa. No hace falta ser Einstein para imaginarse lo que pasó. Vino Angela a contarte que había roto su compromiso con Guy. Estuviste haciéndole compañía -esbozó una sonrisa-. Criticando a los hombres en general -la miró a los ojos-. Y después, Angela sale huyendo, dejándote sola, y tú haces todo lo posible para arreglar su relación. Su chico se marcha a comprar todas las flores de la ciudad…
– ¿Crees que lo hará?
– Si no lo hace, es tonto. Le has dado la clave para salvar su relación y, teniendo en cuenta que Angela te ha traicionado, diría que has sido muy generosa -sonrió se acercó al aparador-. Es una lástima que se haya dejado las llaves.
¡Las llaves! Molly miró hacia el aparador. ¡Guy se había dejado las llaves!
– Tú lo sabías y lo dejaste marchar!
– Digamos que no me parece bien que Angela sea perdonada sin más.
Molly intentó fruncir el ceño, pero no lo consiguió. El estaba sonriendo y su sonrisa era suficiente para desarmarla. Se derretía solo con mirarlo.
– Qué tontería -dijo ella sin pensar-. No es con Angela con quien estoy enfadada. El canalla eres tú.
– ¿Yo soy el canalla? -Jackson arqueó las cejas-. ¿Cómo voy a ser un canalla? Voy a comprarte una granja, he salvado tu trabajo y te he traído una casa para las ranas.
Molly respiró hondo y buscó las palabras adecuadas. Al final dijo:
– Me has besado.
Ya estaba. Lo había dicho.
– Te he besado -Jackson dejó de sonreír y la miró de arriba abajo.
– Sí.
– ¿Besarte me convierte en un canalla?
– Cuando estás comprometido con otra mujer, sí.
«Maldita sea, ha visto el periódico», pensó Jackson.
¿Debía negárselo? Su intuición le decía que debía hacerlo, pero entonces… ¿no había acordado con Cara que nunca se expondrían al peligro del amor? Quizá fuera más seguro permitir que Molly pensara que estaba comprometido con otra mujer.
– ¿Te refieres a Cara?
– ¿A quién más podría referirme? ¿Cuántas mujeres hay en tu vida?
– ¿Crees que he sido infiel?
«Ya está», pensó Molly. Los valores morales de aquel hombre no se parecían en nada a los de ella.
– Apenas hemos tenido relación -dijo él.
– No.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– Ninguno.
– ¿Y por qué estás enfadada?
– Digamos que me da pena Cara -otra vez un largo silencio.
– ¿Piensas venir a comer así? -dijo Jackson señalando el albornoz.
Molly lo miró con desafío.
– ¡No!
– Entonces, sugiero que vayas a vestirte mientras yo termino la casita.
– No quiero…
– ¿Ir a comer conmigo? Lo entiendo -dijo en tono educado y distante-. Pero no tenemos elección. Así que sugiero que te bajes del caballo, adoptes la pose de mujer de negocios y vengas a comer. Ahora.
Y sin decir nada más, se centró de nuevo en el montaje de la casita.
Molly lo dejó solo. Se dirigió a su habitación y cerró dando un portazo. Jackson colocó las patas de la casita y comenzó a apretar los tornillos. Era un trabajo difícil necesitaba concentración.
Y concentración era justo lo que no tenía.
¿Había comenzado una relación al besar a Molly? ¿Qué había pasado?
Molly era una mujer bella y deseable. Habían compartido un día maravilloso y, en aquel momento, besarla le había parecido lo adecuado. Tan sencillo como eso.
Solo que no era así.
«Nadie me había hecho sentir así», pensó él. ¿Cómo?
Como si ella necesitara que la defendieran y él quisiera defenderla. Como si él quisiera presenciar cómo saltaban las ranas dentro de la casita, siempre y cuando, Molly estuviera a su lado.
Como si quisiera besarla de nuevo…
Ese era el problema.
Pero desde lo de Diane, las relaciones afectivas no formaban parte de su vida. Excepto su relación con Cara. La relación que mantenía con su hermanastra era diferente. Ella comprendía por qué Jackson había prometido no volver a enamorarse… pero Cara estaba en Suiza, viviendo su propia vida.
Pero si alguien tocaba a Molly…
La idea lo sobresaltó. Si alguien le hacía daño a Molly… No. No solo tenía que hacerle daño.
No era el sentimiento de protección lo que lo corroía por dentro. Era la idea de que otro hombre… la mirara con deseo. Porque ella era…
No conseguía encajar la pata de la casita y blasfemó.
«Monta la maldita casa, ve a comer con ella, y sal de aquí», se ordenó. «Tienes que aclararte, y estar junto a esta mujer…»
Estaba muy confuso. Lo único que sabía era que no podía mentir. Ni siquiera a sí mismo.
¿Y Molly?
Estaba poniéndose el traje más serio que tenía. Negro, negro y más negro. Sin maquillaje. Ni una pizca.
¿Qué estaba haciendo? Se vistió y después se miró en el espejo durante largo rato.
– Cualquiera diría que tienes miedo de Jackson Baird -dijo mirándose al espejo-. Y tendría razón.
Faltaba muy poco para terminar la casita, pero no les quedaba tiempo.
– Creo que necesito otro tipo de destornillador -confesó Jackson-. Parece que estas instrucciones están escritas en swahili -al ver que Molly vestía de chaqueta negra, pantalones negros y zapatos negros, frunció el ceño-. Además, esperaba que hubiera alguien para ayudarme a ponerla en su sitio, y tú tienes pinta de que solo puedes levantar un ataúd -la miró de arriba abajo con desaprobación-. He visto enterradores que parecen más animados que tú.
– Me he puesto el traje de hacer negocios.
– Y el hecho de que necesite ayuda para colocar esto sobre las patas…
– Todavía no has terminado de atornillar las patas -señaló ella-. Además, tengo que pensar dónde vamos a ponerla. No puede quedarse delante del televisor;
– ¿Y qué tal delante del bar? ¿Sería un problema?
Ella esbozó una sonrisa. Le dolía la cabeza por haber bebido la noche anterior. Estaba confusa y cansada, y en lo último que quería pensar era en el bar. O en su contenido.
– Solo si Angela rompe con otro novio -dijo compungida, y él sonrió.
– Entonces, ¿no es una gran bebedora, señorita Farr?
– El bar apenas se ha tocado desde que mi cuñado murió -le dijo, y deseó no haberlo hecho porque él la miró con lástima. No necesitaba la compasión de aquel hombre.
No necesitaba nada de él.
– ¿No has pensado en quitarlo? ¿En redecorar el apartamento para que sea más tu casa y la de Sam y deje de ser la de sus padres?
– La casita de las ranas hará que sea así.
– No. Todas las fotos que hay aquí son de los padres de Sam y de la vida que llevaba el niño antes del accidente. Todo lo que hay son cosas personales. En este lugar no hay nada de Molly Farr.
– Es la casa de Sam.
– También es tu casa.
– Sam necesita recordar a sus padres -se mordió el labio inferior-. Los recuerdos se desvanecen fácilmente.
– Es lo normal -dijo él. Se acercó a una estantería que estaba llena de trofeos de todo tipo-. Aquí hay un montón de cosas de tu familia, pero ¿dónde están tus cosas?
– Yo no cuento.
– Claro que cuentas -frunció el ceño-. Para Sam, eres muy importante. Cuando eras una niña, ¿qué cosas ganabas?