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– Oh, sí que lo estoy -los ojos de Hannah brillaban con alegría-. Pero todavía no.

– No me gusta que jueguen conmigo -no miraba a Molly mientras hablaba.

– A mí tampoco, querido.

– Entonces, ¿qué?

– ¿Regresa dentro de tres semanas?

– Sí.

– Entonces, firmaré dentro de tres semanas -le dijo-. En la granja. Después de que haya conocido a Cara.

– Yo…

– Eso o nada -le dijo ella-. ¿Quiere comprar la granja, no es así?

Así era. Todos lo sabían. Por un lado, quería olvidarse de ese trato, alejarse de esas mujeres y de los sentimientos que no sabía cómo manejar. Por otro, sabía que la granja era maravillosa:

– De acuerdo -dijo al fin-. Pero negociaré a través de mi abogado y de nadie más.

Hannah asintió.

– Pero usted y Cara asistirán en persona dentro de tres semanas… y yo negociaré a través de la señorita Farr, y de nadie más.

– Yo no voy a regresar a la granja -dijo Molly, y todo el grupo centró su atención en ella. Todo el restaurante hizo lo mismo.

– Por supuesto que va a ir -le dijo Hannah.

– Además, está ese pequeño asunto de liberar la rana de Sam -dijo Angela-. ¿Qué mejor motivo para ir hasta allí?

– ¿Estás construyendo un Taj Mahal para las ranas y vas a liberarlas? -preguntó Guy.

– No crían en cautividad -dijo Molly.

– Y criar es importante -añadió Hannah-. Emparejarse. Las relaciones…

– ¿De las ranas? -Jackson estaba de pie mirándolos-. Ya veo. Es suficiente. Me marcho.

– Yo también -dijo Molly. Agarró el bolso y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Ambos irán a la granja dentro de tres semanas, a partir del sábado? -preguntó Hannah. Molly y Jackson se detuvieron.

Hubo un largo silencio.

«Si no voy, me quedará sin trabajo», pensó Molly.

Y Jackson pensó que si él no iba se quedaría sin la granja que tanto deseaba.

– Sí -dijo Molly.

– De acuerdo -dijo Jackson.

– Excelente -les dijo Hannah-. Y ahora, sugiero que nos sentemos a tomar el postre. La tarta de limón que hacen aquí es deliciosa.

– Creo que ya he tenido bastante -contestó Jackson. Miró a Angela-. Bastante de todo -y se apresuró a salir por la puerta.

Capítulo 10

Eran las nueve de la noche y Molly aún no se había recuperado de la desastrosa comida de negocios. Sam se había dormido, pero protestando.

– ¿Cómo podemos tener una casa para las ranas tan estupenda y no terminarla? -preguntó-. Las ranas solo van a estar aquí tres semanas más y, al paso que vamos, cuando les terminemos la casa, tendrán que marcharse.

– La terminaremos antes -dijo Molly, y miró asustada las instrucciones de montaje-. Llamaré al acuario -le dijo a Sam mientras lo acostaba-. Enviarán a alguien para que lo haga.

– El señor Baird dijo que él la arreglaría.

– Sí, bueno, deja que te diga algo. ¿Te has fijado en lo atractivo que es el señor Baird?

– Un… no.

– Confía en mí. Es muy atractivo. Y es hora de que tengas en cuenta algunos consejos, jovencito. Nunca te fíes de las personas atractivas.

– ¿Ni de las chicas?

– De las chicas tampoco. -pero sobre todo de los hombres», pensó Molly.

– Yo pensé que vendría -dijo Sam medio dormido-. Me da pena que sea tan atractivo como para no cumplir las promesas.

«Y a mí también», pensó Molly cuando regresó al salón. «Y si no tuviera responsabilidades, me iría a buscar otra tarrina de helado de Tía María». Miró a las ranas de Sam y estas la miraron con interés desde la pequeña caja.

– De acuerdo, de acuerdo. No sirvo para construir, pero soy muy buena vendiendo casas. Cuando me vaya a la cama os soltaré en el baño. Pero tenéis que prometerme que no os acercaréis al váter. Aunque no creo que la vida sea tan mala.

