– ¿Y te volvió loca?
– Sí -soltó una carcajada-. Es diferente de todos los demás hombres que he conocido. Jackson, ¿crees que podrías intentar olvidarte de Diane?
– ¡No!
– Solo porque tu madre y tu padre…
– También está Diane. Yo confiaba en ella.
– Y ella solo quería tu dinero -Cara suspiró-. Tuviste suerte de descubrir que el niño no era tuyo, a tiempo. Pero eras tan joven, Jackson. Hay personas maravillosas en el mundo. Yo no me había dado cuenta, porque no las había conocido hasta ahora…
«Sí que las hay», pensó Jackson. «Molly es una de ellas».
¿Pero cómo iba a confiar en alguien después de lo que le había sucedido? Era pedir demasiado.
– ¿Supongo que eso significa que ya no te interesa asentarte en Australia? -le preguntó a su hermanastra.
– Bueno, no. Tenía sentido que nos fuéramos allí cuando no teníamos a nadie. Pero, Jackson, Raoul tiene un apartamento en París y una casa en el norte de Francia. Creo que no necesito…
– ¿Un hermanastro?
– No quería decir eso. Siempre te querré, hermano.
– Pero querrás más a Raoul.
– Sí. Y espero… Jackson, espero que tú también encuentres a alguien especial. Jackson, soy tan feliz -por su tono de voz se podía imaginar su sonrisa-. Entonces… ¿todavía piensas comprar la granja?
– Sí. Si puedo.
– Es una idea estupenda. Raoul y yo pensamos tener hijos, así que podremos ir a visitarte. Además, siempre podrás dejársela a tus sobrinos en el testamento. Después de todo, no le vas a dejar tu fortuna aun hogar para perros.
«¿Y qué tal a un hogar para ranas?», pensó él. Y después ya no sabía qué pensar.
¿Molly?
Quizá. Quizá él pudiera…
– ¿Molly? ¿Estás bien?
– Hola, Angie. Claro que estoy bien.
– Es que esta mañana estabas tan distante… Cada vez que no había clientes tú te ibas de la oficina. Parecía que estuvieras evitándome -sí. Molly trataba de evitar a todo el mundo-. Y Sam, ¿está bien?
– Sí, está bien.
– ¿Sabes algo de Jackson?
– Por el amor de Dios, Angie, ¿por qué no dejas el tema? ¿Por qué iba a saber algo de Jackson? -había pasado una semana. Una semana interminable.
– Ese hombre va a comprarte una granja.
– Está negociando a través de su abogado. Solo volverá para firmar.
– ¿Estás viendo a su abogado? ¿A Roger, el pisa-ranas? Estupendo. Qué bonito.
– Angie, no empieces.
– Estoy preocupada por ti. Tengo derecho a estar preocupada por ti. Mantente alejada de Francis.
– Se ha ofrecido a ayudarme a recuperar el dinero que se quedó Michael. Cortesía del señor Jackson.
– ¿Que el abogado te está haciendo un favor? No puedo creerlo.
– Lo paga Jackson -dijo Molly.
– ¡Pero estamos hablando de Michael! ¿Es que el abogado de Jackson cree que puede sacar algo de una piedra?
– Es improbable -admitió Molly-. Al principio, no quería saber nada de él, pero el señor Francis me ha convencido de que Michael tiene algo que decirme.
– Sí. Algo como: lo siento, lo siento, lo siento. No te creas nada hasta que no veas el dinero -le dijo-. Y tampoco te fíes de Roger Francis.
– No me fío de ninguno de los dos.
– Entonces, ¿por qué haces esto?
– Necesito el dinero, para Sam.
– ¿De verdad crees que podrás recuperarlo?
– No sé qué está pasando -confesó Molly-. Estoy tan desconcertada como tú. Pero estamos hablando del futuro de Sam. Y de momento no puedo permitirme ni cambiarlo de colegio. Así que, estoy dispuesta a escuchar lo que me ofrecen.
– Pero no te fíes.
– No. Te lo prometo.
– ¿Y has aceptado la ayuda de Jackson?
– En esto, sí. Me parecía razonable.
– Bueno, al menos, ya es algo -dijo Angie-. Ese hombre te debe mucho.