Sonó el timbre y ella se sobresaltó.

«Será Trevor que viene a matarme», pensó, y abrió la puerta dando un suspiro.

– He venido a montar la casita -le dijo Jackson, y entró sin más.

– ¿Qué?

– He venido a montar la casita, tal y como prometí.

Ella lo miró pensativa mientras él dejaba la caja de herramientas en el suelo y se arremangaba el jersey.

– Sabes… después de lo que pasó durante la comida… pensé que las promesas ya no contaban.

– No te lo prometía ti -dijo él con brusquedad-. Se lo prometí a Sam. Y ahora he traído la herramienta adecuada -Molly miró la caja que había dejado en el suelo.

– Bonito atuendo -dijo él, y Molly se sonrojó. Llevaba unos pantalones de chándal de color rosa y un jersey a juego. Ambas prendas eran bastante viejas.

– No bromees.

– Es mejor que la ropa de funeral.

Ella lo fulminó con la mirada y decidió centrarse en la caja de herramientas.

– ¿Sabes cómo utilizar todo eso?

– Por supuesto.

Pero había algo en su manera de decirlo que indicaba que no era así.

– No sé por qué no me lo creo.

– Hey…

– ¿Qué es esto? -preguntó ella, y levantó una de las herramientas.

– Una fresadora.

– ¿Y para qué sirve?

– Para fresar, por supuesto -sonrió-. Cualquier cosa que necesites fresar, aquí estoy yo.

«Ya, claro», pensó Molly. «Maldito sea, ¿cómo puede hacer que me ponga tan nerviosa y después hacerme reír?» Contuvo una carcajada y trató de ponerse seria.

– Es la caja de herramientas más grande que he visto nunca.

– Sabía que te impresionaría -le dijo Jackson-. Por eso la he comprado.

– ¿Has comprado esa caja de herramientas solo para esta noche?

– Tenernos muchas cosas que hacer esta noche.

«Está guapísimo», pensó Molly llevaba unos vaqueros desgastados y un jersey de cachemir que hacían que no pareciera un millonario. «Esta noche podría ser cualquiera», pensó ella. ¿El novio de alguien? ¿El amante de alguien?

No lo era. Era Jackson Baird, su cliente, y sería mejor que recordara que tenía un compromiso con una tal Cara.

– La casita no debería llevarnos mucho tiempo -dijo ella.

– Con esta herramienta no. Pero después tenemos que colgar tus cuadros.

– ¿Mis cuadros?

– Los de nudos. No voy a regresar a los Estados Unidos hasta que no vea tus nudos colgados en la pared. He decidido que ya llevas demasiado tiempo dejando que te pisoteen.

– No dejo que me pisoteen.

– Sí que te dejas. Te quedas quieta y permites que las cosas pasen. Por ejemplo, ¿has intentado llevar a juicio a ese tal Michael para que te devuelva el dinero que pusiste en la casa?

– Michael es abogado -le dijo ella-. Me arrasaría en una batalla legal. Y yo tendría que pagarlos costes y no.

– Eso es con lo que él cuenta. ¿Y si te presto a mi abogado Roger Francis? Puede ser lo bastante competente como para ganar a Michael.

– No me gusta…

– ¿No te gusta Roger Francis? -Jackson sonrió-. A mí tampoco, pero es un hombre listo. Estoy dispuesto a apostar que se enfrentaría a Michael convencido de que va a ganar. La oferta está hecha.

– ¿Por qué haces esto? -preguntó ella.

– Me supera. Anda, ayúdame a montar las patas.

Pero la pregunta seguía sin contestar.

Aquella noche trabajaron juntos montando la casita de las ranas, llenándola de agua y colocándola junto al bar. Después, Molly observó cómo Jackson soltaba a las ranitas en su nueva casa.

«Maldito seas», pensó ella al darse cuenta de que se le formaba un nudo en la garganta al verlo. Tenía las dos ranas en la palma de la mano y las trataba con mucho cuidado. «Jackson es el príncipe de las ranas», pensó ella. Con los dos animalitos en la mano, parecía que hubiera dejado de ser un despiadado hombre de negocios para convertirse en alguien…

Alguien al que ella podría amar con todo su corazón.