– ¿Por qué dices eso?
– Te ha partido el corazón.
– Michael me partió el corazón.
– No. Michael destrozó tu orgullo y tu cuenta bancaria, pero no el corazón. Cuando rompiste con Michael no estabas como ahora -dijo Angie.
– ¿Cómo?
– Como si… Como si fueras una chimenea sin lumbre.
– Oh, muy poético -dijo Molly entre risas.
– Lo he leído en algún sitio -admitió Angie-. Pero sirve. Molly, tienes que hacer algo.
– Ya lo estoy haciendo. Trabajo. Y cuido de Sam. Estoy negociando con el abogado de Jackson para ver si puedo recuperar el dinero que se quedó Michael.
– Me refería a Jackson.
– Ya le entregaste mi corazón en una bandeja. No sé qué más se puede hacer.
– ¿Subirte a un avión e ir a buscarlo?
– Oh, vamos. Hasta tú sabes que esa es una idea ridícula.
– Sí, bueno -contestó Angie-. En situaciones desesperadas hay que tomar medidas desesperadas. El que la sigue, la consigue.
– Cielos. ¿Dónde has aprendido todo eso?
– No lo sé -su amiga suspiró con dramatismo-. Pero los dos… parecíais tan contentos.
– Sí. El millonario y yo. Y ahora, somos la rana y yo.
– ¿Has intentado besar a Lionel? -preguntó entre risas.
– Sí, claro. Ahora, si no te importa… Vuelve con Guy, Angie. No necesito nada de esto.
– Francis -el tono de Jackson era cortante. La única manera de tratar con su abogado era en ese tono. Quizá debería encontrar a otro para que lo representara en Australia… pero, al menos, Roger Francis era bueno en su trabajo.
– Señor Baird, ¿en qué puedo ayudarlo?
– Me preguntaba si se ha puesto en contacto con Molly Farr para negociar lo del dinero que le deben.
– Estoy con ello.
– ¿Sí?
– Creo que puede salir bien -el abogado parecía convencido-. Resulta que su ex novio tiene remordimientos de conciencia respecto a lo que hizo. Es más, está pensando en trasladarse a trabajar a Sidney.
– ¿Y eso en qué ayudará a Molly?
– El está interesado en reconciliarse con ella.
– ¡Estás bromeando! -Jackson estaba perplejo.
– Está aburrido de la vida que lleva. Ha pensado en instalar su despacho en Sidney para empezar de nuevo, y si se reconcilia con la señorita Farr, habrá matado dos pájaros de un tiro.
– Molly no aceptará.
– Puede que a la señorita Farr le interese. Después de todo, el hombre es un abogado importante y tiene la posibilidad de ganar más dinero del que podría ganar ella.
– ¿Quieres decir que la estás aconsejando que se reconcilie por… por dinero?
– Le he dicho que haga lo que crea oportuno. Pero las posibilidades de recuperar su dinero por vías legales son escasas. Si se casara con él…
– ¡No!
– Parece algo sensato.
Hubo un silencio.
– ¿Qué le gustaría que le dijera a la señorita Farr?
– Nada -dijo Jackson-. No es asunto mío -Jackson se calló un instante-. Haz lo que creas conveniente -dijo, y colgó el teléfono con furia.
– ¿Molly?
– ¡Michael! No tengo nada que decirte.
– No, no cuelgues. Tenemos que hablar.
– ¿De qué diablos quieres hablar?
– De nosotros.
– No hay ningún nosotros.
– Puede que sí. Molly, me he comportado como un idiota.
– Mejor, como un delincuente. Todo lo que quieras decirme hazlo a través de Roger Francis.
– Pero es por eso. El ha sugerido que nos veamos.
– ¿Sí?
– Sí. He pensado que podíamos quedar para comer mañana, Molly. Yo invito. Sin condiciones. Solo ven y escucha lo que te tengo que decir.
– Dame un motivo por el que debería hacerlo.
– Porque Sam necesita una familia.
– Ya, claro.
– En serio, Molly. Roger Francis me ha comentado las dificultades económicas por las que estás pasando y me siento mal por ello. Yo nunca quise… Bueno, nunca lo pensé a fondo. Y no me daba cuenta de lo mucho que te echo de menos. Así que pensé…